sábado, 5 de enero de 2019

Orgullo y amor propio

¿Qué te podría decir del orgullo?

Podría decir
que hace cosas buenas,
como por ejemplo,
convertir un cristal común
en un cristal Swarovski.

Un cristal bello,
como un diamante recién pulido,
sin dejar de ser solo un cristal...

¿Qué te podría decir
del amor propio?

Podría decir
que toma lo mejor de ti,
aunque permanezca oculto,
y lo va puliendo,
como un artesano
pule un diamante,
obteniendo por resultado
una joya única,
tan pura y noble como
la materia prima lo permita...

Ahora que
conoces la diferencia entre
orgullo y amor propio,
te sugeriría
cultivar un poco de ambos,
en su justa medida;
porque un diamante que
no se valora a sí mismo,
termina oculto
en un estuche de felpa...

lunes, 25 de junio de 2018

Calles viejas


La vida quiso que volviera a pisar esas viejas calles donde mis pisadas no dejaron huella. Seguían en pie las mismas casas con sus pinturas cada vez más añejas, algunos adoquines sobrevivían en las veredas mientras los débiles árboles parecían poseer nuevas fuerzas, engalanados de blanco sus fustes rectos, como si a mano los hubieran pintado.

         El almacén de la esquina había cerrado, como cerrado estuvo el día en que mi primer beso me fue robado. Se llamaba Teresa, una chica de octavo grado que siempre tomaba lo que quería. No sé en qué minuto llamé su atención, ni por qué me había besado, solo recuerdo que sus labios sabían a fresa fresca, mientras sus cabellos olían a jazmines y sus ropas a violetas.

         A pasos del almacén se ubicaba el juzgado, lleno de gente por el día, mientras por las noches parecía un lugar abandonado. Allí besé a Ximena, la de la sonrisa eterna, la de mejillas rosadas y cabellos rizados, como pelo de muñeca. La estreché entre mis brazos y sin que ella se opusiera, besé su boca hasta que el infortunio interrumpió la pasión que afloraba; su padre, de pocas palabras, me tomó por el cuello y me arrojó como si nada.

         Poco más adelante seguía en pie el viejo sauce, aquel donde apoyé a Florencia, la de las largas trenzas, quien besaba sin gracia alguna, pero tenía unas caderas que se contorneaban cadenciosamente, provocando toda la lujuria contenida en mi cuerpo adolescente. Recuerdo que yo no era el único que soñaba con su cintura o tenía húmedos sueños pensando en su figura; también le interesaba a Max, Alex y al Correa, un bandido adolescente, cobarde y pendenciero, que amenazaba a quien la pretendiera. Nos trenzamos a golpes por ella; perdí no solo dos dientes y el orgullo, sino que además se quedó con ella.

         Justo en frente de la plazoleta una banca sobrevivía desde aquella época; era la única y aunque algo caída, seguía siendo el lugar favorito de quienes amor se prometieran. Allí me declaré a Margarita, a Isabel y Violeta; allí besé a Estela, a Gabriela y Manuela. Desde ahí vi pasar a Cristina, a Carmen y Javiera, a Constanza y Adelaida, a Fernanda y también a Paola…

Tantos recuerdos, tantos momentos bellos de otro mundo, de otro tiempo; ahora ya nadie queda. Se marcharon mis amigos, algunos de sus padres, abuelos o solitarios que vivían apegados a una botella.

         Mientras divagaba oí una voz que no me era familiar, me llamó por mi nombre y dijo llamarse Manuela; no podía ser esa Manuela, la hermana pequeña de Carmela, aquella que me dejó por Marcos y terminó casada con el crespo Contreras. Hablé con ella como si la conociera, entonces sonrió y sí era ella, la hermana pequeña de Carmela, la que colgaba de mi cuello como si robarme un beso quisiera.

         Charlamos largo y tendido, como si un gran amigo yo fuera; nos sentamos bajo el sauce, en la banca única banca que había sobrevivido en estos años. Reímos, recordamos viejos amigos y en un momento inesperado, tomó mi mano y sin que yo opusiera resistencia, un beso robó de mis labios. Fue un beso breve, sin pasión pero con mucho corazón. En seco me detuvo cuando quise darle respuesta, a decir verdad, me explicó que era una fantasía que tenía desde aquellos tiempos en que se colgaba de mi cuello y yo no atendía sus infantiles protestas. Se puso de pie y se marchó, haciendo gala de unas hermosas caderas que se cimbraban, como provocando que tras sus pasos fuera.

         Llegó la noche y con ella el silencio, volvieron a mí los recuerdos, los viejos momentos pero lo sucedido con Manuela me hizo ver la vida de otra forma, otra vez yo era un chicuelo…

lunes, 26 de marzo de 2018

Asistente personal


Asistente personal

         Cuando se es joven, uno mira el futuro como algo lejano, algo que quizá no sucederá jamás; pero los años pasan y la vida va sumando nuevas lecciones que, de ser oídas, van pavimentando el camino que uno ha trazado.

Es del caso que ya, pasados los 40, obtuve mi primer triunfo laboral y este fue el de gerenciar, o más bien dicho “administrar”, una empresa familiar de aquellas reacias al cambio, pero que no desprecian las oportunidades que vienen acompañadas de resultados exitosos y yo, calzaba con sus necesidades; ello se debía a que llevaba años trabajando para la empresa líder en el área y, aunque mi puesto no era de gran jerarquía, me permitía estar interiorizado de cada detalle, en cuanto a las innovadoras propuestas que se llevaban a cabo.

Al principio hubo dificultades para compatibilizar lo moderno con lo tradicional, pero las cosas se fueron flexibilizando al ver los resultados. Pero una cosa son los resultados inmediatos y otra, el mantenerlos en el tiempo.

Don Bernabé, hombre de avanzada edad, había mantenido una tradición de estabilidad laboral que mantenía contentos a sus empleados, algunos de ellos de avanzada edad, y mi trabajo era conseguir resultados manteniendo esa tradición. Doris, mi secretaria, era una de las más antiguas en la empresa y por ello me fue asignada. Efectivamente, conocía cada detalle del funcionamiento de la empresa y me puso al día en cuanto a lo que me era necesario saber; cosa que agradecí muchísimo porque ayudó a que prontamente se vieran resultados de mi gestión.

Transcurridos seis meses, tuve que ausentarme de la empresa para ser parte de una gira comercial que nos permitiría ofrecer nuestros productos a terceros, cosa que permitiría en definitiva, el real despegue de la empresa.

Dado su delicado estado de salud, era imposible que Doris me acompañara y su presencia se me hacía necesaria, no solo por sus conocimientos de la empresa (los cuales ya me había transmitido íntegramente), sino que por su posición de empleado leal, que mantenía ante Don Bernabé. Aunque mis resultados fueron más allá de lo esperado, no lo sentía con la suficiente confianza como para cederme las riendas de la empresa, así, sin garantías definitivas. Por otra parte, yo sospechaba que él se enteraba de mis avances, primero por Doris y luego por las cifras que redondeaba el contador de la empresa.

Así las cosas, Doris me sería igualmente útil estando en la empresa, pero yo necesitaba alguien de su confianza, para que me acompañara. ¿Por qué? (inquirió ella), precisamente para solucionar cualquier imponderable que surgiera, para lo cual ambas debían conocerse y saber que estaban transmitiendo información clara y precisa. Ahí conocí a Fernanda. Ella trabajaba en una sucursal externa y no habíamos tenido la oportunidad de vernos, lo que no fue impedimento al momento de yo saber sus funciones y resultados (bastante buenos por lo demás). Era la persona perfecta.

El viaje se desarrolló sin contratiempos, llegamos a destino y procedimos a alojarnos en un hotel que satisfacía nuestras necesidades. Ella quedó en la habitación contigua a la mía y tras los resultados en las primeras jornadas la invité a cenar. Era una cena informal, pero ella llegó con un vestido muy bello, sobrio pero ceñido al cuerpo lo que daba cuenta de una cuidada figura. Me sorprendió apreciando su belleza, esbozando un gesto de desagrado; “no se haga ilusiones conmigo”, manifestó. La vergüenza del momento de hizo no ser capaz de mirarla a los ojos en toda la velada; velada en la cual estaban presentes delegados de otras empresas, quienes también resultaron encantados por mi bella acompañante.

Faltaban dos días para el cierre de la feria y los resultados se fueron dando según lo esperado. Fernanda mantenía permanente contacto don Doris y a la vez don Bernabé estaba al tanto de todo, permitiéndome trabajar de forma más abierta.

Ya con varios compromisos en carpeta, era la hora de regresar a la empresa, pero un problema con los vuelos nos dejó varados un día más, por lo que debimos regresar al hotel y dado que solo debíamos esperar, invité a Fernanda a almorzar, comprometiéndome esta vez a no ser el lascivo ser humano de días atrás. Por primera vez la vi sonreír. Luego del almuerzo salimos a caminar y charlamos de cosas triviales y claro, no podían quedar fuera los temas de la empresa. Regresamos a la hora de la cena, ella subió a tomar una ducha mientras yo fui por ropa más cómoda.

Estando en mi habitación salí al balcón, la tarde lucía hermosa y aunque ya casi estábamos en penumbras, las luces de la ciudad prologaban ese efecto mágico de paz y tranquilidad. Divagaba cuando percibí que se abría la ventana de la habitación contigua; era Fernanda, quien asomaba para observar el mismo paisaje que me tenía extasiado. Ella no notó mi presencia y, creo que de haberla notado, poco le habría importado. La vi salir envuelta en la toalla del hotel, con su cabello envuelto en otra más pequeña. Su tez era de un tostado suave, muy hermoso. Sus brazos delicados y sus piernas contorneadas, daban clara cuenta de las horas de gimnasio a las que probablemente acudía sin falta. Definitivamente era una muy hermosa mujer, algo fría quizá, pero hermosa desde sus cabellos, hasta la punta de los pies… Nuevamente me sorprendió admirándola, lo que me hizo enrojecer al punto de no saber dónde ocultarme; pero esta vez se sonrió... Sí; se sonrió. Me dijo que no tardaría, que tenía hambre y me cobraría mis imprudencias con una copa de vino, durante la cena.

Según estimé, me alcanzaba el tiempo para tomar una ducha y no acudir hecho un desastre; o al menos, mejor de como lucía en ese momento. Bajé por las escaleras y nos encontramos en el pasillo que conducía al comedor (ella bajó en el ascensor). Tras ubicar la mesa que había reservado, pedimos a la carta y ella solicitó un vino de su agrado; para sorpresa mía, no solo un excelente vino, sino que uno que también era de mi gusto.

Quise iniciar la charla y para variar, no fue de la mejor manera. Manifesté que había llegado primero, a pesar de haber tomado una ducha tras nuestro encuentro en el balcón; pero ella, muy tranquila, afirmó que estuvo esperando a que yo cerrara mi puerta tras salir, para después salir ella, dado que no era de caballeros dejar esperando a una dama. A esas alturas mi vergüenza era máxima, pero ella dulcemente tomó mi mano y me tranquilizó, señalando que estuvo lista solo un par de minutos antes que yo… Contrario a lo que ella pensaba, nuevamente me sonrojé; ella verdaderamente era una dama.

Nos sirvieron la cena y disfrutamos del vino, sin darnos cuenta de la hora, de no ser porque el mozo se presentó con la cuenta y manifestó que ya se había cerrado la cocina. Realmente estaba disfrutando del momento y de la compañía, ante lo cual la invité al bar a beber unos margaritas u otro trago que fuera de su agrado. La acompañé del brazo, ante lo cual me miró extrañada pero no manifestó desagrado; sonrió, y no paró de sonreír hasta que estuvimos frente a la puerta de su cuarto.

La noche estuvo maravillosa, tranquila y hasta ahí, perfecta. Yo no quería matar el momento y decidí despedirme y enfilar hacia mi habitación, cuando oí que me llamaba por mi nombre. Era primera vez que lo hacía, lo cual me turbó un poco. Me pidió que le ayudara; antes de salir se había atorado la cremallera de su vestido y no quería dañarlo. Con mucho cuidado fui deslizando la cremallera, hasta que su espalda quedó al descubierto. No pude evitar deslizar una caricia, tomarla por los hombros y besarle detrás de su cuello…

El vestido se deslizó hasta el suelo, ella seguía dándome la espalda y yo ya estaba besando su cuello. Mis manos se habían apartado de sus hombros, ahora alcanzaban sus pechos, firmes y turgentes, como turgente estaba mi hombría, mientas suavemente se apoyaba su espalda en mi pecho.

Volteó suavemente, mientras la admiré nuevamente en silencio. Tenía un lunar junto a su cuello, bajo su mentón, y otro más discreto, entre sus pechos, los que instintivamente besé (y lamí), sin siquiera pedir su consentimiento. Ella me arrancó la camisa, haciendo saltar lejos los botones. Pasó a la ofensiva; me arrojó sobre la cama y me desnudó en cosa de segundos, para luego atrapar mi virilidad entre sus labios. Fue salvaje, fue intensa, fue todo lo hembra que uno podía esperar que fuera. Todo eso mientras terminaba de desnudarse. Luego saltó sobre mí y aproximó sus caderas a las mías, dirigió la embestida y sentí el fuego intenso de su entrepierna. Una vez más cogí sus pechos, lamí con fuerza, mientras ella se contorneaba, se cimbraba, se mecía… Nuestros pechos sudaban; el de ella resplandecía con la luz de la luna que se filtraba por la ventana…

Cesaron sus movimientos, pero su orgasmo aún no llegaba; pasé a la ofensiva, ahora sobre ella, besaba su cuello mientras ella gemía pidiendo que no me detuviera. En realidad, era una mujer intensa y, aunque claramente no era la primera en mi vida (ni yo en la suya), parecía estar cumpliendo sus expectativas. Esta vez yo no quedaría mal (me decía a mí mismo), entonces embestía con más pasión, con más gallardía, hasta que la sentí estallar, derramarse intensamente, mientras pedía más, y gemía… En ese punto yo sentía que estaba a la altura, cuando me derramé en ella, sintiendo que me quemaba, que ella también había alcanzado su orgasmos… Nos besamos, nos miramos a los ojos y nos quedamos abrazados hasta que nos sorprendió el alba.

Desayunamos junto; pedimos servicio a la habitación. Ya se aproximaba la hora de nuestro vuelo pero no me quería separar de ella. Nos amamos nuevamente, con la misma pasión derrochada durante la noche… Esta vez, sus besos fueron más tiernos, aunque no por ello fue menos intensa…

Regresamos a la empresa, felices con los logros cosechados. Bárbara volvió a la sucursal que administraba y yo con mi servicial secretaria.

Pasados los días, Doris me sorprendió mirando por la ventana, con la mirada perdida, como si algo me faltara. Espero que no se haya enamorado de la hija del jefe, manifestó… Creo que me delató mi cara de sorpresa… ¿La hija del jefe?... Sí, respondió; una que tuvo por fuera de su matrimonio... Su única hija, aunque solo lleva el apellido de la madre…, remató…

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Lectura en Braille

Ella siempre lo miraba desde su ventana, lo veía pasar absorto, sumido en sus pensamientos, pero siempre con una cordial sonrisa que le insinuaba un “buenos días”, al que ella respondía con otra sonrisa casi igual de radiante.

Más de alguna vez le espero sentada en la escalinata de su casa, solo por verle pasar y oír su voz, su dulce voz; otras veces miraba tras la cortina y lo veía caminar con la misma seriedad de siempre, hasta que un día, él miró hacia la venta, como sospechando que había alguien tras la cortina. Sonrió, y luego continuó su caminar con la seriedad acostumbrada.

El tiempo hizo lo suyo y cierto día él se detuvo frente a ella, le sonrió y al recibir igual respuesta se detuvo a charlar, o al menos esa impresión dio. Le preguntó por el barrio, si sabía de alguna habitación que se arrendara o un pequeño departamento interior, dado que debía dejar su actual domicilio. Los dueños del lugar que ocupaba vendieron a una empresa que en el lugar construiría un centro de oficinas. Ella titubeó por algunos instantes, y cuando él parecía que iba a retomar su camino, se apresuró en responder que en su casa había una habitación desocupada.

La habitación que le ofrecía era un antiguo cuarto que alguna vez se destinó a uso de la servidumbre. La casa era antigua y al parecer, la propietaria anterior tenía una asesora doméstica puertas adentro. Esta habitación tenía un baño privado y espacio suficiente para una cama, un closet para ubicar la ropa, una silla, velador y una repisa que al ser removida, dejó estampada en la pared las huellas de su ubicación.

A la semana siguiente él ya se había instalado con sus escasas pertenencias. Como espacios comunes dejaron la cocina y el comedor, sin embargo él salía muy temprano y llegaba tarde, así es que escasamente coincidían en alguno de estos lugares.

Cierta tarde en que ella estaba cenando, él llegó de improviso. No era la hora habitual y ella se sorprendió pero simuló no estar atenta. Él pasó frente a ella y le saludó de forma muy cordial; una sonrisa diferente se le dibujaba en el rostro y ella preguntó qué la ocasionaba; para sorpresa suya, él se sentó frente a ella y le relató que enseñaba a leer a niños ciegos. Que en algún momento él también estuvo ciego, pero una milagrosa cirugía le devolvió la vista. También le manifestó que aunque le cambió la vida, no perdía la costumbre de caminar en línea recta y mirando al frente, como cuando era ciego. Ella prestaba a tención a cada palabra y un extraño brillo estaba naciendo en su mirada. No pudo evitar seguir haciendo preguntas y él amablemente respondió a cada una de ellas.

Ya era un poco tarde y ambos debían madrugar, pero antes de retirarse a sus habitaciones ella le consultó si al día siguiente llegaría a la misma hora; llevaban varias semanas bajo el mismo techo y quería invitarlo a cenar. Él la miró con sorpresa y se apresuró en manifestar que no faltaría a tan generosa invitación.

Al día siguiente ella llegó temprano y preparó una cena sencilla, pero muy apetitosa; el encierro en ese pequeño espacio culinario y la ansiedad que le provocaba el querer generar una buena impresión la hicieron transpirar, pero como disponía de tiempo, tomó una ducha y se vistió con un atuendo ligero, que dejaba sus hombros a la vista, así como un discreto, pero insinuante escote en su espalda. Decidió usar falda y tacones; quería impresionar, pero sin que ello fuera evidente.

La noche era fresca y muy agradable, la música ambiente era suave, en tanto el aire estaba impregnado con aromas cítricos, muy sutiles.

Cenaron disfrutando cada bocado como si fuera el último, mientras intercambiaban miradas y la charla se hacía cada vez más amena, a medida que se iba vaciando la botella de vino con que acompañaron la noche.

Charlaron de la vida, de sus logros, sus sueños, sus metas y el día a día. Ella se sorprendió cuando él le había contado que enseñaba a leer a niños ciegos; había prestado atención a sus manos y estas eran toscas y grandes, por lo que jamás hubiera imaginado que tenía desarrollado tal nivel de sensibilidad como para leer los puntos perforados en papel. No pudo evitar preguntar al respecto, mientras a cada respuesta surgía una inquietud nueva. La noche avanzaba y una segunda botella de vino se posó sobre la mesa. El tono de voz había subido un poco, aumentaron las risas y en un arrebato, él manifestó que el braille le había abierto los sentidos a nuevas sensaciones; ella sonrió de forma coqueta y le pidió que leyera la palma de su mano, a ver si encontraba algún mensaje entre líneas.

EL reloj marcaba la medianoche cuando él, con una mano sostuvo la de la joven y, con la yema del dedo (de la otra mano), comenzó a recorrerla con calma y suavidad; inmediatamente percibió cómo se erizaba la piel de la joven, y como los colores se le subieron al rostro, pero no dijo nada. Recorrió toda la palma de la mano, con mucha delicadeza, como si se tratara de una reliquia a la que se debía reverenciar.

Él no pronunció palabra alguna, parecía que la palma estaba en blanco, entonces giró la mano de la joven y comenzó a recorrer su antebrazo hasta llegar al codo; alzó la mano que le sostenía y aproximó sus labios a esta, apenas rozando su piel y estampando un sutil beso. El erizo de su piel era completo, mientras él seguía subiendo por su brazo hasta alcanzar el rostro de la joven; le pidió que cerrara los ojos y ella accedió. Con la yema del dedo índice recorrió sus labios y ella entreabrió la boca, dejando escapar un suspiro, mientras seguía con los ojos cerrados y sentía arder sus mejillas.

Ambos permanecían en silencio, mientras ella se dejaba leer y permitía a su cuerpo hablar.

El dedo índice continuó leyendo el erizo de su piel, mientras sutiles gotas de sudor hacían destellar la espalda de la joven.

De la espalda pasó al vientre y ascendió lentamente, esta vez sobre la ropa, hasta alcanzar uno de los pezones de la joven el cual estaba firme, duro, marcándose claramente tras las delgadas telas que lo aprisionaban.

Aún sin decir palabra alguna, él tomó a la joven y la recostó sobre la mesa, despojándola suavemente de sus prendas, dejándola con el torso desnudo. Siguió estimulando las sensibilidades de la joven, mientras sus dedos dejaban los pechos para descender buscando su hirsuto bello pubiano. Él miró como los turgentes pechos apuntaban al cielo al tiempo que su corazón parecía estallar, permitiendo que esos sutiles dedos siguieran leyendo los secretos de su piel. Apresó uno de los pezones con sus labios y con la lengua describió sutiles círculos en este, para luego solo lamer con calma, pero decidida firmeza, en tanto uno de los índices alcanzaba la humedad de su entrepierna.

Cada caricia fue de prueba y error, leyendo cautelosamente cada sutil respuesta que le había brindado la piel y los latidos que retumbaban por doquier.
Se derramó la miel de sus labios, mientras él llegaba más allá de donde llega la luz del día. Entonces comenzó a entrar y salir sin presionar demasiado, alterando los tiempos y dando espacio para que su boca alcanzara ese bello botón pálido, que se tornó púrpura tras cada nueva lamida. Ella gemía; se estremecía, queriendo ser leída con mayor pasión, con mayor énfasis. Un dedo no era suficiente, quería algo más y fue por lo que su cuerpo pedía a gritos. Le atacó sin piedad, le desnudó como si siempre se hubieran conocido a su inquilino y tras cerciorarse de que él poseía la suficiente hombría, intercambió lugares y se montó sobre él; esta vez ella haría los honores y su cintura sería quien pondría los acentos. Ni siquiera se preocupó de ver si él estaba disfrutando del momento, le tomó las manos y le pidió que jalara sus pechos. Su frenesí era completo, mientras ambas cinturas se complementaban, buscando el mismo estallido de placer.


Ella se derramó primero, más aún faltaba para llegar al orgasmo; era el squirt previo al placer máximo, el cual bañaba las nalgas de él y como torrente se deslizaba hasta alcanzar su espalda. El inusitado galopar de ambas cinturas hacía que la humedad salpicara todo a su alrededor. Estalló primero ella, mientras él la cogía de la cintura y aceleraba el galope hasta estallar en ella. Bajaron el ritmo de su pasión. Ambos aún estaban eufóricos, deseosos de más placer, de probar algo nuevo… Aún quedaba una cavidad por leer…

jueves, 2 de noviembre de 2017

Dos almas

Frente a un frío altar dos almas oraban, una portaba un rosario de perlas y la otra uno hecho con cuentas de madera.

Apenas un sutil murmullo interrumpía el transitar del sepulcral silencio.

Ambas damas no se conocían, pero sin saberlo, las dos oraban por el mismo ser enfermo.

Tal vez así lo quiso el universo, tal vez así estaba predispuesto.

Amaban a la misma persona y aunque lucían como empleada y patrona, ninguna sospechaba que el canalla que las había engañado, ya las había abandonado...

martes, 10 de octubre de 2017

Tinto pasión

Los días de oficina tienen ese algo que aturde y deshace los planes, incluso aquellos que incluyen una noche de pasión o de tiernas caricias.

Eran días de mucho trabajo y desgaste físico, pero también de dulce romance y tiernas palabras. La jornada de él y de ella se interrumpía por un tono familiar, uno pre-programado que definía claramente quién era el que estaba al otro lado de la línea.

Cuando escaseaban las palabras o el tiempo era reducido, un emoticón reemplazaba un beso, una sonrisa o gestos que para ambos tenían un significado especial.

Durante todo el día habían estado amenazándose con propinarse una noche intensa, colmada de esa pasión que tan bien conocían y que de tan solo imaginarla, provocaba la humedad de su sexo; pero la jornada fue compleja y los tiempos no cuadraban. Se hizo de noche y aunque hacía poco que la tarde había llegado a su fin, ambos se prodigaron un beso y se refugiaron entre las sábanas sin otro gesto que un dulce abrazo; abrazo que selló la noche y fue el breve preludio mientras el sueño les vencía.

El amanecer no fue tan distinto. Se abrazaron, se dieron un breve beso y ambos vistieron sus atuendos de oficina. Se despidieron extrañando los placeres que el sueño les había robado, aunque en su fuero interno sabían que no hubiera sido una noche tan intensa como la que se habían prometido…

Durante el día siguieron los mensajes… Un “te quiero” dio pie a un “te amo” y de ahí a prometerse recuperar la noche perdida fue solo un paso. Las horas pasaron sin prisa, como sin prisa llegaron a casa, más bastó solo una mirada para terminar ambos metidos entre las sábanas.

Un beso en los labios, otro en el cuello y ella arqueó su espalda esperando que él pronto la penetrara. No eran necesarios mayores preámbulos, durante todo el día estuvieron imaginando el momento, esperando encontrar al otro dispuesto a concretar lo que la pasión demandara.

Ella esperó por él y sutilmente lo guió al ritmo que demandaba su pasión; en paralelo, él sintió como ella se derramaba y como sus paredes internas presionaban, reduciendo el espacio interior… Un gemido terminó por confirmar que ella había conseguido su orgasmo, mientras él solo estaba a medio camino, mirándola extrañado; jamás se había completado tan rápido. La besó y ella al notar que él seguía con su miembro erecto, tomó aire y pidió cambiar posiciones. Ahora ella llevaba el ritmo del encuentro mientras él solo se dejaba querer.

Fueron intensas arremetidas y cuando ella comenzó a agotarse, él pasó a la ofensiva tomando sus caderas y marcando el ritmo de su pasión, sin dejar de devorar esos pezones que le llamaban a gritos…

Ella se derramó sobre él… Literalmente, un gran flujo líquido corría por su entrepierna y se dispersaba entre sus muslos, mientras estaba pronto a eyacular. Siguió marcando el ritmo del momento, dirigiéndola, tomado de sus caderas y acelerando sus movimientos… Ambos estallaron al unísono, ahogados en un mismo gemido y un orgasmo que les colmó el alma.

La cama estaba húmeda de tanto placer y ellos no dejaban de mirarse a los ojos, de jurarse ese amor puro y orgásmico que tantos años atrás había iniciado. Era hora de una copa de vino, de ese tinto que amodorraba los sentidos y despertaba su lado salvaje una vez más…

Y una vez más sintieron el llamado de la pasión. Tras lograr aplacar sus ansias, se durmieron esperando que el amanecer les otorgara nuevos instantes únicos e irrepetibles…

                

domingo, 17 de septiembre de 2017

Despedida

Sonó el teléfono
y junto a este
aún permanecía
tu nota de despedida.
Vi tu nombre
en la pantalla
y no respondí,
era tarde
para arrepentirse.

Me quedé vacío
tras tu despedida;
desde ese día
todas mis noches
fueron sin luna,
sin mar,
sin olas.

Sin ti...

Largo es
el camino del olvido,
cuando tan profundo
en mi pecho
se grabó tu recuerdo,
tu dulce sonrisa
y esa mirada
colmada de ternura.

En mi mente aún persiste
el recuerdo de tu voz,
de esos dulces "te amo"
que gemías en mi oído,
cuando hacíamos el amor.

En mi mente aún suena
esa melodía
tan tuya y tan mía,
que bailamos desnudos,
bajo la luz de la luna.

Me pregunto si fue
el embrujo de
tantas noches
o el encanto de
los amaneceres,
quienes te
hicieron única;
tan mía como
quisiste ser.

Amarte y decirlo
fue tan sincero,
tan real,
como los besos
que recorrieron tu cuerpo,
hasta hacerte estallar.

Sabes que te amé,
pero no me busques;
aún la herida sigue viva
y no está el
corazón preparado,
para amarte otra vez.