Estaba
todo planificado para que ese fuera un fin de semana diferente, al menos eso
pensaba yo.
Era
un viernes de otoño y durante la mañana realicé un llamado telefónico
invitándola a almorzar, momento en el cual le pedí que nos tomáramos un fin de
semana juntos, en un lugar retirado, un sector campestre junto a un lago y con
la montaña como cortina de fondo. Ella se tomó su tiempo para responder, sin
embargo un brillo en su mirada me confirmó que iría.
A
media tarde pasé por su casa, le había pedido que llevara ropa liviana, ya que
habría buen clima. Lo que yo no sabía, es que la montaña tiene sus propias
reglas en cuanto a clima se refiere.
Llegamos
a la cabaña que había reservado. El paisaje era maravilloso y el aire fresco y
puro. Colmé mis pulmones con ese aire y
exhalé de muy buen agrado. Tomé su mano y le pedí que me acompañara a pasear
por el lago. Caminamos por la orilla, tras algunos minutos de caminata y besos,
y abrazos, y más besos, llegamos a un pequeño muelle donde arrendamos un bote a
remos (no estaba permitido el uso de botes con motor). Hasta ahí, parecía un
paseo romántico más. Quise cantar, pero mi voz solo espantó las aves. Llegó un
momento en que nuestras miradas se cruzaron y, sin decir palabra alguna, ella
saltó a mis brazos. Me dio un apasionado e intenso beso. Sentí que una lágrima
caía de su rostro, a mi mejilla; le pregunté por qué lloraba y ella me miró
extrañada. Sin aviso previo, nos cubrió una copiosa lluvia. Debí remar con
muchas energías, para alcanzar pronto la orilla. Corrimos hasta la cabaña,
aunque a esas alturas ya poco importaba, dado que estábamos completamente
empapados.
Ya
en la cabaña, me preocupé de encender la chimenea; tras eso ingresé a la
habitación a tomar una ducha caliente. Me estaba lavando el cabello cuando
sentí unas suaves manos en mi espalda voltee al instante y me quedé algunos
instantes observando su bella figura, cosa que la incomodó un poco y optó por tomar
la iniciativa; me abrazó y besó como jamás lo había hecho, nada se comparaba a
sentir sus suaves pechos apoyados en mí, su caluroso abrazo, sus intensos
besos, su furtiva pasión.
Tras
hacer el amor en la ducha, nos colocamos una bata y decidimos recostarnos
frente a la chimenea. Decidimos iluminar la sala sólo con velas, descorchar un
tinto y acompañarlo con una tabla de quesos y jamón. Para cuando terminamos de
servirnos el vino y lo demás, nos quedamos un instante en silencio, nuestras
miradas se cruzaron una vez más y esta vez yo tomé la iniciativa. Cogí uno de
sus tobillos y lo jalé hacia mí; besé su pie y comencé a subir por su pierna,
besando sutilmente y acariciándola. No sé si sería el vino, el ambiente o es
que nuestras almas habían entrado en sintonía, pero el momento se tornó mágico.
Me bebí sus ansias gota a gota, al instante
que mis dedos sintieron su fuego interno, el cual era más intenso que nunca. Nos
amamos como si fuese la primera vez, sintiéndonos plenos, gustosos de cada
caricia, cada beso, cada mirada. Nos amamos hasta que el sueño nos venció, y
nos dormimos ahí, frente al fuego, cubiertos solamente con una bata.
Desperté
con los primeros rayos del amanecer, estos se colaban por la ventana y apuntaban
a su piel, pura, sutil, de una suavidad incomparable; quise moverme para
admirar su belleza en pleno, pero no quería que despertara. Mis dedos se
enredaba en sus cabellos una y otra vez, ella permanecía con su cabeza apoyada
en mi pecho. Me fue imposible el contener un suspiro y ella despertó, me miró
con ternura, sonrió. No cabía duda, ella era el amor de mi vida y el centro de
mi universo.
Me ha encantado el relato, yo escribí una historia parecida y la verdad es que me he identificado un poco. Bueno ya iré leyendo poco a poco tus relatos, Un saludo.
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