domingo, 16 de octubre de 2016

Inocencia y pasión

Aún recuerdo la primera vez en que la vi; el viento jugueteaba con sus cabellos y a ella parecía no incomodarle, tenía la vista fija en el horizonte como si esperase a alguien importante.
- Disculpe, ¿Me puede decir la hora? – manifestó.
Me hablaba a mí. Tenía una voz dulce y melodiosa que armonizaba perfectamente con sus ojos claros, sus pálidas mejillas y su tierna sonrisa. Durante algunos instantes la miré fijamente a los ojos, como si no hubiera entendido la pregunta.
La hora – recalcó - ¿Me puede decir la hora por favor? – Reiteró.
- Faltan 5 minutos para el mediodía. – Manifesté.
Tras mi respuesta, se le descompuso el rostro y una solitaria lágrima rodó por su mejilla. Me aproximé a ella y le di un abrazo; en ese instante estalló en llanto, maldijo, me dio golpes de puño en el hombro ante lo cual, decidí abrazarla con mayor intensidad. Al sentir mi abrazo se tranquilizó, pidió disculpas y se apartó de mí; pensé que sería la última vez que la vería y cuando volteé para preguntar su nombre, había desparecido entre la gente que circulaba por los alrededores.
Pasaron algunas semanas y me volví a encontrar con ella, sospecho que también me había reconocido, el rubor de sus mejillas me hizo pensar que así fue, pero pasó por mi lado sin pronunciar palabra alguna.
Un mes después nuestros caminos se volvieron a cruzar; esta vez yo pasé a la ofensiva, me paré frente a ella y cuando alzó la vista se encontró con que yo la estaba observando.
-Me llamo Miguel – Manifesté.
Ella balbuceó algunas palabras ininteligibles y continuó su camino. Yo no podía creer que me hubieran rechazado por segunda vez. La observé mientras se retiraba, por si se volteaba a verme, pero debe haberlo sospechado y mantuvo la fría actitud de la vez anterior.
Yo no sé de qué forma se me habrá desfigurado el rostro tras ese desaire, pero lo que sí tenía claro es que tras ese nuevo rechazo, debía evitar cruzarme en su camino. Si ser ignorado parecía penoso, más lo podía ser el que me pusiera la etiqueta de acosador.
Para la siguiente vez que la divisé a lo lejos, crucé la calzada y tomé un rumbo diferente. No sé si lo notó, aunque dado los rechazos anteriores, creo serle indiferente. Me dirigí a un café tradicional, y ya que me quedaban algunos minutos de tiempo libre, bebí con calma mientras leí la sección de economía; ahí sentí una voz que me llamaba por mi nombre, era ella, me había seguido hasta el café y buscaba hablarme.
Fue al mesón, pidió un café y se sentó frente a mí. Me manifestó que el primer día, aquél en que la conocí, esperaba a su pareja; debían reunirse para emprender un viaje. Ella había dejado su hogar, su familia y su pequeño hijo por ir tras el hombre que le arrebató el corazón, aquél que le cumpliría todos los sueños y le haría volar hasta el cielo, sin despegar los pies de la tierra. La realidad fue distinta, cruelmente distinta. El sujeto resultó ser un estafador que seducía mujeres, las enamoraba, les pedía dinero y cuando lograba su objetivo, desaparecía.
Mientras ella salía a reunirse con su amante, había dejado una carta dirigida a su marido, en que le explicaba las razones de su ausencia. Pero su amante no llegó, la dejó plantada; ya era tarde para deshacer sus acciones y fingir que nada había sucedido.
Según me siguió relatando, ella volvió a su hogar totalmente humillada, no sin antes haber pasado a hablar con su abogado. Fue directa y clara al manifestar que no deseaba seguir con su matrimonio, que había recapacitado sobre su actuar, que jamás buscó irse tras un canalla que en realidad solo la había estafado de la manera más ruin y miserable, y que si había regresado era para buscar algunas prendas de vestir, ya que se mudaría a un hotel.
Bebió otro sorbo de café y me miró a los ojos… Cuando se encontró conmigo por segunda vez, acababa de firmar el divorcio, era un pésimo día ya que su ex marido no solo le había quitado a su pequeña, sino que además una buena parte de su dinero, el cual había ahorrado con mucho esfuerzo, trabajo y dedicación. Ahora que ya había ordenado su vida, su espacio y sus prioridades, solo le restaba disculparse conmigo por su actitud.
Me recordaba, y lo que es más, buscaba hablar conmigo. Esa mañana no me presenté a trabajar, charlar con ella era lo único que me importaba en la vida.
Continuamos frecuentándonos, siempre en el mismo café y a la misma hora. Nuestros horarios de trabajo eran similares y eso me permitía disfrutar mejor de su compañía, sin la presión del tiempo (aunque la oficina donde ella trabajaba quedaba algo más apartada, razón por la cual debía retirarse unos instantes antes).
Yo la amé desde el primer día y ella parecía saberlo, sin embargo, tras un fallido matrimonio, un amor fugaz que le destrozó el corazón y la dejó en una posición desmejorada, era muy probable que sólo buscara un amigo, un paño de lágrimas, y no una nueva pareja.
Transcurrieron los días, las semanas y los meses. Intenté sacarla de mi corazón, pero eso me era imposible; se clavó como una espina en él, y de esa misma forma dolía. En cuanto a ella, jamás dio pie para el romance; sentía aprecio y amistad, pero no llegaría más allá de ello.
Sentí que no era justo sufrir de esta manera, así es que en la oficina pedí que me trasladaran a otra ciudad; yo era un “buen elemento” y además, ofrecí irme por menor renta. Mi jefe comprendió mi situación y me apoyó. Junto con mudarme, cambié mi número telefónico. Al despedirme de ella (como lo hacía siempre), le dejé un sobre con una carta en que explicaba mi actuar. Le pedía en la misma, que no me buscara nuevamente.
Fueron semanas tristes, de días grises y paseos sin rumbo; el simple aroma del café me recordaba nuestras charlas, y su angelical sonrisa. La seguía amando, de eso no cabía duda, pero debía olvidarla…
En la oficina conocí a una dama, una mujer un tanto mayor que mostró serio interés en mí. Yo no estaba para romances, pero un día de copas cedí a sus encantos e insistencias. Amanecimos en su departamento; fue una noche de intensa pasión en que me hizo recordar todo lo que sentía por la mujer que había dejado atrás, y a la vez me hizo sentir como si estuviera amando a esa mujer.
Yo no había contado a nadie de mi decepción amorosa, pero ella parecía saber cómo yo me sentía. Me facilitó tanto las cosas, que reaccioné después de haberle hecho el amor como jamás lo había hecho con mujer alguna.
Esa mañana en que amanecí en su departamento, mientras ella tomaba una ducha, vi que tenía algunas fotografías en la pared; al observar con detención palidecí al reconocer la chica que aparecía junto a mi amante. ¿Es que acaso sería su hija?
Cuando ella salió del baño, me sorprendió con una de las fotografías entre mis manos. Es mi hija – Manifestó – Yo enmudecí y por la cara que puse, imagino que ella adivinó que nos conocíamos. No pude callar, le conté toda mi verdad. Como la había conocido y de la forma en que me había enamorado de ella.
Alice (que es como se llamaba mi amante), reaccionó bastante bien a mi relato. Me abrazó y me estrechó contra su pecho. Tomó mi rostro entre sus manos y tras un sutil beso manifestó:
“Yo sé que no soy como mi hija, que tengo varios años más que ella y una vitalidad que está comenzando a mermar con el paso del tiempo, pero si te sirve de algo, siempre estaré para ti; no solo tendrás disponible un espacio en mi lecho, sino que además, te puedo acoger en mi corazón. No te pido que me ames, yo ya viví el amor; solo pido disfrutar de tu compañía, de noches intensas y amaneceres fugaces…”
Jamás hubiera imaginado que cosas así sucedieran en la vida real, pero me estaba pasando. Mientras ella hablaba la miré fijamente a los ojos, y sentí la sinceridad de sus palabras. Si bien yo no la amaba, y ella no pedía que lo hiciera, mi corazón latía fuerte en su presencia.
Con el transcurrir del tiempo, me mudé a su departamento. No nos amamos, pero nos complementamos tan bien, que pareciera haber sido ella la mujer que tanto anhelé; y yo para ella, el hombre que la hizo sentir viva otra vez (cada noche y cada amanecer)…



martes, 4 de octubre de 2016

Tras un imposible

Muchos creían que yo no era de correr riesgos, que me mantenía en mi zona de confort esperando que las cosas sucedieran, que llegaran a mí. Tal vez, solo tal vez, tenían algo de razón.
Yo había crecido en un pequeño poblado donde, por ser todos conocidos, nos sentíamos muy seguros y apoyados en  nuestro actuar; parecía ser que no tomábamos mucha conciencia de lo que nuestras acciones causaban. Con el correr de los años salí al mundo exterior, un ambiente más hostil y competitivo que el habitual, pero confiaba en mis méritos, así es que pude estabilizarme en un trabajo, tener mi independencia y darme maña para algunos “vicios”. Es así que vagando por las redes sociales, usando un léxico del tiempo de mis abuelos (quienes me criaron), alguien me llamó la atención; manifestó que mi planteamiento era erróneo. Aclaré el punto y desde ese día me di a la labor de averiguar quién era esa doncella. Comenzamos un fluido diálogo por mensajería interna, claramente buscaba seducirme; sin duda alguna, era lo suficientemente atractiva como para no pasar desapercibida ante mis ojos.
Con el correr del tiempo, comenzamos a enviarnos mensajes de propuestas con énfasis en situaciones sexuales; tanto sus hormonas como las mías estaban en sintonía, en rebelde sintonía. Aunque yo estaba libre, ella ya había comenzado una vida junto a alguien más; un sujeto que se esmeraba en hacerla feliz, en rodearla de comodidades que no le satisfacían del todo, ella quería algo más.
La distancia era un inconveniente no menor, pero mi independencia y mis pocos vicios me dejaban espacio para el ahorro. Tomé un avión y viajé a sus tierras, a su país.
Llegué sin avisar, con unas cuantas prendas de vestir en la maleta, y muchas ilusiones de que ella cumpliera sus propuestas al pie de la letra (y así fue).
En el aeropuerto tomé un taxi que me llevó al hotel, el cual se convertiría en mi base y nido de amor. Luego me di a la tarea de dar con su domicilio; no fue fácil dado que vivía en los suburbios, en un barrio residencial acomodado.
Me aposté en una esquina con buena visual hacia su domicilio y esperé que todos se marcharan de casa; ella quedaría sola. Tomé mi celular y le envié un mensaje, la convencí de salir a la puerta de su casa y me presenté de improviso; enmudeció de la sorpresa. Tras algunos instantes, y luego de observarme de pies a cabeza, incrédula y confundida aún, me invitó a pasar a su casa. En tanto la puerta se cerró, se abalanzó a mis brazos y me dio un intenso y pasional beso; debí contener mis manos que ya iban de medio camino hacia sus pechos, no pude evitar asirla por las nalga y estrecharla contra mi pelvis, a esas alturas, bastante abultada.
No sé qué fue primero ni en qué orden fueron cayendo nuestras vestimentas, solo sé que terminamos desnudos sobre la alfombra, cada uno cumpliendo con el ritual tantas veces descrito en nuestras conversaciones. Nos besamos mutuamente, recorriendo con los labios las partes más sensibles de nuestros cuerpos; realmente era una bomba de pasión, dispuesta a estallarme en el rostro.
Esa mañana fue intensa, pero nada me hacía adivinar lo que sucedería en la noche. Su pareja debió salir de la ciudad y ella fue a mi hotel; vestía un traje negro de dos piezas con sutiles e insinuantes transparencias, su cabello estaba suelto y su mirada me desnudó al primer parpadeo. Cenamos en la habitación, ella era el postre. Esta vez disponíamos de un espacio más cómodo y sin la presión de que alguien pudiera llegar de improviso.
Comencé besando su cuello y retirando con calma todo aquello que estorbara al recorrido de mis labios. Me detuve algunos intensos momentos, besando bajo su vientre; provocando su incontenible lascivia. Su cuerpo se arqueaba y parecía faltarle el aire cuando un solitario “tómame” huyó de su pecho, mitad gemido, mitad espasmo. Arremetí con pasión, con inusitada pasión, hasta que al unísono logramos conquistar ese efímero pero intenso último gemido.
Esa fue la primera de varias noches, mi hora de partir se acercaba y ella quería aprovechar cada instante junto a mí. Apenas y me sostenían mis piernas; era fogosa como ninguna otra y asumo que cumplí con la expectativa que, a la distancia, había generado.
Tras mi regreso seguimos en contacto por algunos meses; ahora espero que ella viaje y se quede a mi lado. Su pareja se marchó con otra. Ya era libre de partir a mi encuentro.