domingo, 4 de octubre de 2015

La dama del perfume



Esa mañana me sentía afortunado. El día anterior me habían llamado para una entrevista de trabajo y el clima estaba exquisito; ¡por fin había llegado la primavera!. Como era temprano abordé el transporte público y mientras miraba por la ventana, sentí un exquisito aroma. Inmediatamente me incorporé para saber quién era la persona que usaba tan delicado perfume; vi que era una atractiva joven, la cual se había sentado detrás de mí y voltee para preguntarle:
-          Disculpa, ese perfume que usas ¿es francés?
-          No, es italiano – manifestó.
-          Ah!, preguntaba porque pronto es el cumpleaños de mi madre y quería saber dónde conseguir algo así, para obsequiárselo – Agregué.
Y dicho eso, y percibiendo que le había molestado la pregunta, me incorporé en mi asiento y nuevamente volví la vista hacia la ventana.
En tanto llegué al terminal, bajé y me dirigí a la dirección en que sería la entrevista. Aunque quedaba a unas 15 cuadras, preferí caminar; la mañana estaba ideal y así tal vez lograría quitarme de la cabeza la imagen de esa bella joven. Vestía demasiado bien como para ser una secretaria, lo más probable es que fuera una ejecutiva y yo, yo era de otro mundo; además, estaba desempleado.
Llegué a la entrevista y tras unos 10 minutos de espera, me hicieron pasar a una amplia oficina. Relaté mi experiencia, vieron mis antecedentes y cuando estaba por terminar la entrevista, ingresó alguien que golpeó la puerta al cerrarla;  sentí un aroma conocido, pero no quise voltear a ver quién era.
-          Necesito un chofer y que sea lo antes posible – Manifestó la joven.
-          Estamos en las entrevistas – Manifestó el aludido.
En ese instante dirigió la vista hacia mí, y preguntó si yo cumplía los requisitos, a lo cual la respuesta fue afirmativa.
-          ¿Cómo te llamas? – me dijo
-          Francisco – Respondí.
Ese día comencé a ser su chofer.
Cada vez que viajábamos, discretamente la observaba de reojo por el espejo retrovisor.
La semana había pasado volando y cuando ya estaba por terminar mi horario, ella se dirigió hacia mí, y me entregó un pequeño paquete.
-          Es para su madre – señaló  - Usted se lo ha ganado – agregó.
No alcancé a darle las gracias, desapareció tan rápido como llegó.
Pasaron los días y las semanas. Ella no hablaba mucho, pero noté que a veces me miraba mientras yo conducía. ¿Sería que habría notado que yo también la observaba? Esperaba que no, o tendría que despedirme del trabajo.
Cierta noche me pidió que la llevara a una cena. Se veía bellísima, y no pude evitar quedar con la boca abierta; me sorprendió y sonrió.
Tras esa salida, noté que era más comunicativa, más simpática; yo la oía y le respondía con monosílabos, hasta que un día me llamó a la oficina. Me habló golpeado, me criticó que era altanero e ignoraba sus preguntas, que yo era descortés y además, que la miraba por el espejo retrovisor exponiéndola a sufrir un accidente. Yo palidecí, pensé que me despediría pero mientras mil cosas daban vueltas por mi cabeza, ella me robó un beso; y me dijo que me fuera a mi casa, que al día siguiente me necesitaba temprano.
Esa noche no pude dormir. Pensaba en ella, en su rostro angelical, sus dulces labios y… y en toda su hermosa figura. Me estaba enamorando, y eso no era bueno.


Una semana después me llamó por teléfono, me pidió que le llevara unos documentos a su departamento, “que los necesitaba con suma urgencia”. Jamás imaginé lo que sucedería…
Me hizo pasar, me indicó que dejara los documentos sobre la mesa y que le esperara junto a la puerta. Yo acaté las instrucciones y desde mi posición noté que había un espejo al fondo del pasillo. Fue cosa de medio segundo o quizá menos, en que vi su reflejo; lucía una ropa interior de encajes que la hacían ver exquisita. El corazón se me quería salir del pecho, las manos me sudaban y mi pantalón daba cuenta de que algo más sucedía. Una vez más ella pasó frente al espejo y me sorprendió…


Así tal cual la había visto, se dirigió hacia mí. Recibí una gran bofetada por fisgón y luego un beso más intenso que el de días atrás… esta vez respondí. La besé como nunca había besado a mujer alguna. Sus labios, su cuello; descendí lentamente, quitando cualquier obstáculo que hubiera en mi camino, hasta llegar al paraíso, pasando antes por esos erguidos botones que apuntaban al cielo… me centré en esa dulce y tibia humedad que me llamaba, que se llovía al ritmo de mis besos.
Nos amamos. Nos revolcamos en la alfombra, sobre la mesa, terminando entre sus suaves y perfumadas sábanas… Ella era increíble; tierna y apasionada, dulce y salvaje. Arañó mi espalda con sus largas uñas, con sus besos marcó mi pecho y bajó dejando huella hasta conquistar mi hombría…
Esa mañana no salimos de su departamento. Nos amamos, nos besamos apasionadamente y nos cubrimos de mutuas caricias, así como de salvajes vaivenes... Era un sueño hecho realidad, y yo era parte de ese sueño.


Para cuando terminé de vestirme, ella me susurró al oído: ¡Estás despedido!

Me acompañó hasta la puerta y me dijo. “Mañana te espero a la misma hora, cariño”…

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