Era un día de esos en
que llueve bastante y no dan ganas de salir de casa; la Tv repetía las mismas
películas de siempre y en las redes sociales los temas agotaban: que si no
hablaban de política, era de fútbol (pasión de multitudes), o en el caso de mi
cuenta de letras, había varios corazones rotos sangrando por la herida. Aunque
sentía en mi interior que debía dirigirles algunas palabras de apoyo, los años
me habían enseñado que ser cordial en esos instantes, era muy peligroso. O
pensaban que te querías aprovechar de ellas en su momento de debilidad, o
descargaban en ti toda la rabia contenida contra ese ser al que seguían amando,
a pesar de haberles roto el corazón.
Visto así, tal vez
sentir gotas de lluvia empapar tu rostro, no parecía tan mala idea. Tomé mi
ropa deportiva y salí a trotar por las calles desiertas. Uno que otro automóvil
se desplazaba rápido (como si su casa no fuera a estar ahí cuando regresaran). Y
mientras mi mente divagaba y los autos circulaban a toda velocidad, uno de
ellos pasó junto a una gran posa de agua, cubriéndome completamente con agua y
lodo. A pesar de todo, la escena me pareció muy divertida; a esas alturas ya no
me parecía tan mala la idea de haberme quedado en casa, junto al fuego y viendo
por enésima vez batalla naval. Me quedé quieto por unos instantes y vi que el
vehículo se detuvo algunos metros más adelante (era un Mazda deportivo rojo; una
belleza de automóvil), se abrió la puerta del conductor y se bajó una señorita
pidiendo disculpas por lo sucedido; notó cómo tiritaba de frío y se ofreció a
llevarme a mi casa.
Vi sus ojos y la
reconocí de inmediato. Era esa guapa chica que seguía en Instagram; le dije que
estaba completamente embarrado y que ensuciaría su automóvil, pero ella fue tan
dulce e insistente, que no me pude negar. Ella colocó sobre el asiento algunas
hojas del periódico que acababa de comprar y sonriendo me dijo: “¡problema solucionado!”.
A esas alturas yo sentía que algo pasaba en mi interior, pero no sabía precisar
qué era. Me subí al automóvil, y con la parte frontal de mi sudadera me limpié
el rostro; tenía barro hasta dentro de los oídos. Ella comenzó a conducir
consultándome por mi domicilio, en eso llegamos al semáforo, me miró, y volvió
a sonreír (me había reconocido); ‘¡Eres tú!’- exclamó -, eres @Cosakkait…
Grande fue mi sorpresa
al ver que me reconocía. Ella tenía muchísimos seguidores y aunque jamás había
dado un solo “me gusta” a mis fotos, parecía que sí las había visto.
Al darle mi dirección
me manifestó que estábamos bastante alejados y lo mejor sería que primero
pasáramos a su departamento por ropa seca, o terminaría pescando una pulmonía
que me dejaría en cama varios días. No me negué, aunque me surgió la inquietud
de qué ropa me facilitaría. Llegamos a su departamento, el cual estaba muy bien
decorado. De entrada me topé con ese gran espejo de cuerpo entero en que solía
tomarse las fotos que subía a la red; Oh! Sí!, las fotos; me pregunté si aún
tenía esa sensual ropa íntima, de la foto que me sedujo a seguirla…
No sé si ella me estaba
leyendo la mente, o es que adivinaba mis libidinosos pensamientos, mientras
miraba el espejo. Manifestó que trabajaba en el mundo del modelaje y que su
manager le recomendó que sería bueno subir a las redes sociales algunas fotos
tomadas por ella misma. Fui testigo de un sinnúmero de propuestas indecentes
que recibió tras publicar la imagen a la que hacía alusión.
No sé de dónde me
nacieron algunas palabras de consuelo; antes de que lo notara, ella me estaba
abrazando. Vi su rostro tierno y la noté tan frágil y débil, que solo atiné a
seguirla abrazando en silencio.
Tras algunos minutos (los
mejores de mi vida), ella se separó de mí, limpió sus lágrimas, se dirigió a
una habitación contigua y me facilitó una tenida deportiva; “Es de mi ex” –
manifestó. Por lo visto, era algo que no regresaría a buscar. Pasé a otra habitación
y me quité mis ropas mojadas, usando las que ella me había facilitado; por lo
visto, su ex era de mi misma contextura.
Ella me llevó a mi casa
y tras detener el automóvil por algunos instantes, me abrazó nuevamente y me
besó en la mejilla. Fue el beso más dulce y tierno que había recibido en toda
mi vida. Llegué a casa, tomé una ducha y me tendí en la cama; tomé mi teléfono
y en la última fotografía que ella había subido escribí “gracias”.
Esa noche pensé en
ella, volví a tomar mi teléfono y revisé una a una sus fotografías, cuando de
improviso comenzaron a llegarme notificaciones de Instagram; llenó de corazones
mis fotografías. No pude evitar enviarle un DM por twitter y concertar una
cita. La vida me sonreía, y todo apuntaba a que ella era el verdadero y único
amor de mi vida.