martes, 4 de octubre de 2016

Tras un imposible

Muchos creían que yo no era de correr riesgos, que me mantenía en mi zona de confort esperando que las cosas sucedieran, que llegaran a mí. Tal vez, solo tal vez, tenían algo de razón.
Yo había crecido en un pequeño poblado donde, por ser todos conocidos, nos sentíamos muy seguros y apoyados en  nuestro actuar; parecía ser que no tomábamos mucha conciencia de lo que nuestras acciones causaban. Con el correr de los años salí al mundo exterior, un ambiente más hostil y competitivo que el habitual, pero confiaba en mis méritos, así es que pude estabilizarme en un trabajo, tener mi independencia y darme maña para algunos “vicios”. Es así que vagando por las redes sociales, usando un léxico del tiempo de mis abuelos (quienes me criaron), alguien me llamó la atención; manifestó que mi planteamiento era erróneo. Aclaré el punto y desde ese día me di a la labor de averiguar quién era esa doncella. Comenzamos un fluido diálogo por mensajería interna, claramente buscaba seducirme; sin duda alguna, era lo suficientemente atractiva como para no pasar desapercibida ante mis ojos.
Con el correr del tiempo, comenzamos a enviarnos mensajes de propuestas con énfasis en situaciones sexuales; tanto sus hormonas como las mías estaban en sintonía, en rebelde sintonía. Aunque yo estaba libre, ella ya había comenzado una vida junto a alguien más; un sujeto que se esmeraba en hacerla feliz, en rodearla de comodidades que no le satisfacían del todo, ella quería algo más.
La distancia era un inconveniente no menor, pero mi independencia y mis pocos vicios me dejaban espacio para el ahorro. Tomé un avión y viajé a sus tierras, a su país.
Llegué sin avisar, con unas cuantas prendas de vestir en la maleta, y muchas ilusiones de que ella cumpliera sus propuestas al pie de la letra (y así fue).
En el aeropuerto tomé un taxi que me llevó al hotel, el cual se convertiría en mi base y nido de amor. Luego me di a la tarea de dar con su domicilio; no fue fácil dado que vivía en los suburbios, en un barrio residencial acomodado.
Me aposté en una esquina con buena visual hacia su domicilio y esperé que todos se marcharan de casa; ella quedaría sola. Tomé mi celular y le envié un mensaje, la convencí de salir a la puerta de su casa y me presenté de improviso; enmudeció de la sorpresa. Tras algunos instantes, y luego de observarme de pies a cabeza, incrédula y confundida aún, me invitó a pasar a su casa. En tanto la puerta se cerró, se abalanzó a mis brazos y me dio un intenso y pasional beso; debí contener mis manos que ya iban de medio camino hacia sus pechos, no pude evitar asirla por las nalga y estrecharla contra mi pelvis, a esas alturas, bastante abultada.
No sé qué fue primero ni en qué orden fueron cayendo nuestras vestimentas, solo sé que terminamos desnudos sobre la alfombra, cada uno cumpliendo con el ritual tantas veces descrito en nuestras conversaciones. Nos besamos mutuamente, recorriendo con los labios las partes más sensibles de nuestros cuerpos; realmente era una bomba de pasión, dispuesta a estallarme en el rostro.
Esa mañana fue intensa, pero nada me hacía adivinar lo que sucedería en la noche. Su pareja debió salir de la ciudad y ella fue a mi hotel; vestía un traje negro de dos piezas con sutiles e insinuantes transparencias, su cabello estaba suelto y su mirada me desnudó al primer parpadeo. Cenamos en la habitación, ella era el postre. Esta vez disponíamos de un espacio más cómodo y sin la presión de que alguien pudiera llegar de improviso.
Comencé besando su cuello y retirando con calma todo aquello que estorbara al recorrido de mis labios. Me detuve algunos intensos momentos, besando bajo su vientre; provocando su incontenible lascivia. Su cuerpo se arqueaba y parecía faltarle el aire cuando un solitario “tómame” huyó de su pecho, mitad gemido, mitad espasmo. Arremetí con pasión, con inusitada pasión, hasta que al unísono logramos conquistar ese efímero pero intenso último gemido.
Esa fue la primera de varias noches, mi hora de partir se acercaba y ella quería aprovechar cada instante junto a mí. Apenas y me sostenían mis piernas; era fogosa como ninguna otra y asumo que cumplí con la expectativa que, a la distancia, había generado.
Tras mi regreso seguimos en contacto por algunos meses; ahora espero que ella viaje y se quede a mi lado. Su pareja se marchó con otra. Ya era libre de partir a mi encuentro.


2 comentarios:

  1. Uf, yo soy quien esta temblando al leer esto. Que belleza y ojala que tu ama pueda ir a tu encuentro, el amor para quienes lo tienen deben diafrutarlo... suerte en su nuevo encuentro

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  2. Uf, yo soy quien esta temblando al leer esto. Que belleza y ojala que tu ama pueda ir a tu encuentro, el amor para quienes lo tienen deben diafrutarlo... suerte en su nuevo encuentro

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