Muchos creían que yo no
era de correr riesgos, que me mantenía en mi zona de confort esperando que las
cosas sucedieran, que llegaran a mí. Tal vez, solo tal vez, tenían algo de
razón.
Yo había crecido en un
pequeño poblado donde, por ser todos conocidos, nos sentíamos muy seguros y
apoyados en nuestro actuar; parecía ser
que no tomábamos mucha conciencia de lo que nuestras acciones causaban. Con el
correr de los años salí al mundo exterior, un ambiente más hostil y competitivo
que el habitual, pero confiaba en mis méritos, así es que pude estabilizarme en
un trabajo, tener mi independencia y darme maña para algunos “vicios”. Es así
que vagando por las redes sociales, usando un léxico del tiempo de mis abuelos
(quienes me criaron), alguien me llamó la atención; manifestó que mi
planteamiento era erróneo. Aclaré el punto y desde ese día me di a la labor de
averiguar quién era esa doncella. Comenzamos un fluido diálogo por mensajería
interna, claramente buscaba seducirme; sin duda alguna, era lo suficientemente
atractiva como para no pasar desapercibida ante mis ojos.
Con el correr del
tiempo, comenzamos a enviarnos mensajes de propuestas con énfasis en
situaciones sexuales; tanto sus hormonas como las mías estaban en sintonía, en
rebelde sintonía. Aunque yo estaba libre, ella ya había comenzado una vida
junto a alguien más; un sujeto que se esmeraba en hacerla feliz, en rodearla de
comodidades que no le satisfacían del todo, ella quería algo más.
La distancia era un
inconveniente no menor, pero mi independencia y mis pocos vicios me dejaban
espacio para el ahorro. Tomé un avión y viajé a sus tierras, a su país.
Llegué sin avisar, con
unas cuantas prendas de vestir en la maleta, y muchas ilusiones de que ella
cumpliera sus propuestas al pie de la letra (y así fue).
En el aeropuerto tomé
un taxi que me llevó al hotel, el cual se convertiría en mi base y nido de
amor. Luego me di a la tarea de dar con su domicilio; no fue fácil dado que
vivía en los suburbios, en un barrio residencial acomodado.
Me aposté en una
esquina con buena visual hacia su domicilio y esperé que todos se marcharan de
casa; ella quedaría sola. Tomé mi celular y le envié un mensaje, la convencí de
salir a la puerta de su casa y me presenté de improviso; enmudeció de la sorpresa.
Tras algunos instantes, y luego de observarme de pies a cabeza, incrédula y
confundida aún, me invitó a pasar a su casa. En tanto la puerta se cerró, se
abalanzó a mis brazos y me dio un intenso y pasional beso; debí contener mis
manos que ya iban de medio camino hacia sus pechos, no pude evitar asirla por
las nalga y estrecharla contra mi pelvis, a esas alturas, bastante abultada.
No sé qué fue primero
ni en qué orden fueron cayendo nuestras vestimentas, solo sé que terminamos
desnudos sobre la alfombra, cada uno cumpliendo con el ritual tantas veces
descrito en nuestras conversaciones. Nos besamos mutuamente, recorriendo con
los labios las partes más sensibles de nuestros cuerpos; realmente era una
bomba de pasión, dispuesta a estallarme en el rostro.
Esa mañana fue intensa,
pero nada me hacía adivinar lo que sucedería en la noche. Su pareja debió salir
de la ciudad y ella fue a mi hotel; vestía un traje negro de dos piezas con
sutiles e insinuantes transparencias, su cabello estaba suelto y su mirada me
desnudó al primer parpadeo. Cenamos en la habitación, ella era el postre. Esta
vez disponíamos de un espacio más cómodo y sin la presión de que alguien
pudiera llegar de improviso.
Comencé besando su
cuello y retirando con calma todo aquello que estorbara al recorrido de mis
labios. Me detuve algunos intensos momentos, besando bajo su vientre;
provocando su incontenible lascivia. Su cuerpo se arqueaba y parecía faltarle
el aire cuando un solitario “tómame” huyó de su pecho, mitad gemido, mitad espasmo.
Arremetí con pasión, con inusitada pasión, hasta que al unísono logramos
conquistar ese efímero pero intenso último gemido.
Esa fue la primera de
varias noches, mi hora de partir se acercaba y ella quería aprovechar cada
instante junto a mí. Apenas y me sostenían mis piernas; era fogosa como ninguna
otra y asumo que cumplí con la expectativa que, a la distancia, había generado.
Tras mi regreso
seguimos en contacto por algunos meses; ahora espero que ella viaje y se quede
a mi lado. Su pareja se marchó con otra. Ya era libre de partir a mi encuentro.
Uf, yo soy quien esta temblando al leer esto. Que belleza y ojala que tu ama pueda ir a tu encuentro, el amor para quienes lo tienen deben diafrutarlo... suerte en su nuevo encuentro
ResponderEliminarUf, yo soy quien esta temblando al leer esto. Que belleza y ojala que tu ama pueda ir a tu encuentro, el amor para quienes lo tienen deben diafrutarlo... suerte en su nuevo encuentro
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