Se aproximaba el día de San
Valentín; aunque ambos estaban conscientes de que era una fecha comercial y que
ambos se demostraban su amor día a día, él también tenía claro que su pareja
era regalona, que aunque de los dientes hacia afuera dijera que no quería nada,
en su ser interno esperaba recibir algún presente, por muy simple y modesto que
este fuera.
El día inició como él lo
esperaba. Ella llegó de su turno nocturno y sobre la mesa del comedor la
esperaba un bello ramo de rosas rojas, acompañado de una tarjeta con un mensaje
que decía: “Aunque sé que este es un día
más (y te amo con el alma cada día), te obsequio estas flores, simplemente
porque me nace dártelas”…
Si las flores la sorprendieron, el
mensaje lo hizo mucho más… No era habitual que él le escribiera lo que sentía.
Siempre lo expresaba en palabras, gestos, miradas, actitudes o caricias, pero
odiaba escribir (eso, porque tenía muy mala caligrafía).
Ella corrió hasta el dormitorio y
lo colmó de besos. Ansiaba estrechar sus brazos y apresarlo entre sus piernas.
Él sonreía, mientas dirigía la mirada hacia el velador de ella; sobre este
había un regalo, el último libro de su autora favorita. En ese instante ella
gritó de alegría, las manos le temblaban ansiosamente, sonreía, hojeaba el
libro, mientras él la miraba. El brillo en los ojos de ella, eran su premio; el
regalo había sido muy bien recibido.
Ella se desnudó y lo besó
apasionadamente. Pero él aún tenía una sorpresa más. Se levantó de la cama y
tras unos instantes, regresó con una bandeja. Había café, jugo, tostadas y
galletas. Ambos comieron con calma, haciendo pausas para sutiles besos o dulces
caricias. En su mirada se veía lo alegre que estaba y eso era lo que él más
disfrutaba.
Terminaron de comer, se miraron a
los ojos, en el suelo quedó la bandeja, las cubiertas de la cama y las sábanas.
Dieron rienda suelta a sus intensas
pasiones. Él sentía el fuego interno de ella, con dulces caricias y uno o dos
dedos perdidos en ese infierno húmedo y candente. Ella, con inusitada pasión
acariciaba esa virilidad que ansiaba poseer. Se amaron intensamente, variando
posiciones a cada instante, hasta que estallaron en un ahogado gemido de éxtasis… Sus cuerpos
sudorosos jadeaban, mientras continuaban besándose con inusitada pasión.
Extenuados, rendidos; ella apoyó su
cabeza sobre el hombro de él y mientras sentía como acariciaban su sedosa
cabellera, se durmió profundamente. Ambos se durmieron, hasta que el sol del
mediodía colmó de luz la habitación. Despertaron, se abrazaron brevemente y
tras ello, se dirigieron al baño. Desataron sus pasiones en la ducha y, dado
que el habitáculo era reducido concluyeron sobre la alfombra.
Los esperaban para almorzar.
Llegaron con algunos minutos de retraso y sus mejillas bien sonrojadas , pero
eso parecía no importarles; habían tenido la mejor mañana del último tiempo y
nada, nada arruinaría ese momento…