miércoles, 6 de agosto de 2014

La niña de sus ojos

Se aproximaba el verano y era el último año de enseñanza secundaria. Durante cuatro años, padres y alumnos habían ahorrado hasta el último peso, para salir a una gira de estudios al extranjero. La meta era llegar hasta Puerto Iguazú, en Argentina.

Y llegó el ansiado día. Con lo reunido durante esos años, más una cuota individual, concretaron un programa de 10 días, que incluía pasar por varias ciudades y lugares históricos.

El viaje lo realizaron en bus, el cual no estuvo exento de algunos inconvenientes, que en nada mermaron el ánimo de los adolescentes... Es más, cada situación era documentada fotográficamente. La idea era hacer un “anecdotario” del trayecto...

Al cuarto día de viaje, llegaron a destino. Las escalas del viaje les permitieron realizar compras de recuerdos y otros artículos, así como mini tours por distintas ciudades.

El hotel al que llegaron era bastante cómodo y amplio. Y dado que el clima era muy cálido, poco importó que estuviera lloviendo; todos terminaron metidos en la piscina.


La agencia tenía preparadas múltiples actividades, que fueron el deleite de todo el grupo. Parque de aves exóticas; visita a una emblemática central hidroeléctrica; unas cascadas espectaculares; ruinas prehispánicas; una de las minas de amatista; presentación de baile típico de la zona;  visitar el comercio local, etc...


La cercanía de los chicos durante el viaje, dio espacio a que surgiera el romance. Ya no era esa interacción rígida del aula; era en un espacio más personal, de más proximidad y más piel. De hormonas y un abanico de oportunidades que permitían dar rienda suelta a tanta templanza...


Surgieron varias parejas que, aprovechando la complicidad de la noche, y los amplios espacios del hotel, se permitían expresar aquel amor tan propio de la juventud... Efusivo; inocente; falto de experiencia, pero con voluntad para remediar ese y otros detalles...

Fernanda y Blas conformaron una de esas parejas. No disimulaban sus gestos amorosos y poco les importó haber dejado a sus “parejas oficiales”, en su ciudad de origen. “Lo que sucedía en la gira, se quedaba en la gira”, parecía ser la consigna general.

La oportunidad se presentó... Ambos se apartaron del grupo, mientras estos realizaban una actividad nocturna... Se dirigieron a la habitación de él. La sangre les quemaba por dentro, sus corazones latían intensamente. Se besaron, se acariciaron y prontamente sus ropas fueron cayendo al suelo de la habitación. Sus cuerpos temblaban, tanto por la excitación del momento, como por el nerviosismo de la primera vez...  Él besó su cuello, pero al ver sus pechos desnudos, instintivamente fue y los devoró a besos y sutiles mordidas, mismas que combinaba con intensas caricias...


Ella sentía mil sensaciones jamás vividas y él estaba con una excitación que la sorprendía. Mientras él se perdía en los pechos de su compañera, ella acariciaba aquel turgente órgano que tanto deseaba sentir entre sus piernas... Llegó el momento; él se posó sobre ella y suavemente se deslizó al interior de su entrepierna. La penetró de forma lenta y sin inconvenientes, ella estaba muy húmeda y deseosa del encuentro... Este fue breve pero intenso y, aunque ella no alcanzó el clímax, quedó sorprendida de lo nuevo que había descubierto... Resultó no ser lo que sus amigas señalaban. No hubo dolor; solo deseo, un leve ardor, y muchas nuevas emociones...

Fue el único encuentro que tuvieron en ese paseo. Pero nuevos espacios para las pasiones se vivieron a su regreso.

Pasaron los meses, y tanto amor clandestino rindió sus frutos. De nada les sirvieron sus charlas de sexualidad; ella no utilizaba ningún método anticonceptivo, y él se negaba al uso del preservativo por considerarlo “incómodo”... “¡Seremos padres!”, exclamaba él... Mientras ella pensaba en su madre:
- Soy la hija menor (se decía). Mientras esté en la universidad, y de no ser por este bebé que comienza a crecer en mi vientre, mi mamá se habría quedado sola...

En su cabeza no cabía otra cosa que no fuera alegría por “la novedad”, que coronaba el “amor” de sus vidas... No así, en tanto lo supieron sus padres. En especial la madre de Fernanda; quien entre gritos, palabrotas y tirones de cabello, le pretendió hacer ver el “error” que habían cometido.


Su niña – pensaba ella – La menor de sus cuatro hijos; con un esperanzador futuro en el área jurídica, estaba truncando sus sueños, esperanzas y sus anhelos... De cierta forma se había proyectado en ella, pero su ceguera jamás le permitió aceptar lo que tantas personas le decían: “Tu hija va mal; ese chico no es buena compañía”... “Ella te miente, mientras dice que estudia, se desaparece con el muchacho que tanto la corteja”...

Y nació la bebé, fruto de la niña de sus ojos. Aurora, fue el nombre elegido; por ser la primera de la familia y dar pie a un nuevo amanecer.


Junto con el alumbramiento y pasados los dolores de parto, Fernanda tomó conciencia de lo que sería su vida. Para ese entonces, el padre de la criatura había tomado distancia; hasta nueva pareja tenía... El embarazo había sido riesgoso, y debido a que debió mantener reposo, perdió su primer año de estudios... Pero nada de eso le preocupaba. “Aurora nació sanita” – decía - “Y se parece a su abuelita”... 

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