Durante varias noches, su
recorrido iba desde su departamento, a la orilla de la playa. Disfrutaba de la
soledad, admirando las noches estrelladas. Decía que las estrellas le hablaban
de ella, de su amor de la adolescencia, ese que había dejado de ver desde que
sus padres se mudaron. Cinco años habían transcurrido, y aún seguía pensando en
ella.
Había noches de luna, en que se
levantaba una suave brisa. Él se imaginaba historias que viajaban en las alas
del viento; tal vez, algún día el viento llevaría a otras costas, a otros
lugares, las historias de su solitaria vida.
Junto a la costa, quedaba el
terminal de buses. Aunque mucha gente circulaba por el lugar, él jamás desviaba
la vista en dirección a ellos; simplemente, observaba la costa o el cielo.
Esa era una noche de luna llena,
él estaba absorto oyendo cuchichear a las estrellas y percibiendo los aromas
que le traía el viento. Una joven se le acercó, queriendo preguntar por una
dirección. Aunque la luz no era la adecuada, él percibió algo familiar en
aquella joven. Se miraron por unos instantes, sin pronunciar palabra alguna,
hasta que por la mejilla de ella rodó una solitaria lágrima…
-
¿Max? – dijo ella.
-
¿Liz? – dijo él.
Se miraron por unos instantes más
y luego se abrazaron con fuerza y dulzura… Se volvieron a mirar a los ojos y un
roce de labios pareció ser la confirmación de que no estaban soñando. Se
besaban, se miraban, tomaban sus manos y luego se volvían a besar.
Pasaban las horas y seguían junto
al mar, hasta que él se decidió a invitarla a su departamento. Vivía solo desde
hacía un año y tenía suficiente espacio para alojarla y brindarle su
privacidad.
Esa noche bebieron unas copas,
mirando la costa desde el balcón. Se besaban..., y reían. Estaban nerviosos. Hacía
mucho que no se veían; pero al confirmar que durante todos esos años ambos
estuvieron sin formar un vínculo de pareja, no pararon de besarse.
Se tendieron sobre la alfombra y entre
besos y caricias, fueron desprendiéndose de sus ropas. Sería la primera vez
para ambos, lo sabían y eso les causaba ciertas inseguridades. ¿Seré lo que
espera? ¿Habrá estado con alguien más?...
Él besó su cuello y comenzó a
descender buscando alcanzar sus pechos, ella se dejó querer, al tiempo que él
seguía bajando hasta llegar a ese punto que la hacía estremecer… Fue una noche
ardiente, y la mañana no fue menos intensa.
Pero tanta felicidad no podía ser
duradera; ella debía volver. Se había ganado una beca y debía cursar estudios
en el extranjero, pero antes de viajar, quería ver por última vez a su amado Max. Nunca dejó de pensar en él, y siempre se preguntaba el cómo habría sido
si aquella noche de primavera ella se hubiera entregado a él, junto al viejo
fresno, a orillas del estero. Cinco años espero por ese momento y tras esa
intensa noche, prometió volver; volver y no separarse nunca más de él.