domingo, 26 de marzo de 2017

Sangre de poeta

En los pueblos pequeños, y en algunos grandes también, suele haber personajes que sobresalen por sobre el resto; ya sea por su situación económica, poseer un trabajo destacado, un puesto importante en la organización social, o por promover el mundo de las artes. En una de estas localidades había un personaje a quien llamaban “el poeta”, era un locutor radial, quien destinaba uno de los espacios de la radio para difundir la poesía y el romance; este espacio se llamaba “la hora del poeta” (dado que el espacio no duraba más allá de una hora), esto, entre las 23:00 horas y medianoche (hora en que se cerraban las transmisiones) y como él era el único interlocutor entre los radioescuchas y los mensajes románticos que muchos adolescentes dedicaban a sus enamoradas, él era llamado “el poeta”.
En cierta oportunidad, “el poeta” cayó enfermo y debió hospitalizarse. Tras una serie de exámenes y dos días en el nosocomio, se le dio el alta, ya más recuperado, debiendo mantener algunos días de reposo en casa y tomar determinadas medicinas, según prescripción médica. Antes de irse, una amable enfermera le manifestó que había visto sus exámenes y que su sangre contenía altos niveles de plaquetas, consultando a la vez si era donante de sangre o si alguna vez lo había considerado, ya que ello podría salvarle la vida a otra persona. Un par de semanas después, el poeta acudió al centro asistencial a donar sangre.
Otro personaje típico de la ciudad era un mimo, un viejo profesor de teatro que había sido despedido hacía ya muchos años, debido a su adicción al alcohol; vivía en la calle, durmiendo en las cantinas o donde lo pillara la noche. Durante el día se le veía en la calle, con su rostro blanco (más gris que blanco), haciendo algunos gestos y pidiendo monedas, las cuales empleaba para financiar su adicción.
Un día de lluvia, día en que no había logrado reunir más que cuatro monedas de muy baja denominación, más otra que encontró botada, fue asaltado por un sujeto que recién venía saliendo de la cárcel. Debido a la tenaz resistencia que opuso el mimo, el delincuente sacó un estoque de entre sus ropas y se lo clavó en el abdomen. Fue internado de urgencia y dada su condición, el médico dispuso que le pusieran tres unidades de sangre… Sólo había dos en el banco de sangre (la donada por el poeta y otra donada por una maestra de artes)… A lo imposible nadie está obligado - manifestó el galeno -, con eso tendrá que bastar – agregó después-.
Dos días estuvo inconsciente el mimo al cabo de los cuales despertó, justo cuando la paramédico le estaba conectando una nueva unidad de suero a la vía que tenía en su brazo. Observó el procedimiento en silencio, y también pudo ver el discreto escote de la señorita, escote que se hacía más pronunciado debido a la inclinación en que se encontraba. En ese instante algo cruzó por la mente del mimo, algo que jamás había sucedido: Sintió deseos de escribir. Pero no deseaba escribir libretos como en sus tiempos de profesor, sino que quería escribir poesía…
Cerró sus ojos e imaginó una página en blanco, un tintero plateado y una pluma nueva, entonces cogió la pluma y dejó la tinta fluir:

Dulce doncella en la flor de la vida,
ojos de miel, sonrisa cancina;
me mostraste el camino al cielo,
ese que cruza entre albas colinas,
ese que desciende hasta ese hirsuto monte
donde Venus otorga vida.
Quiero beber de tu manantial,
de ese dulce grial
reservado al noble caballero,
que como doncella te sepa tratar.

Acto seguido, tomó la hoja y la leyó en su mente una y otra vez, no lo podía creer, ese no era él; jamás logró unir dos letras que al unísono sonaran a romance, menos podría haber creado esas sencillas pero ordenadas líneas. Aún absorto en sus pensamientos, vio que la joven había regresado a verlo, a revisar el suero e indicarle que en la tarde podrían llevarle algún alimento. A su mente vino un plato de sopa caliente, de esas que hacía años sus labios no probaban, de aquellas que su difunta madre preparaba. Al día siguiente pudo saborear un plato de sopa, no como el de su madre, pero igualmente sabroso, y caliente. Preguntó qué día era; notó que hacía varios días que no bebía y su pulso aún estaba firme. En su ser interno imaginaba que había muerto, que su actual estado era una broma que le estaban jugando en el infierno; entonces cogió la servilleta y comenzó a realizar distintos dobleces, para cuando terminó había confeccionado una flor de papel, cosa que sus torpes dedos hacía años no lograban realizar. Sí, definitivamente la vida (o la muerte), le estaban jugando una cruel broma.
Entonces miraba el pasillo a través de la puerta de la sala, veía pasar gente, a diario lo visitaba el médico y el creía que la broma seguía, hasta que fue dado de alta. Tomó una ropa que le trajo la paramédico (la suya había sido cortada para despejar la herida, y dado su nivel de inmundicia, fue incinerada).
Regresó a la calle y tras recorrer sus tradicionales lugares, cayó en cuenta de que no estaba muerto, que efectivamente sus manos no temblaban y no sentía deseos de beber alcohol. Fue a su rincón donde ocultaba unos viejos envases con pinturas, cogió algunos papeles en algún basurero, un lápiz que de seguro había dejado caer algún estudiante, y se fue a la calle donde siempre había mendigado; armó flores de papel y escribió frases de amor en pequeños pergaminos hechos por él. Su rostro, más blanco que antaño, aunque aún un tanto gris, lucía más radiante, como renacido entre cenizas. Sonreía, hacía gestos nuevos y obsequiaba las flores de papel a las jovencitas; los pergaminos los vendía por lo que le dieran, toda donación servía. Esa tarde reunió más dinero que en un mes de su antigua vida; fue a un hogar de la iglesia (uno que acogía mendigos) y pagó para dormir bajo techo, sobre una cama y cobijado con una frazada… Milagrosamente su vida había cambiado, y de seguro, jamás volvería a dormir en las calles, en las cantinas, o en la banca de la plaza. Su meta era ser un hombre nuevo, el hombre que alguna vez fue.

En cuanto a “el poeta”, tras haber donado sangre se retiró de prisa, ya estaba atrasado para su siguiente programa. No reposó lo suficiente y eso le pasó la cuenta; mientras cruzaba la calle sufrió un vahído y tuvo un desmayo, siendo arrollado en ese mismo lugar por un taxi colectivo.


Dicen que el alma es inmortal, que el cuerpo es solo un envase; pero tal vez, solo tal vez, parte del alma del poeta (y de la artista plástica) descansaban en la sangre que recibió el mimo, y esas gotas de vida eran las suficientes para crear el milagro que hacía falta, para que el mimo tuviera su segunda oportunidad…

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