Era el último año de universidad
de Fernando, y aunque él siempre fue muy preocupado de sus estudios, siempre se
dejó un espacio para el romance.
Cada año había conocido una chica
diferente. En primer año fue una de artes (Elisa). Una chica muy relajada y
libre como el viento. Con ella tuvo sus primeras experiencias sexuales; sin
lugar a dudas, no pudo haberse topado con alguien mejor. Además de tierna y
amorosa, era profundamente pasional; pero a la vez, tranquila y relajada cuando
algo “salía mal” (vale decir, él se iba antes, de que ella comenzara a sentir
placer). Otras le hubieran dado una bofetada, y echado desnudo a la calle; pero
ella no. Le enseñó a medir sus tiempos, a relajarse y dejar que fluyeran “las
energías”... Al cabo de unas semanas, lo había convertido en un sujeto más
controlado y ambos gozaban de muy buen sexo... Pero sólo era eso; sexo... Ella
conoció a otro sujeto, el cual le revolucionó las hormonas y se marchó con él.
Pero el dolor duró lo que tardaba en llegar el verano; ahí
participó de un voluntariado de ayuda social, y conoció a Camila. Ella además,
era miembro de una agrupación animalista. Juntos pasaron penas y alegrías,
hasta que surgió la chispa y ardió la pasión; pero fue una pasión fugaz...
Fernando descubrió que era alérgico a los gatos, y ella no estaba dispuesta a
dejar a su “Micifuz”.
Luego llego Aurora. Hacía honor a su nombre; al amanecer
resplandecía su rostro, y de ella parecía brotar un aura mágica y celestial...
Era bella y lozana, pero tenía un carácter bipolar con el cual era difícil
lidiar. Lo intentó, ¡y vaya que lo intentó!; hasta el punto de ceder casi todas
sus libertades individuales, menos una... Una vez al año, él visitaba la tumba
de sus abuelos maternos, con quienes había pasado gran parte de su infancia,
tras el fallecimiento de sus padres. Ese día, Aurora iba a celebrar el
cumpleaños de su mejor amiga, y quería aprovechar de “estrenar en sociedad”, su
nuevo y muy amado novio (y por cierto, lo amaba hasta la locura)... Jamás le perdonó
que estuviera ausente... Literalmente, enloqueció... Si no hubiera sido por sus
amigas, termina saltando por el balcón del departamento... Tras ese incidente,
los padres de Aurora decidieron internarla muy lejos de Fernando; tanto, que
jamás tuvieran la posibilidad de volverse a ver.
Tras ese último fallido romance, Fernando solo quería
terminar la universidad y marcharse al extranjero... Pero nada estaba escrito
y, en su último semestre, conoció a Leticia... Solo había un pequeño
inconveniente, y no es el que ella fuera 5 años mayor; sino que: Ella era su
maestra...
Las normas de la universidad eran muy estrictas, en cuanto
a las relaciones de los maestros con sus alumnos, y Leticia recién se estaba
forjando un prometedor futuro laboral, como docente universitaria.
Aunque él muchas veces se le insinuó, ella parecía ser de
roca sólida. Ni siquiera un mínimo gesto de aprobación, ante tantos desbordes de
galantería...
Eso confundía a Fernando, y a la vez lo motivaba a ser más
ingenios: La invitó a cenar a un lugar discreto, en el que preparaban
deliciosos platos; ella no llegó... Le enviaba flores a su casa, y él las
encontraba tiradas en el basurero... Le hizo llegar entradas para un concierto,
al cual tampoco llegó... Poemas, serenatas (sí, serenatas cantadas por él
mismo), chocolates, golosinas varias, perfumes... Y nada...
Tras la ceremonia de titulación, y antes de partir al
extranjero, dio una última visita a su casa. En tanto tocó el timbre, sintió
que una mano lo jalaba hacia el interior... Sin siquiera recuperarse de la
primera impresión, sintió unos suaves y dulces labios, posarse sobre los
suyos. Al mismo tiempo, unas nerviosas manos, con bruscos movimientos, le
comenzó a arrebatar la ropa... Él se dejó llevar por algunos instantes, y luego
se sumó al pasional y salvaje acto, abrazando a esa lujuriosa y ardiente mujer,
y estrechándola firmemente contra sus brazos...
Besó su cuello con sutileza, pero sin despegar los labios
de esa tersa piel... Bajó hasta sus pechos y devoró los firmes pezones que se
mostraron ante él... Siguió bajando y bebió la humedad de sus carnosos y suaves
labios; al momento que con sus dedos se abría camino, para que su legua llegara
a la base de la fuente y activara el botón del infierno (mismo que terminaría
por develar toda esa pasión contenida durante meses)...
Las horas se sucedían y entre gemidos y cogidas intensas,
pero pausadas, ambos estallaron de placer. Ella sintió como corría un tibio
manantial en su interior, y él sentía unos pequeños espasmos que apresaban y
soltaban simultáneamente, su turgente virilidad...
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