miércoles, 29 de noviembre de 2017

Lectura en Braille

Ella siempre lo miraba desde su ventana, lo veía pasar absorto, sumido en sus pensamientos, pero siempre con una cordial sonrisa que le insinuaba un “buenos días”, al que ella respondía con otra sonrisa casi igual de radiante.

Más de alguna vez le espero sentada en la escalinata de su casa, solo por verle pasar y oír su voz, su dulce voz; otras veces miraba tras la cortina y lo veía caminar con la misma seriedad de siempre, hasta que un día, él miró hacia la venta, como sospechando que había alguien tras la cortina. Sonrió, y luego continuó su caminar con la seriedad acostumbrada.

El tiempo hizo lo suyo y cierto día él se detuvo frente a ella, le sonrió y al recibir igual respuesta se detuvo a charlar, o al menos esa impresión dio. Le preguntó por el barrio, si sabía de alguna habitación que se arrendara o un pequeño departamento interior, dado que debía dejar su actual domicilio. Los dueños del lugar que ocupaba vendieron a una empresa que en el lugar construiría un centro de oficinas. Ella titubeó por algunos instantes, y cuando él parecía que iba a retomar su camino, se apresuró en responder que en su casa había una habitación desocupada.

La habitación que le ofrecía era un antiguo cuarto que alguna vez se destinó a uso de la servidumbre. La casa era antigua y al parecer, la propietaria anterior tenía una asesora doméstica puertas adentro. Esta habitación tenía un baño privado y espacio suficiente para una cama, un closet para ubicar la ropa, una silla, velador y una repisa que al ser removida, dejó estampada en la pared las huellas de su ubicación.

A la semana siguiente él ya se había instalado con sus escasas pertenencias. Como espacios comunes dejaron la cocina y el comedor, sin embargo él salía muy temprano y llegaba tarde, así es que escasamente coincidían en alguno de estos lugares.

Cierta tarde en que ella estaba cenando, él llegó de improviso. No era la hora habitual y ella se sorprendió pero simuló no estar atenta. Él pasó frente a ella y le saludó de forma muy cordial; una sonrisa diferente se le dibujaba en el rostro y ella preguntó qué la ocasionaba; para sorpresa suya, él se sentó frente a ella y le relató que enseñaba a leer a niños ciegos. Que en algún momento él también estuvo ciego, pero una milagrosa cirugía le devolvió la vista. También le manifestó que aunque le cambió la vida, no perdía la costumbre de caminar en línea recta y mirando al frente, como cuando era ciego. Ella prestaba a tención a cada palabra y un extraño brillo estaba naciendo en su mirada. No pudo evitar seguir haciendo preguntas y él amablemente respondió a cada una de ellas.

Ya era un poco tarde y ambos debían madrugar, pero antes de retirarse a sus habitaciones ella le consultó si al día siguiente llegaría a la misma hora; llevaban varias semanas bajo el mismo techo y quería invitarlo a cenar. Él la miró con sorpresa y se apresuró en manifestar que no faltaría a tan generosa invitación.

Al día siguiente ella llegó temprano y preparó una cena sencilla, pero muy apetitosa; el encierro en ese pequeño espacio culinario y la ansiedad que le provocaba el querer generar una buena impresión la hicieron transpirar, pero como disponía de tiempo, tomó una ducha y se vistió con un atuendo ligero, que dejaba sus hombros a la vista, así como un discreto, pero insinuante escote en su espalda. Decidió usar falda y tacones; quería impresionar, pero sin que ello fuera evidente.

La noche era fresca y muy agradable, la música ambiente era suave, en tanto el aire estaba impregnado con aromas cítricos, muy sutiles.

Cenaron disfrutando cada bocado como si fuera el último, mientras intercambiaban miradas y la charla se hacía cada vez más amena, a medida que se iba vaciando la botella de vino con que acompañaron la noche.

Charlaron de la vida, de sus logros, sus sueños, sus metas y el día a día. Ella se sorprendió cuando él le había contado que enseñaba a leer a niños ciegos; había prestado atención a sus manos y estas eran toscas y grandes, por lo que jamás hubiera imaginado que tenía desarrollado tal nivel de sensibilidad como para leer los puntos perforados en papel. No pudo evitar preguntar al respecto, mientras a cada respuesta surgía una inquietud nueva. La noche avanzaba y una segunda botella de vino se posó sobre la mesa. El tono de voz había subido un poco, aumentaron las risas y en un arrebato, él manifestó que el braille le había abierto los sentidos a nuevas sensaciones; ella sonrió de forma coqueta y le pidió que leyera la palma de su mano, a ver si encontraba algún mensaje entre líneas.

EL reloj marcaba la medianoche cuando él, con una mano sostuvo la de la joven y, con la yema del dedo (de la otra mano), comenzó a recorrerla con calma y suavidad; inmediatamente percibió cómo se erizaba la piel de la joven, y como los colores se le subieron al rostro, pero no dijo nada. Recorrió toda la palma de la mano, con mucha delicadeza, como si se tratara de una reliquia a la que se debía reverenciar.

Él no pronunció palabra alguna, parecía que la palma estaba en blanco, entonces giró la mano de la joven y comenzó a recorrer su antebrazo hasta llegar al codo; alzó la mano que le sostenía y aproximó sus labios a esta, apenas rozando su piel y estampando un sutil beso. El erizo de su piel era completo, mientras él seguía subiendo por su brazo hasta alcanzar el rostro de la joven; le pidió que cerrara los ojos y ella accedió. Con la yema del dedo índice recorrió sus labios y ella entreabrió la boca, dejando escapar un suspiro, mientras seguía con los ojos cerrados y sentía arder sus mejillas.

Ambos permanecían en silencio, mientras ella se dejaba leer y permitía a su cuerpo hablar.

El dedo índice continuó leyendo el erizo de su piel, mientras sutiles gotas de sudor hacían destellar la espalda de la joven.

De la espalda pasó al vientre y ascendió lentamente, esta vez sobre la ropa, hasta alcanzar uno de los pezones de la joven el cual estaba firme, duro, marcándose claramente tras las delgadas telas que lo aprisionaban.

Aún sin decir palabra alguna, él tomó a la joven y la recostó sobre la mesa, despojándola suavemente de sus prendas, dejándola con el torso desnudo. Siguió estimulando las sensibilidades de la joven, mientras sus dedos dejaban los pechos para descender buscando su hirsuto bello pubiano. Él miró como los turgentes pechos apuntaban al cielo al tiempo que su corazón parecía estallar, permitiendo que esos sutiles dedos siguieran leyendo los secretos de su piel. Apresó uno de los pezones con sus labios y con la lengua describió sutiles círculos en este, para luego solo lamer con calma, pero decidida firmeza, en tanto uno de los índices alcanzaba la humedad de su entrepierna.

Cada caricia fue de prueba y error, leyendo cautelosamente cada sutil respuesta que le había brindado la piel y los latidos que retumbaban por doquier.
Se derramó la miel de sus labios, mientras él llegaba más allá de donde llega la luz del día. Entonces comenzó a entrar y salir sin presionar demasiado, alterando los tiempos y dando espacio para que su boca alcanzara ese bello botón pálido, que se tornó púrpura tras cada nueva lamida. Ella gemía; se estremecía, queriendo ser leída con mayor pasión, con mayor énfasis. Un dedo no era suficiente, quería algo más y fue por lo que su cuerpo pedía a gritos. Le atacó sin piedad, le desnudó como si siempre se hubieran conocido a su inquilino y tras cerciorarse de que él poseía la suficiente hombría, intercambió lugares y se montó sobre él; esta vez ella haría los honores y su cintura sería quien pondría los acentos. Ni siquiera se preocupó de ver si él estaba disfrutando del momento, le tomó las manos y le pidió que jalara sus pechos. Su frenesí era completo, mientras ambas cinturas se complementaban, buscando el mismo estallido de placer.


Ella se derramó primero, más aún faltaba para llegar al orgasmo; era el squirt previo al placer máximo, el cual bañaba las nalgas de él y como torrente se deslizaba hasta alcanzar su espalda. El inusitado galopar de ambas cinturas hacía que la humedad salpicara todo a su alrededor. Estalló primero ella, mientras él la cogía de la cintura y aceleraba el galope hasta estallar en ella. Bajaron el ritmo de su pasión. Ambos aún estaban eufóricos, deseosos de más placer, de probar algo nuevo… Aún quedaba una cavidad por leer…

jueves, 2 de noviembre de 2017

Dos almas

Frente a un frío altar dos almas oraban, una portaba un rosario de perlas y la otra uno hecho con cuentas de madera.

Apenas un sutil murmullo interrumpía el transitar del sepulcral silencio.

Ambas damas no se conocían, pero sin saberlo, las dos oraban por el mismo ser enfermo.

Tal vez así lo quiso el universo, tal vez así estaba predispuesto.

Amaban a la misma persona y aunque lucían como empleada y patrona, ninguna sospechaba que el canalla que las había engañado, ya las había abandonado...