lunes, 13 de abril de 2015

Lo aprendido, se comparte

Elisa creció entre hippies, aprendiendo lo que era vivir el amor libre y siendo testigo de la intensa pasión de sus padres... Mientras estuvo con ellos, devoraba libros de romance, pasión y sexo. Pero su primera experiencia (a los 15 años), distaba mucho de todo lo que había leído.


Su chico ideal bailaba muy bien, era atlético, atractivo, besaba intensamente; pero al hacer el amor, se desesperaba y poco le preocupaba lo que ella sintiera, o si estaba realmente preparada. Y así conoció a un segundo y un tercero; pero resultaron ser tan frustrantes como el primero.

En su búsqueda, tres años después de su primera experiencia, conoció a Miguel; un sujeto mayor. En él, encontró el placer que buscaba. Era mesurado, tranquilo, tierno, amable; pero en la cama era intenso y profundamente pasional. Se tomaba sus tiempos, la seducía de maneras inimaginables; provocando sus pasiones, sin siquiera tocarla. Le enseñó a disfrutar de algunos “accesorios”; mismos que manejaba con absoluta maestría... Y algunas cosas más.

De él aprendió mucho; le ayudó a liberarse, a relajarse, y a sentir en el alma, lo que el cuerpo le comunicaba. Pero al poco tiempo, él se marchó; le dio a entender que debía forjar su propio futuro y que a su lado, eso no sería posible. Como último consejo le dijo: “Lo aprendido, se comparte”

Estando en la universidad, conoció a Fernando; un “novato”, que le recordó sus primeros amores... Una tarde, mientras caminaban por el parque, se besaron muy intensamente... Ella sintió despertar la pasión que se había llevado Miguel.


Esa noche tuvieron un intenso, pero breve encuentro sexual. Era como los otros chicos, sin lugar a dudas; pero su corazón latía como el de Miguel y eso, la hizo meditar... Era la hora de enseñar lo aprendido; siempre y cuando, Fernando estuviese dispuesto a aprender.

Enfrentar el tema no era fácil. Fue así que decidió “instruirlo”, sin que él lo notara...

En su siguiente noche le propuso un juego, del cual no daría muchos detalles. En Fernando estaba el aceptar, y si confiaba en ella o no... Él se dejó llevar.

Elisa sabía que para obtener lo que deseaba, primero debía darle a probar algo único. Y de buenas a primeras, lo ató a una silla... Así, sin preguntas ni palabras... Ella lo soltaría, en tanto él lo pidiera, pero la curiosidad de Fernando pudo más...

Elisa puso música suave, bajó la luz y se puso a bailar. Bailaba y le coqueteaba. Al segundo tema se quitó la blusa, quedando con su brassier a la vista.

Continuó con el baile, acariciándose con la yema de los dedos... ‘Aquí, por donde han pasado mis dedos, deseo tus besos, amor’ (le susurró al oído)... Y luego se quitó el pantalón.

Sonó un tercer tema y ella siguió describiendo líneas y círculos sobre su piel, sus pechos, muslos y su entrepierna... Fernando no podía más, pero se contenía... Elisa decidió soltarlo, y esa noche consiguió estar muy cerca de lo que Miguel le hacía sentir...

La siguiente noche en que se encontraron, inventó un segundo juego; y luego un tercero, y así, hasta lograr lo que buscaba...


Era una noche de viernes, y tras una salida con los amigos, se fueron a un hotel. Ella ingresó primero a la ducha, mientras Fernando pedía algo para beber... Él salió de la ducha con la toalla a la cintura, la que tras un par de pasos dejó caer. La miró a los ojos y le dio un sutil, pero prolongado beso. La volvió a mirar a los ojos, besó su cuello y bajó hasta sus desnudos pechos. Los besó sutilmente y describió círculos con su lengua, hasta conseguir la turgencia de estos. Continuó bajando, mientras sus manos pasaron a ocupar el lugar que sus labios habían dejado... Llegó a su entrepierna y sutilmente abrió la flor que tenía en frente. Con sus dedos despejó el camino y su lengua conquistó ese pequeño y sutil “botón del infierno”, con que ella comenzó a arder... Besaba y acariciaba; lamía y sutilmente succionaba... La humedad de Elisa brotaba de entre sus piernas, pero él se tomaba su tiempo antes de penetrarla... Fue intenso, pero pausaba su actuar. Hacía un gran esfuerzo para contenerse y hacerla disfrutar... Ella tuvo un primer orgasmo, pero él se resistía; no quería acabar aún... La besaba, la acariciaba, la miraba a los ojos, y con ello parecía decirle que le amaba.


La continuó besando y la poseyó una vez más, pero esta vez, ubicándose tras ella y tomándola de las caderas... Tierno, pausado, pero intenso a la vez... Ese segundo orgasmo no se hizo esperar, y esta vez él derramó su ser en ella... Disfrutando como jamás había logrado hacerlo antes...

Varias noches más, experimentaron nuevas forma de placer... Pero Elisa sentía un vacío, que sólo había llenado Miguel...

Y Miguel regresó. Simplemente se presentó a su puerta y sin decir nada, se la llevó...


En su ser interno, Fernando sentía que ella no era para él; era toda una mujer y a él, le faltaba mucho por aprender... 

miércoles, 1 de abril de 2015

De los estudios, al amor.

Era el último año de universidad de Fernando, y aunque él siempre fue muy preocupado de sus estudios, siempre se dejó un espacio para el romance.


Cada año había conocido una chica diferente. En primer año fue una de artes (Elisa). Una chica muy relajada y libre como el viento. Con ella tuvo sus primeras experiencias sexuales; sin lugar a dudas, no pudo haberse topado con alguien mejor. Además de tierna y amorosa, era profundamente pasional; pero a la vez, tranquila y relajada cuando algo “salía mal” (vale decir, él se iba antes, de que ella comenzara a sentir placer). Otras le hubieran dado una bofetada, y echado desnudo a la calle; pero ella no. Le enseñó a medir sus tiempos, a relajarse y dejar que fluyeran “las energías”... Al cabo de unas semanas, lo había convertido en un sujeto más controlado y ambos gozaban de muy buen sexo... Pero sólo era eso; sexo... Ella conoció a otro sujeto, el cual le revolucionó las hormonas y se marchó con él.


Pero el dolor duró lo que tardaba en llegar el verano; ahí participó de un voluntariado de ayuda social, y conoció a Camila. Ella además, era miembro de una agrupación animalista. Juntos pasaron penas y alegrías, hasta que surgió la chispa y ardió la pasión; pero fue una pasión fugaz... Fernando descubrió que era alérgico a los gatos, y ella no estaba dispuesta a dejar a su “Micifuz”.


Luego llego Aurora. Hacía honor a su nombre; al amanecer resplandecía su rostro, y de ella parecía brotar un aura mágica y celestial... Era bella y lozana, pero tenía un carácter bipolar con el cual era difícil lidiar. Lo intentó, ¡y vaya que lo intentó!; hasta el punto de ceder casi todas sus libertades individuales, menos una... Una vez al año, él visitaba la tumba de sus abuelos maternos, con quienes había pasado gran parte de su infancia, tras el fallecimiento de sus padres. Ese día, Aurora iba a celebrar el cumpleaños de su mejor amiga, y quería aprovechar de “estrenar en sociedad”, su nuevo y muy amado novio (y por cierto, lo amaba hasta la locura)... Jamás le perdonó que estuviera ausente... Literalmente, enloqueció... Si no hubiera sido por sus amigas, termina saltando por el balcón del departamento... Tras ese incidente, los padres de Aurora decidieron internarla muy lejos de Fernando; tanto, que jamás tuvieran la posibilidad de volverse a ver.


Tras ese último fallido romance, Fernando solo quería terminar la universidad y marcharse al extranjero... Pero nada estaba escrito y, en su último semestre, conoció a Leticia... Solo había un pequeño inconveniente, y no es el que ella fuera 5 años mayor; sino que: Ella era su maestra...


Las normas de la universidad eran muy estrictas, en cuanto a las relaciones de los maestros con sus alumnos, y Leticia recién se estaba forjando un prometedor futuro laboral, como docente universitaria.

Aunque él muchas veces se le insinuó, ella parecía ser de roca sólida. Ni siquiera un mínimo gesto de aprobación, ante tantos desbordes de galantería...


Eso confundía a Fernando, y a la vez lo motivaba a ser más ingenios: La invitó a cenar a un lugar discreto, en el que preparaban deliciosos platos; ella no llegó... Le enviaba flores a su casa, y él las encontraba tiradas en el basurero... Le hizo llegar entradas para un concierto, al cual tampoco llegó... Poemas, serenatas (sí, serenatas cantadas por él mismo), chocolates, golosinas varias, perfumes... Y nada...

Tras la ceremonia de titulación, y antes de partir al extranjero, dio una última visita a su casa. En tanto tocó el timbre, sintió que una mano lo jalaba hacia el interior... Sin siquiera recuperarse de la primera impresión, sintió unos suaves y dulces labios, posarse sobre los suyos. Al mismo tiempo, unas nerviosas manos, con bruscos movimientos, le comenzó a arrebatar la ropa... Él se dejó llevar por algunos instantes, y luego se sumó al pasional y salvaje acto, abrazando a esa lujuriosa y ardiente mujer, y estrechándola firmemente contra sus brazos...


Besó su cuello con sutileza, pero sin despegar los labios de esa tersa piel... Bajó hasta sus pechos y devoró los firmes pezones que se mostraron ante él... Siguió bajando y bebió la humedad de sus carnosos y suaves labios; al momento que con sus dedos se abría camino, para que su legua llegara a la base de la fuente y activara el botón del infierno (mismo que terminaría por develar toda esa pasión contenida durante meses)...


Las horas se sucedían y entre gemidos y cogidas intensas, pero pausadas, ambos estallaron de placer. Ella sintió como corría un tibio manantial en su interior, y él sentía unos pequeños espasmos que apresaban y soltaban simultáneamente, su turgente virilidad...


Se amaron hasta el amanecer del día siguiente, y fue en ese instante (entre los primeros rayos del amanecer y pasionales embestidas), en que decidieron construir una vida, juntos...