Desperté
sobresaltado, con el cuerpo empapado en sudor frío y el corazón agitado. Quise
toser, como si me faltara el aire, como si quisiera sacar algo que obstruía mi
garganta…
Había sido el
sueño más extraño y vívido, que jamás hubiese tenido.
Una tarde salí a
navegar, como solía acostumbrar; solo, y a merced del viento. Sucede que ese día
me recosté sobre la barca, la cual se mecía sutilmente en un mar calmo, cuando
sentí que un delfín saltaba del agua. Yo pensé que era un delfín, pero al asomarme
discretamente, noté que una hermosa mujer nadaba muy cerca de la barca. Se
sumergía, como para tomar impulso, y saltaba fuera del agua. En ese instante yo
no noté nada extraño, pero al verla saltar por segunda vez, un escalofrío
recorrió mi espalda. Esa bella mujer, era una sirena. Sí, una sirena como la de
los cuentos, que con su canto te seducen y… oh! no!... Tal vez era como las
sirenas de “La Odisea”, cuyo canto
hipnótico me haría caer en trance y arrojarme a las profundidades para
convertirme en su alimento… O tal vez, con su canto atraería ballenas o
tiburones y despedazaría mi embarcación para luego verme morir en lenta agonía.
Estaba en eso,
cuando sentí que se aproximaba a mi barca. Era la mujer (o chica-pez), más
bella del mundo (de mi mundo). Además, se aproximó con mucha confianza, sin el
más mínimo dejo de temor o sorpresa.
-
Hace tiempo que te observo – Señaló.
-
Siempre realizas la misma rutina; no pescas, no
nadas, sólo te quedas sobre tu embarcación, a merced de la marea, y luego te
marchas. – Agregó.
Claramente,
llevaba tiempo observándome. Intenté responder, pero al tenerla frente a mí,
sólo atinaba a observarla, a recorrer su armónica figura con la mirada
aturdida, impactado. Si sus labios eran sensuales, su mirada cautivaba más; su
fino cuello invitaba a mis besos y su pecho, cubierto con finas algas, tenía
una armonía perfecta. Quería tocarla, sentirla, abrazarla, quería poseer sus
labios y en un beso eterno hacerla mi mujer. Quería que se fundiera con mi piel
y… Quería poseerla… Pero cómo… pero por dónde, si era mitad pez…
Ella notó mi
turbación y adivinando mis pensamientos (o tal vez leyó mi mente), se alejó un
poco para tomar impulso y se arrojó a mis brazos. Sus besos lo eran todo.
Aunque su piel era fría y algo escamosa, brillaba como si luciera una sutil
túnica de diamantes. Me besó y me arrastró a las profundidades. Me besaba,
mientras yo sentía que me asfixiaba, me sentí atrapado entre sus brazos y tras
un gran esfuerzo, logré zafarme cuando ya todo era oscuridad. Intenté nadar,
gritar de desesperación… Ahí fue que desperté. Había sido un sueño, uno tan
real como la vida misma; pero sueño al fin y al cabo.
Esa mañana me
vestí y fui al muelle a caminar, a sentir el intenso y exquisito aroma del mar.
Caminé por la playa, cuando a la distancia vi a una joven solitaria que
disfrutaba de los tibios rayos del sol de la mañana. Tomé una ruta distinta,
para no pasar cerca de ella; pero cuando estuve cerca sentí pronunciar mi
nombre, o tal vez el viento marino me jugaba una broma. Y nuevamente sentí un
susurro, como suspiro, como si fuera dirigido a mí. Voltee y grande fue mi
sorpresa al ver a esa muchacha. ¡Era idéntica a la de mis sueños!. Sus
cabellos, sus mejillas, sus labios, esa mirada tierna y dulce, sus delicados
brazos, y ¡Vaya!, el resto de su cuerpo ciertamente lucía mucho mejor. Y tenía
piernas; un bello y bien formado par de piernas, de esas que dan ganas de tener
cerca, muy cerca de los labios, y de todo mi ser…
Suspiré, y ella
rió. ¿Acaso me habrá adivinado el pensamiento?...
Me acerqué como si
la conociera, como si nos conociéramos de toda la vida. Charlamos largo y
tendido, caminamos por la playa, ignoro cuanto tiempo o qué distancia; solo sé
que recostados sobre la arena, nos sorprendió la noche. Era una noche bella,
noche de luna llena. Ella me enseñó la melodía de las olas, y danzó con ellas.
Parecía que la mar besaba sus pies mientras danzaba, parecía que no era de este
mundo y que yo nuevamente soñaba. Y me aferré a mi sueño, y sobre la arena la
hice mía. La besé con sutileza, sin prisa pero estrechándola con ambas manos.
Al penetrarla sentí su tibieza, su suave y sutil delicadeza. Fui intenso, fui
alocado y travieso. Ella se dejaba llevar, se dejaba amar como si fuese la
primera vez que alguien la hubiera tocado. Era intensa, apasionada; jadeaba y
reía, reía y gemía, gemía, y en un sublime instante, estalló su ser. Su pasión
se derramó sobre mí; lo sentí. Temblaba, pero no se detenía, y no lo hizo hasta
que yo me fui en ella. Me abrazó, me besó con inusitada pasión. Sentí que me
mordía el labio inferior. Me ardió, pero no me importó.
A la mañana
siguiente, desperté tendido en la arena, desnudo y solo. Sobre la arena, unas
huellas frescas que se perdían en el mar. ¿Acaso soñé nuevamente con mi Sirena?
Pero no, no fue un sueño, mi labio inferior estaba hinchado, había sido a causa
de ese beso con mordida…
Nunca más la vi,
nunca más me alejé del mar…
Muy bello relato, me gusta.
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