Era un día soleado y yo
me preparaba para salir cuando sonó el teléfono, después de varios meses de
ausencia ella me volvía a hablar. Su distanciamiento había sido mi culpa; no
supe comprender sus silencios o lo que me comunicaba con sus palabras.
Ella nuevamente me
estaba abriendo la puerta a su mundo, a su vida y yo, entré temeroso; no quería
arruinarlo nuevamente. Yo, que era tan seguro de mí, por primer vez titubeaba y
no me agradaba esa sensación de inseguridad, inseguridad que también ella debió
haber experimentado la primera vez que charlamos y me abrió su corazón.
Inicialmente hablamos
de cosas cotidianas, yo tenía dudas de si ella volvería a confiar en mí, así es
que tampoco preguntaba cosas demasiado personales; una vez más ella dio el
primer paso y me contó de sus actividades durante este tiempo, de sus viajes y
de sus nuevas creaciones. Ella era una artista y sus obras eran expuestas en
galerías de arte contemporáneo, donde además podía comercializarlas a buen
precio, dado que estas solo abrían sus puertas a un público ávido de adquirir
obras nuevas, pero de calidad.
Mientras charlábamos me
conecté a la web y pude ver fotografías de su última exposición (y de ella
también). Aunque sus obras eran impresionantes, yo solo tuve ojos para ella. Sus
labios, su sonrisa; esa mirada dulce y pausada, serena y colmada de ternura. No
cabía duda de que seguía causando un efecto cautivador en mí.
Suspiré, sin medir que todavía
estaba al teléfono y ella dejó de hablar. ¿Me habría escuchado? Balbucee algunas
palabras, retomé la conversación y le manifesté que estaba viendo las imágenes
de su última exposición. Me pareció oír una sonrisa; ¡me encantaba oírla sonreír!
Entonces todo fluyó
mágicamente, las palabras, el diálogo; como si nuevamente fuéramos los mejores
amigos, como si nuevamente estuviésemos juntos.
Tras una hora al
teléfono y varias anécdotas intercambiadas, quedamos de volvernos a reunir (en
territorio neutral, ya que nadie sabía qué podía pasar; aunque lo adivinábamos
muy bien).
Colgué el teléfono y
seguí observando las fotografías. La desvestí una y mil veces, como en el
pasado había hecho. Recorrí sus lunares y me vi reflejado en sus ojos, como
cuando con sus piernas abrazaban mi cintura. Le hice el amor una vez más, sin
que ella se enterase. Me preguntaba si tras colgar el teléfono ella seguiría
pensando en mí, ¿O tal vez pensaría que fue un error el haberme llamado?; no
tenía cabeza para pensar en ello, aún sentía el aroma de su piel junto a mí,
percibía como sus labios se humedecían con mis besos y mis caricias, sentía la
sutileza de sus piernas cuando las acariciaba con mis mejillas, sentía como
arqueaba su espalda cuando mis dedos se deslizaban por ella y mis labios
provocaba su ambrosía.
Algo no estaba bien.
Ella solo me había llamado y yo ya me veía sumergido entre sus sábanas. Además,
aún estaba el detalle de que yo la había herido y no sabía si ella me había
perdonado. No podía pensar bien, eran muchas emociones juntas como para tener
la serenidad que necesita mi mente, mi fría y poco ordenada mente. Demasiado disperso
como para merecerla, pero a la vez demasiado imprevisible; lo suficiente como
para sorprenderla cada amanecer.
Ella dio el primer
paso, ahora qué haría yo. ¿Le devuelvo la llamada? ¿Tomo el primer avión y
corro a sus brazos?, aunque no sé si sigue sola, si ya me olvidó entre otros
brazos o si alguien más acaricia su mejilla y le besa sutilmente el lóbulo de
su oreja, cada amanecer.
No puedo pensar bien,
solo pienso en su piel, en cada vez que hicimos el amor y ella se estremeció
entre mis brazos. Tal vez por eso se marchó, tal vez no necesitaba un amante ávido
de sexo y placer, tal vez necesitaba alguien que la oyera, que prestara
atención a sus inquietudes y disipara sus dudas; en eso siempre fallé. A decir
verdad, nunca he sido muy bueno para oír, para prestar atención a lo que
quieran mostrar y sólo me centro en mis propios intereses; ese es mi pecado mortal.
Me pregunto, si ella sabía tan bien cuales eran mis defectos, ¿por qué estuvo a
mi lado?
Volví a la web, a
revisar las imágenes de sus exposiciones, de sus obras y allí estaba la
respuesta que buscaba: Las flores en su primer cuadro son las que le di cuando
la conocí. La doncella junto al lago tenía una esclava en su tobillo, idéntica a
la que le obsequié en navidad, una que tenía una pequeña esfera con forma de
ojo, situada a medio camino entre su tobillo y un dedo del pie. Los aretes de
la chica del balcón, son los que ella llevaba la noche de nuestra primera cita.
La botella de vino en su obra “la cena”, es el vino que llevé a su casa esa
noche en que por vez primera hicimos el amor…
Ella me amaba, me
seguía amando. ¿Y yo?, ¿qué había hecho durante este tiempo que representara lo
que por ella sentía?, ¿acaso había algo significativo en mi vida, que la
hiciera sentir recordada?; ella estaba colmada de detalles, de gestos en que yo
estaba presente. Busqué en mi memoria, entre mis letras, entre mis recuerdos,
en mi playlist y sí, ahí estaba ella presente, tan presente como si nunca se
hubiese marchado.
Por fin comprendí lo
que tantas veces sus silencios me gritaban y yo no supe oír.
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