miércoles, 21 de octubre de 2015

Una copa y un suspiro

Era una solitaria noche, el fuego ardía en la chimenea y él saboreaba uno de los vinos de su bodega. Para esa noche había elegido un delicioso Carménère. Mientras bebía a sorbos lentos y espaciados, percibiendo el aroma y el cuerpo del vino, puso su mente en blanco, como buscando un recuerdo específico.
El color rubí del vino le recordaba el color de su labial, mismo con el que cada vez que se veían, dejaba una marca en el cuello de su camisa.
Mientras bebía y sentía un leve adormecimiento en la lengua, así como una sequedad en su boca, recordaba el sabor de esos labios, cada vez que se besaban (hasta despertar la pasión que parecía dormida).
Un sorbo más y sus mejillas se sonrojaban; tal como sucedía cuando la besaba, bajando por su vientre hasta alcanzar la base de sus piernas. Ese vértice prohibido, suave, húmedo y lascivo; que encendía la hoguera, al ritmo de sus besos y las caricias de sus dedos.
Ya casi veía el fondo de la copa, pero los recuerdos no cesaban. Parecía sentir el jadeo galopante, de su bella amada; cuando posada sobre él movía sus caderas, con ritmo constante, intenso y gratificante.
Un último sorbo y acababa la copa, mirando el fuego de la chimenea en que, poco a poco, mermaba la leña de la hoguera.
Acariciaba la alfombra, donde la última vez vivió la gloria. Ella se entregó a él como una adolescente inocente, dulce y candente. Fue una noche de invierno, en que la única luz que tenían era la llama de la hoguera en la chimenea.

No quedaba más vino, el orgullo estaba aturdido y vencido; dejó la copa sobre la mesa y soltó un suspiro… tomó el teléfono y le dijo: “Lo siento, amor mío”.

domingo, 4 de octubre de 2015

La dama del perfume



Esa mañana me sentía afortunado. El día anterior me habían llamado para una entrevista de trabajo y el clima estaba exquisito; ¡por fin había llegado la primavera!. Como era temprano abordé el transporte público y mientras miraba por la ventana, sentí un exquisito aroma. Inmediatamente me incorporé para saber quién era la persona que usaba tan delicado perfume; vi que era una atractiva joven, la cual se había sentado detrás de mí y voltee para preguntarle:
-          Disculpa, ese perfume que usas ¿es francés?
-          No, es italiano – manifestó.
-          Ah!, preguntaba porque pronto es el cumpleaños de mi madre y quería saber dónde conseguir algo así, para obsequiárselo – Agregué.
Y dicho eso, y percibiendo que le había molestado la pregunta, me incorporé en mi asiento y nuevamente volví la vista hacia la ventana.
En tanto llegué al terminal, bajé y me dirigí a la dirección en que sería la entrevista. Aunque quedaba a unas 15 cuadras, preferí caminar; la mañana estaba ideal y así tal vez lograría quitarme de la cabeza la imagen de esa bella joven. Vestía demasiado bien como para ser una secretaria, lo más probable es que fuera una ejecutiva y yo, yo era de otro mundo; además, estaba desempleado.
Llegué a la entrevista y tras unos 10 minutos de espera, me hicieron pasar a una amplia oficina. Relaté mi experiencia, vieron mis antecedentes y cuando estaba por terminar la entrevista, ingresó alguien que golpeó la puerta al cerrarla;  sentí un aroma conocido, pero no quise voltear a ver quién era.
-          Necesito un chofer y que sea lo antes posible – Manifestó la joven.
-          Estamos en las entrevistas – Manifestó el aludido.
En ese instante dirigió la vista hacia mí, y preguntó si yo cumplía los requisitos, a lo cual la respuesta fue afirmativa.
-          ¿Cómo te llamas? – me dijo
-          Francisco – Respondí.
Ese día comencé a ser su chofer.
Cada vez que viajábamos, discretamente la observaba de reojo por el espejo retrovisor.
La semana había pasado volando y cuando ya estaba por terminar mi horario, ella se dirigió hacia mí, y me entregó un pequeño paquete.
-          Es para su madre – señaló  - Usted se lo ha ganado – agregó.
No alcancé a darle las gracias, desapareció tan rápido como llegó.
Pasaron los días y las semanas. Ella no hablaba mucho, pero noté que a veces me miraba mientras yo conducía. ¿Sería que habría notado que yo también la observaba? Esperaba que no, o tendría que despedirme del trabajo.
Cierta noche me pidió que la llevara a una cena. Se veía bellísima, y no pude evitar quedar con la boca abierta; me sorprendió y sonrió.
Tras esa salida, noté que era más comunicativa, más simpática; yo la oía y le respondía con monosílabos, hasta que un día me llamó a la oficina. Me habló golpeado, me criticó que era altanero e ignoraba sus preguntas, que yo era descortés y además, que la miraba por el espejo retrovisor exponiéndola a sufrir un accidente. Yo palidecí, pensé que me despediría pero mientras mil cosas daban vueltas por mi cabeza, ella me robó un beso; y me dijo que me fuera a mi casa, que al día siguiente me necesitaba temprano.
Esa noche no pude dormir. Pensaba en ella, en su rostro angelical, sus dulces labios y… y en toda su hermosa figura. Me estaba enamorando, y eso no era bueno.


Una semana después me llamó por teléfono, me pidió que le llevara unos documentos a su departamento, “que los necesitaba con suma urgencia”. Jamás imaginé lo que sucedería…
Me hizo pasar, me indicó que dejara los documentos sobre la mesa y que le esperara junto a la puerta. Yo acaté las instrucciones y desde mi posición noté que había un espejo al fondo del pasillo. Fue cosa de medio segundo o quizá menos, en que vi su reflejo; lucía una ropa interior de encajes que la hacían ver exquisita. El corazón se me quería salir del pecho, las manos me sudaban y mi pantalón daba cuenta de que algo más sucedía. Una vez más ella pasó frente al espejo y me sorprendió…


Así tal cual la había visto, se dirigió hacia mí. Recibí una gran bofetada por fisgón y luego un beso más intenso que el de días atrás… esta vez respondí. La besé como nunca había besado a mujer alguna. Sus labios, su cuello; descendí lentamente, quitando cualquier obstáculo que hubiera en mi camino, hasta llegar al paraíso, pasando antes por esos erguidos botones que apuntaban al cielo… me centré en esa dulce y tibia humedad que me llamaba, que se llovía al ritmo de mis besos.
Nos amamos. Nos revolcamos en la alfombra, sobre la mesa, terminando entre sus suaves y perfumadas sábanas… Ella era increíble; tierna y apasionada, dulce y salvaje. Arañó mi espalda con sus largas uñas, con sus besos marcó mi pecho y bajó dejando huella hasta conquistar mi hombría…
Esa mañana no salimos de su departamento. Nos amamos, nos besamos apasionadamente y nos cubrimos de mutuas caricias, así como de salvajes vaivenes... Era un sueño hecho realidad, y yo era parte de ese sueño.


Para cuando terminé de vestirme, ella me susurró al oído: ¡Estás despedido!

Me acompañó hasta la puerta y me dijo. “Mañana te espero a la misma hora, cariño”…