martes, 12 de abril de 2016

Enamorado de una Sirena

Desperté sobresaltado, con el cuerpo empapado en sudor frío y el corazón agitado. Quise toser, como si me faltara el aire, como si quisiera sacar algo que obstruía mi garganta…
Había sido el sueño más extraño y vívido, que jamás hubiese tenido.

Una tarde salí a navegar, como solía acostumbrar; solo, y a merced del viento. Sucede que ese día me recosté sobre la barca, la cual se mecía sutilmente en un mar calmo, cuando sentí que un delfín saltaba del agua. Yo pensé que era un delfín, pero al asomarme discretamente, noté que una hermosa mujer nadaba muy cerca de la barca. Se sumergía, como para tomar impulso, y saltaba fuera del agua. En ese instante yo no noté nada extraño, pero al verla saltar por segunda vez, un escalofrío recorrió mi espalda. Esa bella mujer, era una sirena. Sí, una sirena como la de los cuentos, que con su canto te seducen y… oh! no!... Tal vez era como las sirenas de  “La Odisea”, cuyo canto hipnótico me haría caer en trance y arrojarme a las profundidades para convertirme en su alimento… O tal vez, con su canto atraería ballenas o tiburones y despedazaría mi embarcación para luego verme morir en lenta agonía.

Estaba en eso, cuando sentí que se aproximaba a mi barca. Era la mujer (o chica-pez), más bella del mundo (de mi mundo). Además, se aproximó con mucha confianza, sin el más mínimo dejo de temor o sorpresa.
-         Hace tiempo que te observo – Señaló.
-         Siempre realizas la misma rutina; no pescas, no nadas, sólo te quedas sobre tu embarcación, a merced de la marea, y luego te marchas. – Agregó.

Claramente, llevaba tiempo observándome. Intenté responder, pero al tenerla frente a mí, sólo atinaba a observarla, a recorrer su armónica figura con la mirada aturdida, impactado. Si sus labios eran sensuales, su mirada cautivaba más; su fino cuello invitaba a mis besos y su pecho, cubierto con finas algas, tenía una armonía perfecta. Quería tocarla, sentirla, abrazarla, quería poseer sus labios y en un beso eterno hacerla mi mujer. Quería que se fundiera con mi piel y… Quería poseerla… Pero cómo… pero por dónde, si era mitad pez…

Ella notó mi turbación y adivinando mis pensamientos (o tal vez leyó mi mente), se alejó un poco para tomar impulso y se arrojó a mis brazos. Sus besos lo eran todo. Aunque su piel era fría y algo escamosa, brillaba como si luciera una sutil túnica de diamantes. Me besó y me arrastró a las profundidades. Me besaba, mientras yo sentía que me asfixiaba, me sentí atrapado entre sus brazos y tras un gran esfuerzo, logré zafarme cuando ya todo era oscuridad. Intenté nadar, gritar de desesperación… Ahí fue que desperté. Había sido un sueño, uno tan real como la vida misma; pero sueño al fin y al cabo.

Esa mañana me vestí y fui al muelle a caminar, a sentir el intenso y exquisito aroma del mar. Caminé por la playa, cuando a la distancia vi a una joven solitaria que disfrutaba de los tibios rayos del sol de la mañana. Tomé una ruta distinta, para no pasar cerca de ella; pero cuando estuve cerca sentí pronunciar mi nombre, o tal vez el viento marino me jugaba una broma. Y nuevamente sentí un susurro, como suspiro, como si fuera dirigido a mí. Voltee y grande fue mi sorpresa al ver a esa muchacha. ¡Era idéntica a la de mis sueños!. Sus cabellos, sus mejillas, sus labios, esa mirada tierna y dulce, sus delicados brazos, y ¡Vaya!, el resto de su cuerpo ciertamente lucía mucho mejor. Y tenía piernas; un bello y bien formado par de piernas, de esas que dan ganas de tener cerca, muy cerca de los labios, y de todo mi ser…
Suspiré, y ella rió. ¿Acaso me habrá adivinado el pensamiento?...

Me acerqué como si la conociera, como si nos conociéramos de toda la vida. Charlamos largo y tendido, caminamos por la playa, ignoro cuanto tiempo o qué distancia; solo sé que recostados sobre la arena, nos sorprendió la noche. Era una noche bella, noche de luna llena. Ella me enseñó la melodía de las olas, y danzó con ellas. Parecía que la mar besaba sus pies mientras danzaba, parecía que no era de este mundo y que yo nuevamente soñaba. Y me aferré a mi sueño, y sobre la arena la hice mía. La besé con sutileza, sin prisa pero estrechándola con ambas manos. Al penetrarla sentí su tibieza, su suave y sutil delicadeza. Fui intenso, fui alocado y travieso. Ella se dejaba llevar, se dejaba amar como si fuese la primera vez que alguien la hubiera tocado. Era intensa, apasionada; jadeaba y reía, reía y gemía, gemía, y en un sublime instante, estalló su ser. Su pasión se derramó sobre mí; lo sentí. Temblaba, pero no se detenía, y no lo hizo hasta que yo me fui en ella. Me abrazó, me besó con inusitada pasión. Sentí que me mordía el labio inferior. Me ardió, pero no me importó.

A la mañana siguiente, desperté tendido en la arena, desnudo y solo. Sobre la arena, unas huellas frescas que se perdían en el mar. ¿Acaso soñé nuevamente con mi Sirena? Pero no, no fue un sueño, mi labio inferior estaba hinchado, había sido a causa de ese beso con mordida…


Nunca más la vi, nunca más me alejé del mar…

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