Aún recuerdo la primera
vez en que la vi; el viento jugueteaba con sus cabellos y a ella parecía no
incomodarle, tenía la vista fija en el horizonte como si esperase a alguien
importante.
- Disculpe, ¿Me puede
decir la hora? – manifestó.
Me hablaba a mí. Tenía
una voz dulce y melodiosa que armonizaba perfectamente con sus ojos claros, sus
pálidas mejillas y su tierna sonrisa. Durante algunos instantes la miré
fijamente a los ojos, como si no hubiera entendido la pregunta.
La hora – recalcó - ¿Me
puede decir la hora por favor? – Reiteró.
- Faltan 5 minutos para
el mediodía. – Manifesté.
Tras mi respuesta, se
le descompuso el rostro y una solitaria lágrima rodó por su mejilla. Me
aproximé a ella y le di un abrazo; en ese instante estalló en llanto, maldijo,
me dio golpes de puño en el hombro ante lo cual, decidí abrazarla con mayor
intensidad. Al sentir mi abrazo se tranquilizó, pidió disculpas y se apartó de
mí; pensé que sería la última vez que la vería y cuando volteé para preguntar
su nombre, había desparecido entre la gente que circulaba por los alrededores.
Pasaron algunas semanas
y me volví a encontrar con ella, sospecho que también me había reconocido, el
rubor de sus mejillas me hizo pensar que así fue, pero pasó por mi lado sin
pronunciar palabra alguna.
Un mes después nuestros
caminos se volvieron a cruzar; esta vez yo pasé a la ofensiva, me paré frente a
ella y cuando alzó la vista se encontró con que yo la estaba observando.
-Me llamo Miguel –
Manifesté.
Ella balbuceó algunas
palabras ininteligibles y continuó su camino. Yo no podía creer que me hubieran
rechazado por segunda vez. La observé mientras se retiraba, por si se volteaba
a verme, pero debe haberlo sospechado y mantuvo la fría actitud de la vez
anterior.
Yo no sé de qué forma
se me habrá desfigurado el rostro tras ese desaire, pero lo que sí tenía claro
es que tras ese nuevo rechazo, debía evitar cruzarme en su camino. Si ser ignorado
parecía penoso, más lo podía ser el que me pusiera la etiqueta de acosador.
Para la siguiente vez
que la divisé a lo lejos, crucé la calzada y tomé un rumbo diferente. No sé si
lo notó, aunque dado los rechazos anteriores, creo serle indiferente. Me dirigí
a un café tradicional, y ya que me quedaban algunos minutos de tiempo libre,
bebí con calma mientras leí la sección de economía; ahí sentí una voz que me
llamaba por mi nombre, era ella, me había seguido hasta el café y buscaba
hablarme.
Fue al mesón, pidió un
café y se sentó frente a mí. Me manifestó que el primer día, aquél en que la
conocí, esperaba a su pareja; debían reunirse para emprender un viaje. Ella
había dejado su hogar, su familia y su pequeño hijo por ir tras el hombre que
le arrebató el corazón, aquél que le cumpliría todos los sueños y le haría
volar hasta el cielo, sin despegar los pies de la tierra. La realidad fue
distinta, cruelmente distinta. El sujeto resultó ser un estafador que seducía
mujeres, las enamoraba, les pedía dinero y cuando lograba su objetivo,
desaparecía.
Mientras ella salía a
reunirse con su amante, había dejado una carta dirigida a su marido, en que le
explicaba las razones de su ausencia. Pero su amante no llegó, la dejó
plantada; ya era tarde para deshacer sus acciones y fingir que nada había
sucedido.
Según me siguió
relatando, ella volvió a su hogar totalmente humillada, no sin antes haber
pasado a hablar con su abogado. Fue directa y clara al manifestar que no
deseaba seguir con su matrimonio, que había recapacitado sobre su actuar, que
jamás buscó irse tras un canalla que en realidad solo la había estafado de la
manera más ruin y miserable, y que si había regresado era para buscar algunas
prendas de vestir, ya que se mudaría a un hotel.
Bebió otro sorbo de
café y me miró a los ojos… Cuando se encontró conmigo por segunda vez, acababa
de firmar el divorcio, era un pésimo día ya que su ex marido no solo le había
quitado a su pequeña, sino que además una buena parte de su dinero, el cual
había ahorrado con mucho esfuerzo, trabajo y dedicación. Ahora que ya había
ordenado su vida, su espacio y sus prioridades, solo le restaba disculparse
conmigo por su actitud.
Me recordaba, y lo que
es más, buscaba hablar conmigo. Esa mañana no me presenté a trabajar, charlar
con ella era lo único que me importaba en la vida.
Continuamos
frecuentándonos, siempre en el mismo café y a la misma hora. Nuestros horarios
de trabajo eran similares y eso me permitía disfrutar mejor de su compañía, sin
la presión del tiempo (aunque la oficina donde ella trabajaba quedaba algo más
apartada, razón por la cual debía retirarse unos instantes antes).
Yo la amé desde el primer
día y ella parecía saberlo, sin embargo, tras un fallido matrimonio, un amor
fugaz que le destrozó el corazón y la dejó en una posición desmejorada, era muy
probable que sólo buscara un amigo, un paño de lágrimas, y no una nueva pareja.
Transcurrieron los
días, las semanas y los meses. Intenté sacarla de mi corazón, pero eso me era
imposible; se clavó como una espina en él, y de esa misma forma dolía. En
cuanto a ella, jamás dio pie para el romance; sentía aprecio y amistad, pero no
llegaría más allá de ello.
Sentí que no era justo
sufrir de esta manera, así es que en la oficina pedí que me trasladaran a otra
ciudad; yo era un “buen elemento” y además, ofrecí irme por menor renta. Mi
jefe comprendió mi situación y me apoyó. Junto con mudarme, cambié mi número
telefónico. Al despedirme de ella (como lo hacía siempre), le dejé un sobre con
una carta en que explicaba mi actuar. Le pedía en la misma, que no me buscara
nuevamente.
Fueron semanas tristes,
de días grises y paseos sin rumbo; el simple aroma del café me recordaba
nuestras charlas, y su angelical sonrisa. La seguía amando, de eso no cabía
duda, pero debía olvidarla…
En la oficina conocí a
una dama, una mujer un tanto mayor que mostró serio interés en mí. Yo no estaba
para romances, pero un día de copas cedí a sus encantos e insistencias.
Amanecimos en su departamento; fue una noche de intensa pasión en que me hizo
recordar todo lo que sentía por la mujer que había dejado atrás, y a la vez me
hizo sentir como si estuviera amando a esa mujer.
Yo no había contado a
nadie de mi decepción amorosa, pero ella parecía saber cómo yo me sentía. Me facilitó
tanto las cosas, que reaccioné después de haberle hecho el amor como jamás lo
había hecho con mujer alguna.
Esa mañana en que
amanecí en su departamento, mientras ella tomaba una ducha, vi que tenía
algunas fotografías en la pared; al observar con detención palidecí al
reconocer la chica que aparecía junto a mi amante. ¿Es que acaso sería su hija?
Cuando ella salió del
baño, me sorprendió con una de las fotografías entre mis manos. Es mi hija –
Manifestó – Yo enmudecí y por la cara que puse, imagino que ella adivinó que
nos conocíamos. No pude callar, le conté toda mi verdad. Como la había conocido
y de la forma en que me había enamorado de ella.
Alice (que es como se
llamaba mi amante), reaccionó bastante bien a mi relato. Me abrazó y me
estrechó contra su pecho. Tomó mi rostro entre sus manos y tras un sutil beso
manifestó:
“Yo sé que no soy como
mi hija, que tengo varios años más que ella y una vitalidad que está comenzando
a mermar con el paso del tiempo, pero si te sirve de algo, siempre estaré para
ti; no solo tendrás disponible un espacio en mi lecho, sino que además, te
puedo acoger en mi corazón. No te pido que me ames, yo ya viví el amor; solo
pido disfrutar de tu compañía, de noches intensas y amaneceres fugaces…”
Jamás hubiera imaginado
que cosas así sucedieran en la vida real, pero me estaba pasando. Mientras ella
hablaba la miré fijamente a los ojos, y sentí la sinceridad de sus palabras. Si
bien yo no la amaba, y ella no pedía que lo hiciera, mi corazón latía fuerte en
su presencia.
Con el transcurrir del
tiempo, me mudé a su departamento. No nos amamos, pero nos complementamos tan
bien, que pareciera haber sido ella la mujer que tanto anhelé; y yo para ella,
el hombre que la hizo sentir viva otra vez (cada noche y cada amanecer)…
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