domingo, 14 de febrero de 2016

Una mañana de San Valentín

Se aproximaba el día de San Valentín; aunque ambos estaban conscientes de que era una fecha comercial y que ambos se demostraban su amor día a día, él también tenía claro que su pareja era regalona, que aunque de los dientes hacia afuera dijera que no quería nada, en su ser interno esperaba recibir algún presente, por muy simple y modesto que este fuera.
El día inició como él lo esperaba. Ella llegó de su turno nocturno y sobre la mesa del comedor la esperaba un bello ramo de rosas rojas, acompañado de una tarjeta con un mensaje que decía: “Aunque sé que este es un día más (y te amo con el alma cada día), te obsequio estas flores, simplemente porque me nace dártelas”…
Si las flores la sorprendieron, el mensaje lo hizo mucho más… No era habitual que él le escribiera lo que sentía. Siempre lo expresaba en palabras, gestos, miradas, actitudes o caricias, pero odiaba escribir (eso, porque tenía muy mala caligrafía).
Ella corrió hasta el dormitorio y lo colmó de besos. Ansiaba estrechar sus brazos y apresarlo entre sus piernas. Él sonreía, mientas dirigía la mirada hacia el velador de ella; sobre este había un regalo, el último libro de su autora favorita. En ese instante ella gritó de alegría, las manos le temblaban ansiosamente, sonreía, hojeaba el libro, mientras él la miraba. El brillo en los ojos de ella, eran su premio; el regalo había sido muy bien recibido.
Ella se desnudó y lo besó apasionadamente. Pero él aún tenía una sorpresa más. Se levantó de la cama y tras unos instantes, regresó con una bandeja. Había café, jugo, tostadas y galletas. Ambos comieron con calma, haciendo pausas para sutiles besos o dulces caricias. En su mirada se veía lo alegre que estaba y eso era lo que él más disfrutaba.
Terminaron de comer, se miraron a los ojos, en el suelo quedó la bandeja, las cubiertas de la cama y las sábanas. Dieron rienda suelta  a sus intensas pasiones. Él sentía el fuego interno de ella, con dulces caricias y uno o dos dedos perdidos en ese infierno húmedo y candente. Ella, con inusitada pasión acariciaba esa virilidad que ansiaba poseer. Se amaron intensamente, variando posiciones a cada instante, hasta que estallaron en  un ahogado gemido de éxtasis… Sus cuerpos sudorosos jadeaban, mientras continuaban besándose con inusitada pasión.
Extenuados, rendidos; ella apoyó su cabeza sobre el hombro de él y mientras sentía como acariciaban su sedosa cabellera, se durmió profundamente. Ambos se durmieron, hasta que el sol del mediodía colmó de luz la habitación. Despertaron, se abrazaron brevemente y tras ello, se dirigieron al baño. Desataron sus pasiones en la ducha y, dado que el habitáculo era reducido concluyeron sobre la alfombra.

Los esperaban para almorzar. Llegaron con algunos minutos de retraso y sus mejillas bien sonrojadas , pero eso parecía no importarles; habían tenido la mejor mañana del último tiempo y nada, nada arruinaría ese momento…

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