En los pueblos
pequeños, y en algunos grandes también, suele haber personajes que sobresalen
por sobre el resto; ya sea por su situación económica, poseer un trabajo
destacado, un puesto importante en la organización social, o por promover el
mundo de las artes. En una de estas localidades había un personaje a quien
llamaban “el poeta”, era un locutor radial, quien destinaba uno de los espacios
de la radio para difundir la poesía y el romance; este espacio se llamaba “la
hora del poeta” (dado que el espacio no duraba más allá de una hora), esto, entre
las 23:00 horas y medianoche (hora en que se cerraban las transmisiones) y como
él era el único interlocutor entre los radioescuchas y los mensajes románticos que
muchos adolescentes dedicaban a sus enamoradas, él era llamado “el poeta”.
En cierta oportunidad, “el
poeta” cayó enfermo y debió hospitalizarse. Tras una serie de exámenes y dos días
en el nosocomio, se le dio el alta, ya más recuperado, debiendo mantener
algunos días de reposo en casa y tomar determinadas medicinas, según prescripción
médica. Antes de irse, una amable enfermera le manifestó que había visto sus
exámenes y que su sangre contenía altos niveles de plaquetas, consultando a la
vez si era donante de sangre o si alguna vez lo había considerado, ya que ello
podría salvarle la vida a otra persona. Un par de semanas después, el poeta acudió
al centro asistencial a donar sangre.
Otro personaje típico
de la ciudad era un mimo, un viejo profesor de teatro que había sido despedido
hacía ya muchos años, debido a su adicción al alcohol; vivía en la calle,
durmiendo en las cantinas o donde lo pillara la noche. Durante el día se le
veía en la calle, con su rostro blanco (más gris que blanco), haciendo algunos
gestos y pidiendo monedas, las cuales empleaba para financiar su adicción.
Un día de lluvia, día
en que no había logrado reunir más que cuatro monedas de muy baja denominación,
más otra que encontró botada, fue asaltado por un sujeto que recién venía
saliendo de la cárcel. Debido a la tenaz resistencia que opuso el mimo, el delincuente
sacó un estoque de entre sus ropas y se lo clavó en el abdomen. Fue internado
de urgencia y dada su condición, el médico dispuso que le pusieran tres
unidades de sangre… Sólo había dos en el banco de sangre (la donada por el
poeta y otra donada por una maestra de artes)… A lo imposible nadie está
obligado - manifestó el galeno -, con eso tendrá que bastar – agregó después-.
Dos días estuvo
inconsciente el mimo al cabo de los cuales despertó, justo cuando la paramédico
le estaba conectando una nueva unidad de suero a la vía que tenía en su brazo.
Observó el procedimiento en silencio, y también pudo ver el discreto escote de
la señorita, escote que se hacía más pronunciado debido a la inclinación en que
se encontraba. En ese instante algo cruzó por la mente del mimo, algo que jamás
había sucedido: Sintió deseos de escribir. Pero no deseaba escribir libretos
como en sus tiempos de profesor, sino que quería escribir poesía…
Cerró sus ojos e
imaginó una página en blanco, un tintero plateado y una pluma nueva, entonces
cogió la pluma y dejó la tinta fluir:
Dulce doncella en la flor
de la vida,
ojos de miel, sonrisa
cancina;
me mostraste el camino
al cielo,
ese que cruza entre
albas colinas,
ese que desciende hasta
ese hirsuto monte
donde Venus otorga vida.
Quiero beber de tu
manantial,
de ese dulce grial
reservado al noble
caballero,
que como doncella te
sepa tratar.
Acto seguido, tomó la
hoja y la leyó en su mente una y otra vez, no lo podía creer, ese no era él;
jamás logró unir dos letras que al unísono sonaran a romance, menos podría
haber creado esas sencillas pero ordenadas líneas. Aún absorto en sus
pensamientos, vio que la joven había regresado a verlo, a revisar el suero e
indicarle que en la tarde podrían llevarle algún alimento. A su mente vino un
plato de sopa caliente, de esas que hacía años sus labios no probaban, de
aquellas que su difunta madre preparaba. Al día siguiente pudo saborear un
plato de sopa, no como el de su madre, pero igualmente sabroso, y caliente.
Preguntó qué día era; notó que hacía varios días que no bebía y su pulso aún
estaba firme. En su ser interno imaginaba que había muerto, que su actual
estado era una broma que le estaban jugando en el infierno; entonces cogió la
servilleta y comenzó a realizar distintos dobleces, para cuando terminó había
confeccionado una flor de papel, cosa que sus torpes dedos hacía años no
lograban realizar. Sí, definitivamente la vida (o la muerte), le estaban
jugando una cruel broma.
Entonces miraba el
pasillo a través de la puerta de la sala, veía pasar gente, a diario lo
visitaba el médico y el creía que la broma seguía, hasta que fue dado de alta.
Tomó una ropa que le trajo la paramédico (la suya había sido cortada para
despejar la herida, y dado su nivel de inmundicia, fue incinerada).
Regresó a la calle y
tras recorrer sus tradicionales lugares, cayó en cuenta de que no estaba
muerto, que efectivamente sus manos no temblaban y no sentía deseos de beber
alcohol. Fue a su rincón donde ocultaba unos viejos envases con pinturas, cogió
algunos papeles en algún basurero, un lápiz que de seguro había dejado caer
algún estudiante, y se fue a la calle donde siempre había mendigado; armó
flores de papel y escribió frases de amor en pequeños pergaminos hechos por él.
Su rostro, más blanco que antaño, aunque aún un tanto gris, lucía más radiante,
como renacido entre cenizas. Sonreía, hacía gestos nuevos y obsequiaba las
flores de papel a las jovencitas; los pergaminos los vendía por lo que le
dieran, toda donación servía. Esa tarde reunió más dinero que en un mes de su
antigua vida; fue a un hogar de la iglesia (uno que acogía mendigos) y pagó
para dormir bajo techo, sobre una cama y cobijado con una frazada…
Milagrosamente su vida había cambiado, y de seguro, jamás volvería a dormir en
las calles, en las cantinas, o en la banca de la plaza. Su meta era ser un
hombre nuevo, el hombre que alguna vez fue.
En cuanto a “el poeta”,
tras haber donado sangre se retiró de prisa, ya estaba atrasado para su
siguiente programa. No reposó lo suficiente y eso le pasó la cuenta; mientras
cruzaba la calle sufrió un vahído y tuvo un desmayo, siendo arrollado en ese
mismo lugar por un taxi colectivo.
Dicen que el alma es
inmortal, que el cuerpo es solo un envase; pero tal vez, solo tal vez, parte
del alma del poeta (y de la artista plástica) descansaban en la sangre que
recibió el mimo, y esas gotas de vida eran las suficientes para crear el milagro
que hacía falta, para que el mimo tuviera su segunda oportunidad…
No hay comentarios:
Publicar un comentario