domingo, 13 de noviembre de 2016

La llamada

Era un día soleado y yo me preparaba para salir cuando sonó el teléfono, después de varios meses de ausencia ella me volvía a hablar. Su distanciamiento había sido mi culpa; no supe comprender sus silencios o lo que me comunicaba con sus palabras.
Ella nuevamente me estaba abriendo la puerta a su mundo, a su vida y yo, entré temeroso; no quería arruinarlo nuevamente. Yo, que era tan seguro de mí, por primer vez titubeaba y no me agradaba esa sensación de inseguridad, inseguridad que también ella debió haber experimentado la primera vez que charlamos y me abrió su corazón.
Inicialmente hablamos de cosas cotidianas, yo tenía dudas de si ella volvería a confiar en mí, así es que tampoco preguntaba cosas demasiado personales; una vez más ella dio el primer paso y me contó de sus actividades durante este tiempo, de sus viajes y de sus nuevas creaciones. Ella era una artista y sus obras eran expuestas en galerías de arte contemporáneo, donde además podía comercializarlas a buen precio, dado que estas solo abrían sus puertas a un público ávido de adquirir obras nuevas, pero de calidad.
Mientras charlábamos me conecté a la web y pude ver fotografías de su última exposición (y de ella también). Aunque sus obras eran impresionantes, yo solo tuve ojos para ella. Sus labios, su sonrisa; esa mirada dulce y pausada, serena y colmada de ternura. No cabía duda de que seguía causando un efecto cautivador en mí.
Suspiré, sin medir que todavía estaba al teléfono y ella dejó de hablar. ¿Me habría escuchado? Balbucee algunas palabras, retomé la conversación y le manifesté que estaba viendo las imágenes de su última exposición. Me pareció oír una sonrisa; ¡me encantaba oírla sonreír!
Entonces todo fluyó mágicamente, las palabras, el diálogo; como si nuevamente fuéramos los mejores amigos, como si nuevamente estuviésemos juntos.
Tras una hora al teléfono y varias anécdotas intercambiadas, quedamos de volvernos a reunir (en territorio neutral, ya que nadie sabía qué podía pasar; aunque lo adivinábamos muy bien).
Colgué el teléfono y seguí observando las fotografías. La desvestí una y mil veces, como en el pasado había hecho. Recorrí sus lunares y me vi reflejado en sus ojos, como cuando con sus piernas abrazaban mi cintura. Le hice el amor una vez más, sin que ella se enterase. Me preguntaba si tras colgar el teléfono ella seguiría pensando en mí, ¿O tal vez pensaría que fue un error el haberme llamado?; no tenía cabeza para pensar en ello, aún sentía el aroma de su piel junto a mí, percibía como sus labios se humedecían con mis besos y mis caricias, sentía la sutileza de sus piernas cuando las acariciaba con mis mejillas, sentía como arqueaba su espalda cuando mis dedos se deslizaban por ella y mis labios provocaba su ambrosía.
Algo no estaba bien. Ella solo me había llamado y yo ya me veía sumergido entre sus sábanas. Además, aún estaba el detalle de que yo la había herido y no sabía si ella me había perdonado. No podía pensar bien, eran muchas emociones juntas como para tener la serenidad que necesita mi mente, mi fría y poco ordenada mente. Demasiado disperso como para merecerla, pero a la vez demasiado imprevisible; lo suficiente como para sorprenderla cada amanecer.
Ella dio el primer paso, ahora qué haría yo. ¿Le devuelvo la llamada? ¿Tomo el primer avión y corro a sus brazos?, aunque no sé si sigue sola, si ya me olvidó entre otros brazos o si alguien más acaricia su mejilla y le besa sutilmente el lóbulo de su oreja, cada amanecer.
No puedo pensar bien, solo pienso en su piel, en cada vez que hicimos el amor y ella se estremeció entre mis brazos. Tal vez por eso se marchó, tal vez no necesitaba un amante ávido de sexo y placer, tal vez necesitaba alguien que la oyera, que prestara atención a sus inquietudes y disipara sus dudas; en eso siempre fallé. A decir verdad, nunca he sido muy bueno para oír, para prestar atención a lo que quieran mostrar y sólo me centro en mis propios intereses; ese es mi pecado mortal. Me pregunto, si ella sabía tan bien cuales eran mis defectos, ¿por qué estuvo a mi lado?
Volví a la web, a revisar las imágenes de sus exposiciones, de sus obras y allí estaba la respuesta que buscaba: Las flores en su primer cuadro son las que le di cuando la conocí. La doncella junto al lago tenía una esclava en su tobillo, idéntica a la que le obsequié en navidad, una que tenía una pequeña esfera con forma de ojo, situada a medio camino entre su tobillo y un dedo del pie. Los aretes de la chica del balcón, son los que ella llevaba la noche de nuestra primera cita. La botella de vino en su obra “la cena”, es el vino que llevé a su casa esa noche en que por vez primera hicimos el amor…
Ella me amaba, me seguía amando. ¿Y yo?, ¿qué había hecho durante este tiempo que representara lo que por ella sentía?, ¿acaso había algo significativo en mi vida, que la hiciera sentir recordada?; ella estaba colmada de detalles, de gestos en que yo estaba presente. Busqué en mi memoria, entre mis letras, entre mis recuerdos, en mi playlist y sí, ahí estaba ella presente, tan presente como si nunca se hubiese marchado.

Por fin comprendí lo que tantas veces sus silencios me gritaban y yo no supe oír.

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