Los
días de oficina tienen ese algo que aturde y deshace los planes, incluso
aquellos que incluyen una noche de pasión o de tiernas caricias.
Eran
días de mucho trabajo y desgaste físico, pero también de dulce romance y
tiernas palabras. La jornada de él y de ella se interrumpía por un tono
familiar, uno pre-programado que definía claramente quién era el que estaba al
otro lado de la línea.
Cuando
escaseaban las palabras o el tiempo era reducido, un emoticón reemplazaba un
beso, una sonrisa o gestos que para ambos tenían un significado especial.
Durante
todo el día habían estado amenazándose con propinarse una noche intensa,
colmada de esa pasión que tan bien conocían y que de tan solo imaginarla,
provocaba la humedad de su sexo; pero la jornada fue compleja y los tiempos no
cuadraban. Se hizo de noche y aunque hacía poco que la tarde había llegado a su
fin, ambos se prodigaron un beso y se refugiaron entre las sábanas sin otro
gesto que un dulce abrazo; abrazo que selló la noche y fue el breve preludio
mientras el sueño les vencía.
El
amanecer no fue tan distinto. Se abrazaron, se dieron un breve beso y ambos
vistieron sus atuendos de oficina. Se despidieron extrañando los placeres que
el sueño les había robado, aunque en su fuero interno sabían que no hubiera
sido una noche tan intensa como la que se habían prometido…
Durante
el día siguieron los mensajes… Un “te quiero” dio pie a un “te amo” y de ahí a
prometerse recuperar la noche perdida fue solo un paso. Las horas pasaron sin
prisa, como sin prisa llegaron a casa, más bastó solo una mirada para terminar
ambos metidos entre las sábanas.
Un
beso en los labios, otro en el cuello y ella arqueó su espalda esperando que él
pronto la penetrara. No eran necesarios mayores preámbulos, durante todo el día
estuvieron imaginando el momento, esperando encontrar al otro dispuesto a
concretar lo que la pasión demandara.
Ella
esperó por él y sutilmente lo guió al ritmo que demandaba su pasión; en
paralelo, él sintió como ella se derramaba y como sus paredes internas
presionaban, reduciendo el espacio interior… Un gemido terminó por confirmar
que ella había conseguido su orgasmo, mientras él solo estaba a medio camino,
mirándola extrañado; jamás se había completado tan rápido. La besó y ella al
notar que él seguía con su miembro erecto, tomó aire y pidió cambiar
posiciones. Ahora ella llevaba el ritmo del encuentro mientras él solo se
dejaba querer.
Fueron
intensas arremetidas y cuando ella comenzó a agotarse, él pasó a la ofensiva
tomando sus caderas y marcando el ritmo de su pasión, sin dejar de devorar esos
pezones que le llamaban a gritos…
Ella
se derramó sobre él… Literalmente, un gran flujo líquido corría por su
entrepierna y se dispersaba entre sus muslos, mientras estaba pronto a
eyacular. Siguió marcando el ritmo del momento, dirigiéndola, tomado de sus
caderas y acelerando sus movimientos… Ambos estallaron al unísono, ahogados en
un mismo gemido y un orgasmo que les colmó el alma.
La
cama estaba húmeda de tanto placer y ellos no dejaban de mirarse a los ojos, de
jurarse ese amor puro y orgásmico que tantos años atrás había iniciado. Era
hora de una copa de vino, de ese tinto que amodorraba los sentidos y despertaba
su lado salvaje una vez más…
Y
una vez más sintieron el llamado de la pasión. Tras lograr aplacar sus ansias,
se durmieron esperando que el amanecer les otorgara nuevos instantes únicos e
irrepetibles…