miércoles, 2 de septiembre de 2015

La chica del Instagram



Era un día de esos en que llueve bastante y no dan ganas de salir de casa; la Tv repetía las mismas películas de siempre y en las redes sociales los temas agotaban: que si no hablaban de política, era de fútbol (pasión de multitudes), o en el caso de mi cuenta de letras, había varios corazones rotos sangrando por la herida. Aunque sentía en mi interior que debía dirigirles algunas palabras de apoyo, los años me habían enseñado que ser cordial en esos instantes, era muy peligroso. O pensaban que te querías aprovechar de ellas en su momento de debilidad, o descargaban en ti toda la rabia contenida contra ese ser al que seguían amando, a pesar de haberles roto el corazón.
Visto así, tal vez sentir gotas de lluvia empapar tu rostro, no parecía tan mala idea. Tomé mi ropa deportiva y salí a trotar por las calles desiertas. Uno que otro automóvil se desplazaba rápido (como si su casa no fuera a estar ahí cuando regresaran). Y mientras mi mente divagaba y los autos circulaban a toda velocidad, uno de ellos pasó junto a una gran posa de agua, cubriéndome completamente con agua y lodo. A pesar de todo, la escena me pareció muy divertida; a esas alturas ya no me parecía tan mala la idea de haberme quedado en casa, junto al fuego y viendo por enésima vez batalla naval. Me quedé quieto por unos instantes y vi que el vehículo se detuvo algunos metros más adelante (era un Mazda deportivo rojo; una belleza de automóvil), se abrió la puerta del conductor y se bajó una señorita pidiendo disculpas por lo sucedido; notó cómo tiritaba de frío y se ofreció a llevarme a mi casa.
Vi sus ojos y la reconocí de inmediato. Era esa guapa chica que seguía en Instagram; le dije que estaba completamente embarrado y que ensuciaría su automóvil, pero ella fue tan dulce e insistente, que no me pude negar. Ella colocó sobre el asiento algunas hojas del periódico que acababa de comprar y sonriendo me dijo: “¡problema solucionado!”. A esas alturas yo sentía que algo pasaba en mi interior, pero no sabía precisar qué era. Me subí al automóvil, y con la parte frontal de mi sudadera me limpié el rostro; tenía barro hasta dentro de los oídos. Ella comenzó a conducir consultándome por mi domicilio, en eso llegamos al semáforo, me miró, y volvió a sonreír (me había reconocido); ‘¡Eres tú!’- exclamó -, eres @Cosakkait…
Grande fue mi sorpresa al ver que me reconocía. Ella tenía muchísimos seguidores y aunque jamás había dado un solo “me gusta” a mis fotos, parecía que sí las había visto.
Al darle mi dirección me manifestó que estábamos bastante alejados y lo mejor sería que primero pasáramos a su departamento por ropa seca, o terminaría pescando una pulmonía que me dejaría en cama varios días. No me negué, aunque me surgió la inquietud de qué ropa me facilitaría. Llegamos a su departamento, el cual estaba muy bien decorado. De entrada me topé con ese gran espejo de cuerpo entero en que solía tomarse las fotos que subía a la red; Oh! Sí!, las fotos; me pregunté si aún tenía esa sensual ropa íntima, de la foto que me sedujo a seguirla…
No sé si ella me estaba leyendo la mente, o es que adivinaba mis libidinosos pensamientos, mientras miraba el espejo. Manifestó que trabajaba en el mundo del modelaje y que su manager le recomendó que sería bueno subir a las redes sociales algunas fotos tomadas por ella misma. Fui testigo de un sinnúmero de propuestas indecentes que recibió tras publicar la imagen a la que hacía alusión.
No sé de dónde me nacieron algunas palabras de consuelo; antes de que lo notara, ella me estaba abrazando. Vi su rostro tierno y la noté tan frágil y débil, que solo atiné a seguirla abrazando en silencio.
Tras algunos minutos (los mejores de mi vida), ella se separó de mí, limpió sus lágrimas, se dirigió a una habitación contigua y me facilitó una tenida deportiva; “Es de mi ex” – manifestó. Por lo visto, era algo que no regresaría a buscar. Pasé a otra habitación y me quité mis ropas mojadas, usando las que ella me había facilitado; por lo visto, su ex era de mi misma contextura.
Ella me llevó a mi casa y tras detener el automóvil por algunos instantes, me abrazó nuevamente y me besó en la mejilla. Fue el beso más dulce y tierno que había recibido en toda mi vida. Llegué a casa, tomé una ducha y me tendí en la cama; tomé mi teléfono y en la última fotografía que ella había subido escribí “gracias”.

Esa noche pensé en ella, volví a tomar mi teléfono y revisé una a una sus fotografías, cuando de improviso comenzaron a llegarme notificaciones de Instagram; llenó de corazones mis fotografías. No pude evitar enviarle un DM por twitter y concertar una cita. La vida me sonreía, y todo apuntaba a que ella era el verdadero y único amor de mi vida.

martes, 1 de septiembre de 2015

El vuelo

Había pasado un año desde mi retiro de la universidad. Tres años perdidos estudiando derecho, y quedar en nada por culpa de un maestro arrogante y petulante. Al menos, quería convencerme de que ese desgraciado me había perjudicado; pero ya estaba comenzando a asumir que fue mi propia mediocridad la que me hizo fracasar. Un año ya, y con mis reservas económicas agotadas. Había vendido todos los muebles que podía vender, sólo me quedaba la TV, la cama, algunos libros y mis trajes formales…
Esa mañana salí a trotar, como solía hacer todas las mañanas;  era la forma de olvidar mis problemas y sentirme más animado. Me tropecé con un periódico del día anterior, que alguien había dejado tirado en la calle y, al levantarlo para arrojarlo al basurero, vi un aviso de empleo. Necesitaban vendedores de terreno y no se requería experiencia previa; la entrevista era con tenida formal. Al ver la fecha y la hora de la entrevista, noté que era en un par de horas, a pocas cuadras de mi casa. Tomé aire y corrí a tomar una ducha, recortar mi barba y lustrar mi calzado; la primera impresión lo es todo (pensé).


Conseguí el trabajo y hasta disfrutaba de lo que hacía. Más que vender suscripciones a revistas extranjeras, lo que hacía era venderles estatus a jóvenes profesionales. Gente aspiracional que con muy poco trabajo, querían conquistar el éxito, y según solía señalar en mi discurso de venta: “mi producto le abrirá las puertas a un mundo reservado sólo para gente triunfadora, gente relacionada a un alto nivel y con un bagaje cultural que no se encuentra en otras publicaciones de esta misma línea”… Los arribistas caían como moscas. Era mi venganza en contra de todos esos 'cerebritos' que me apabullaron en la universidad.
Tras algunos meses, el incentivo de la venganza quedó atrás; debía tratar bien a mis clientes, porque de su ego se alimentaba mi cuenta corriente. Había que moverse por distintas ciudades, y las de provincia eran un nicho poco explotado. Decidí tomar un avión a la zona costera y desde ahí, saltar de ciudad en ciudad hasta retornar a la capital. Iba a ser un vuelo más, pero jamás pensé que el amor viajaba en clase económica. Era una joven e inexperta aeromoza, cuyos ojos cafés y piel canela me dejaron estupefacto. Sin duda, era la mujer con la que siempre había soñado. Simulé que era mi primer viaje y que estaba un poco nervioso, por lo que requerí de su ayuda en más de una oportunidad. Cuando se inclinó para asegurarse de que tenía bien puesto el cinturón de seguridad, no pude evitar desviar la vista a su sutil escote; un coqueto lunar atrajo mi atención. Ya no cabía duda, esa mujer, que sin hacer nada fuera de lo normal, me estaba arrebatando el corazón y el alma (y despertando mi lado salvaje).
Cuando aterrizamos, esperé que ella abandonara el aeropuerto y le pedí al conductor del taxi que siguiera el vehículo en que se trasladaba. Llegamos a un hotel y casualmente, tenía habitaciones disponibles. El recepcionista me indicó la habitación 207, “queda junto a la de aquellas jóvenes” – manifestó, con risa un tanto irónica.
Dejé mis cosas en la habitación, me calcé las zapatillas, la remera y el short con que usualmente salía a trotar. Esa sería una buena forma de salir a recorrer la costa y de paso, ver la ubicación de potenciales futuros clientes; además, trotar siempre me ayudaba a pensar y debía idear una estrategia para lograr un encuentro casual con la encantadora aeromoza (su nombre era María Isabel, según pude averiguar).
La ciudad no me era desconocida, pasé algunos veranos en ella durante mi niñez. Enfilé hacia la plaza central, donde se ubicaban un alto número de oficinas y restaurantes. Tras un breve reconocimiento del terreno, dirigí mi rumbo hacia la costa. Era una tarde cálida y muy agradable. Paré unos minutos a elongar junto una pequeña plaza de juegos y para sorpresa mía, junto a mí pasaron trotando la bella María Isabel, junto a dos de sus compañeras de trabajo. Se detuvo de golpe, me reconoció, pero esta vez su mirada era distinta y su sonrisa me dio pie para dirigirle la palabra.


Sus amigas se alejaron discretamente, y nosotros charlamos por unas horas. Nos sorprendió el atardecer caminado por la playa. Grande fue su sorpresa al descubrir que alojábamos en el mismo hotel. Esa noche la invité a cenar y sin titubear, le robé un beso, un solitario, tierno y dulce beso. Cuando pensé que solo sería eso, ella se abalanzó a mis brazos y antes de que lo notáramos, estábamos en mi habitación.
Por mis viajes, llevaba mucho tiempo sin tener una aventura, y mucho tiempo más desde mi última relación estable. No podía creer que tras varios meses de soledad y dedicación exclusiva a mi trabajo, el amor me sonriera de manera tan intensa. La estrechaba en mis brazos, miraba tiernamente sus ojos, sus labios, su sonrisa. Recién la estaba conociendo, pero sentía que la conocía de toda la vida.

Esa misma noche ella fue mía; comencé besando apasionadamente sus labios, y mientras una a una iban cayendo nuestras vestimentas, asomó ese bello lunar que tanto había llamado mi atención, lo besé sin prisa y con mucha sutileza. Sentí como se agitaba su aliento y noté la firme erección de sus pezones, tras el brasier.
Cayeron nuestras últimas prendas, la sangre ya nos hervía, pero no teníamos prisa. A la mañana siguiente salía su vuelo y para eso faltaban varias horas…, y varios orgasmos…


De su cuello a su lunar, y de ahí a sus pechos. Besos, sutiles o efusivos, según los estallidos de nuestras hormonas. Bajé por su vientre y descubrí una sutil y suave flor, cuyos pétalos se abrieron ante mis suspiros. Primero fueron mis labios, luego mi lengua, quienes despertaron ese botón mágico. Corrientes eléctricas corrían desde esa sutileza hacia sus rodillas, al tiempo que arqueaba su espalda y sufría leves asfixias; espasmos de la piel, al tiempo que brotaba de ella una dulce miel. Poseerla fue un sueño. Como volar sobre las nubes, quedarse sin aire y volver al suelo.


Amándonos, nos descubrió el amanecer. Ya se aproximaba la hora de la despedida y ninguno quería ceder. La despedida fue dolorosa, pero la vida debía continuar. En dos días volvería a la ciudad, dos días en que yo podría dedicarme a trabajar, realizar algunas buenas ventas y luego, con ella disfrutar.

Meses estuvimos juntos, su ruta de vuelo trazaba mi destino. Bailábamos, reíamos, nos amábamos con el alma, como si fuera cosa de mi destino estar con ella, o el de ella estar conmigo…