Esa mañana me sentía afortunado. El
día anterior me habían llamado para una entrevista de trabajo y el clima estaba
exquisito; ¡por fin había llegado la primavera!. Como era temprano abordé el
transporte público y mientras miraba por la ventana, sentí un exquisito aroma. Inmediatamente
me incorporé para saber quién era la persona que usaba tan delicado perfume; vi
que era una atractiva joven, la cual se había sentado detrás de mí y voltee para
preguntarle:
-
Disculpa, ese perfume que usas ¿es francés?
-
No, es italiano – manifestó.
-
Ah!, preguntaba porque pronto es el cumpleaños
de mi madre y quería saber dónde conseguir algo así, para obsequiárselo –
Agregué.
Y dicho eso, y percibiendo que le
había molestado la pregunta, me incorporé en mi asiento y nuevamente volví la
vista hacia la ventana.
En tanto llegué al terminal, bajé
y me dirigí a la dirección en que sería la entrevista. Aunque quedaba a unas 15
cuadras, preferí caminar; la mañana estaba ideal y así tal vez lograría quitarme
de la cabeza la imagen de esa bella joven. Vestía demasiado bien como para ser
una secretaria, lo más probable es que fuera una ejecutiva y yo, yo era de otro
mundo; además, estaba desempleado.
Llegué a la entrevista y tras
unos 10 minutos de espera, me hicieron pasar a una amplia oficina. Relaté mi
experiencia, vieron mis antecedentes y cuando estaba por terminar la
entrevista, ingresó alguien que golpeó la puerta al cerrarla; sentí un aroma conocido, pero no quise
voltear a ver quién era.
-
Necesito un chofer y que sea lo antes posible –
Manifestó la joven.
-
Estamos en las entrevistas – Manifestó el
aludido.
En ese instante dirigió la vista
hacia mí, y preguntó si yo cumplía los requisitos, a lo cual la respuesta fue afirmativa.
-
¿Cómo te llamas? – me dijo
-
Francisco – Respondí.
Ese día comencé a ser su chofer.
Cada vez que viajábamos, discretamente
la observaba de reojo por el espejo retrovisor.
La semana había pasado volando y
cuando ya estaba por terminar mi horario, ella se dirigió hacia mí, y me
entregó un pequeño paquete.
-
Es para su madre – señaló - Usted se lo ha ganado – agregó.
No alcancé a darle las gracias,
desapareció tan rápido como llegó.
Pasaron los días y las semanas. Ella
no hablaba mucho, pero noté que a veces me miraba mientras yo conducía. ¿Sería
que habría notado que yo también la observaba? Esperaba que no, o tendría que
despedirme del trabajo.
Cierta noche me pidió que la
llevara a una cena. Se veía bellísima, y no pude evitar quedar con la boca
abierta; me sorprendió y sonrió.
Tras esa salida, noté que era más
comunicativa, más simpática; yo la oía y le respondía con monosílabos, hasta
que un día me llamó a la oficina. Me habló golpeado, me criticó que era
altanero e ignoraba sus preguntas, que yo era descortés y además, que la miraba
por el espejo retrovisor exponiéndola a sufrir un accidente. Yo palidecí,
pensé que me despediría pero mientras mil cosas daban vueltas por mi cabeza,
ella me robó un beso; y me dijo que me fuera a mi casa, que al día siguiente me
necesitaba temprano.
Esa noche no pude dormir. Pensaba
en ella, en su rostro angelical, sus dulces labios y… y en toda su hermosa
figura. Me estaba enamorando, y eso no era bueno.
Una semana después me llamó por teléfono, me pidió que le llevara unos documentos a su departamento, “que los necesitaba con suma urgencia”. Jamás imaginé lo que sucedería…
Me hizo pasar, me indicó que
dejara los documentos sobre la mesa y que le esperara junto a la puerta. Yo
acaté las instrucciones y desde mi posición noté que había un espejo al fondo
del pasillo. Fue cosa de medio segundo o quizá menos, en que vi su reflejo; lucía
una ropa interior de encajes que la hacían ver exquisita. El corazón se me
quería salir del pecho, las manos me sudaban y mi pantalón daba cuenta de que
algo más sucedía. Una vez más ella pasó frente al espejo y me sorprendió…
Así tal cual la había visto, se
dirigió hacia mí. Recibí una gran bofetada por fisgón y luego un beso más
intenso que el de días atrás… esta vez respondí. La besé como nunca había
besado a mujer alguna. Sus labios, su cuello; descendí lentamente, quitando
cualquier obstáculo que hubiera en mi camino, hasta llegar al paraíso, pasando
antes por esos erguidos botones que apuntaban al cielo… me centré en esa dulce
y tibia humedad que me llamaba, que se llovía al ritmo de mis besos.
Nos amamos. Nos revolcamos en la
alfombra, sobre la mesa, terminando entre sus suaves y perfumadas sábanas… Ella
era increíble; tierna y apasionada, dulce y salvaje. Arañó mi espalda con sus
largas uñas, con sus besos marcó mi pecho y bajó dejando huella hasta conquistar
mi hombría…
Esa mañana no salimos de su
departamento. Nos amamos, nos besamos apasionadamente y nos cubrimos de mutuas
caricias, así como de salvajes vaivenes... Era un sueño hecho realidad, y yo
era parte de ese sueño.
Para cuando terminé de vestirme,
ella me susurró al oído: ¡Estás despedido!
Me acompañó hasta la puerta y me
dijo. “Mañana te espero a la misma hora, cariño”…