domingo, 12 de marzo de 2017

Click

Desde que descubrí la fotografía de laboratorio, esa en que utilizas químicos para hacer aparecer la imagen sobre el papel, quedé enamorado de ella. Adquirí una máquina de segunda mano y varios rollos de película de 35mm, con los que busqué capturar momentos, situaciones, paisajes o personas. Fue un semestre increíble, en que teníamos acceso a los laboratorios de la universidad y podíamos trabajar con absoluta libertad. Nuestras capturas eran revisadas por nuestro profesor, quien al término de las clases, se llevó los mejores trabajos, incluidos los negativos. Lamenté perder algunas buenas fotografías, pero tenía la tranquilidad de que con lo aprendido, podría realizar nuevas tomas, a un nivel menos improvisado.
Pasaron algunos años y mi cámara quedó olvidada en alguna vieja caja, junto a los negativos revelados y algunas fotografías en blanco y negro (sólo aprendí a revelar en blanco y negro). Cuando me armé de un poco de capital y pretendí adquirir los equipos necesarios para realizar los revelados, el laboratorio donde compraba el papel y los químicos, había desaparecido; ni hablar de conseguir una ampliadora o un marginador. El amigo de mi padre, quien me facilitaba su laboratorio cuando yo estudiaba, había fallecido; no sé quién se habrá quedado con sus equipos.
Años más tarde, mientras trabajaba en otra ciudad, conocí a un fotógrafo que puso en venta los viejos equipos de su padre. Al fin conseguí una ampliadora, tambores, espirales, 50 metros de negativo y 100 papeles de 20 x 25 cm. Sólo faltaban los químicos, los cuales adquirí por internet. Habilité un espacio en el baño (casi todos utilizaban sus baños para estos fines; debe ser porque es el lugar más fresco y oscuro de la casa). Todo estaba listo para retomar mi vieja pasión.
Cámara en mano, me di a la tarea de recorrer la ciudad buscando inmortalizar algún sector, lugar, ambiente o grupo de personas. No sé qué aspecto yo tendría, o tal vez sería mi vieja cámara lo que llamaba la atención, porque la gente se me quedaba mirando con cara de sorpresa.
Tan solo esa tarde consumí 5 rollos de película, de los 8 que llevaba; llegué a las orillas del río que circundaba la ciudad y decidí realizar alguna toma más. Cargué un rollo nuevo y me dirigí al puente colgante que se divisaba a la distancia. Para cuando llegué a este, vi una bella joven apoyada en los cables que sustentaban el puente, con la mirada perdida, como si observara el horizonte pero sin prestar atención a ello; sin dudarlo, tomé mi cámara y tomé algunas fotografías de ella. No sé si sería el sonido de la cámara cuando se abría el obturador, o cuando corría el rollo (de forma manual), lo que llamó su atención. Inicialmente me miró extrañada, luego puso cara de indignación y finalmente, se dirigió hacia donde yo estaba, vociferando insultos irreproducibles. La verdad es que no presté mucha atención a los improperios, solo a su bello rostro; parecía un ángel caído del cielo. Hasta su caminar me pareció armónicamente sensual y extremadamente seductor.
Ella exigió que borrara todas las fotografías, y estar presente cuando lo hiciera. Le expliqué que mis fotografías eran capturas en blanco y negro, que mi cámara no era digital, por el contrario, utilizaba una película de 35mm y que para ver las imágenes, primero tendría que revelar el rollo. Me pidió que le entregara los negativos, a lo cual me negué, manifestando que tenía fotografías únicas, de los últimos momentos de un ser querido, quien ya no estaba en este mundo. La verdad es que ansiaba revelar el rollo para verla a ella, para observar su armónico rostro y su bella figura. Mientras ella me hablaba e insistía en que le entregara las imágenes, yo estaba obnubilado con su encanto.
Le pedí que fuéramos a mi laboratorio, así yo podría conservar las imágenes de ese ser querido (que solo existía en mi mente), y le entregaría las tomas donde ella salía. Todo eso lo hacía intentando prolongar su compañía, su dulce compañía.
Una mujer como ella jamás se fijaría en un sujeto como yo, pensé, así es que estar en su compañía iba a ser la mayor experiencia de mi vida. Me miró con algo de desconfianza, me preguntó si yo era un paparazzi, a lo cual respondí que no, que solo era un aficionado a la fotografía, que se vio seducido por como ella lucía apoyada sobre la baranda del puente. Debió ver la honestidad de mis palabras, porque desapareció el tono agresivo con que me habló al principio. Me pidió que le indicara donde vivía, que ella pasaría por casa de una amiga y nos reuniríamos en ese lugar.
Yo corrí a casa e inmediatamente me puse a revelar el rollo, esperando que ella tardara en llegar. En tanto se fijaron las imágenes las oculté, justo a tiempo. Ella tocó el timbre e iba acompañada de otra joven casi tan bella como ella. Miraron mi departamento con algo de recelo, dado lo humilde de su amoblado, en tanto yo corrí a llevarle el trozo de negativo donde salían sus imágenes, cortado una toma antes, y una toma después, para que viera que no me quedaría con ninguna imagen. Una vez entregado el film, se disponían a marchar cuando la amiga me habló, ¿de verdad eres fotógrafo?, yo quedé un tanto perplejo con la pregunta, pero me ofrecí a mostrarle parte de mi trabajo; eran imágenes de la ciudad, de los sectores rurales aledaños, feriantes que ofrecían sus verduras, gente en el parque y algunos rostros…
Ellas observaron cada una de las fotografías con mucha atención e hicieron algunos comentarios entre ellas, en un tono que yo no alcazaba a oír, tal vez, incluso en otro idioma. Luego, la amiga me pidió que le mostrara mi laboratorio, y si tenía algo más que no les hubiera mostrado. Las conduje al baño (mi laboratorio) y les mostré todo mi equipo, al tiempo que les contaba como lo había adquirido y el tiempo que llevaba trabajando con el mismo.
Al retirarse ambas, la amiga me entregó una tarjeta y me pidió que la fuera a ver a su oficina al día siguiente. La dirección correspondía a la de una agencia de modas; acudí a la cita de manera puntual, ella ya estaba ahí y en tanto llegué, su secretaria me hizo pasar.
“Revisamos las fotografías”, comentó. “Notamos que tienes cierto talento, o tal vez estuviste de suerte, ya que nuestros fotógrafos necesitan de instrumentos adicionales como luxómetros e implementos que reflejen el sol, para obtener resultados similares al que tú conseguiste”. Finalizó.
Luego de una amena charla, me preguntó si estaba dispuesto a realizar un trabajo para ella; era un trabajo especial que no podía confiarle a sus fotógrafos habituales.
Me contó en qué consistía su proyecto y me pidió que fuera lo más reservado posible. Ella se encargaría de la decoración del ambiente, de la iluminación, y yo solo debía dedicarme a realizar las tomas fotográficas. Al ver el monto de la oferta, no me pude negar. En cuanto a los detalles, ella decidió que la mejor locación sería mi propio departamento; vale decir, una puerta de entrada y la imposibilidad de que alguien saliera por la ventana del baño.
Llegado el día acordado, un grupo de gente invadió mi domicilio portando telas, engrapadoras, pinturas, alfombras y luces. Mis modestos muebles y todo lo que había en la sala principal, fueron llevados a la pieza de alojados. El ambiente lucía fantástico. Era algo con lo que siempre había soñado.
Llegado el momento, se retiró toda le gente y solo quedamos los dos. Ella me explicó el tipo de fotografías que necesitaba, cómo quería que estas fueran tomadas y el enfoque que buscaba resaltar. Hasta ahí todo era muy claro, a pesar de que yo no sabía quién era la modelo, menos aún sabía qué prendas iba a vestir.
Ella fue a mi baño y cinco minutos después avanzó hasta el centro de la habitación, cubriendo su cuerpo con una bata, la cual dejó caer tras llegar al lugar en que se realizarían las tomas… Estaba completamente desnuda. Yo quedé estupefacto, partiendo por el hecho de que jamás había estado ante una mujer desnuda (yo aún era virgen). La miré de pies a cabeza, tomé mi cámara y comencé a fotografiarla. De pie, tendida sobre la alfombra, arrodillada en esta y con una muy sumisa expresión en su rostro… Esa tarde utilicé diez rollos de película y ella exigió estar presente en toda parte del proceso.
Como mi equipo era antiguo, yo solo podía procesar un rollo de negativo a la vez; este proceso se hace a ciegas, estando la habitación en la más absoluta oscuridad. Al parecer ella estaba consciente de ello, porque no vi ninguna expresión de sorpresa en su rostro, cuando encendí la luz roja y di inicio al proceso de revelado.
Para cuando terminé el último rollo, me disponía a encender la luz pero unas suaves manos me detuvieron. A pesar de no ver nada, sentí que la conocía de memoria, ya que recorrí cada fibra de su ser como si supiera cuales eran los puntos que deseaba fueran estimulados… Tras intensos minutos (muchos minutos), nos tendimos en el suelo frío, desnudos y con nuestra respiración muy agitada…
En tanto me incorporé y encendí la luz roja, pude apreciar una expresión distinta en su rostro; entonces tomé mi cámara y realicé nuevas tomas, así tal cual estaba, desnudo frente a ella. No pude evitar una nueva erección y ella no estaba dispuesta a desperdiciarla. Esta vez pude ver cada una de las expresiones de su rostro, la forma en que arqueaba su espalda buscando que cada embestida llegar más adentro, y clavando sus uñas en mi espalda, desgarrando girones de mi piel…

Tarde, ya casi de amanecida, logré terminar de revelar todas las fotografías; ella miró en detalle cada una de estas, guardó los negativos, las tomas, y antes de retirarse me dijo: “Como fotógrafo, eres mejor teniendo sexo”… Nunca más la volví a ver…

No hay comentarios:

Publicar un comentario