Desde que descubrí la
fotografía de laboratorio, esa en que utilizas químicos para hacer aparecer la
imagen sobre el papel, quedé enamorado de ella. Adquirí una máquina de segunda
mano y varios rollos de película de 35mm, con los que busqué capturar momentos,
situaciones, paisajes o personas. Fue un semestre increíble, en que teníamos
acceso a los laboratorios de la universidad y podíamos trabajar con absoluta
libertad. Nuestras capturas eran revisadas por nuestro profesor, quien al
término de las clases, se llevó los mejores trabajos, incluidos los negativos.
Lamenté perder algunas buenas fotografías, pero tenía la tranquilidad de que
con lo aprendido, podría realizar nuevas tomas, a un nivel menos improvisado.
Pasaron algunos años y
mi cámara quedó olvidada en alguna vieja caja, junto a los negativos revelados
y algunas fotografías en blanco y negro (sólo aprendí a revelar en blanco y
negro). Cuando me armé de un poco de capital y pretendí adquirir los equipos
necesarios para realizar los revelados, el laboratorio donde compraba el papel
y los químicos, había desaparecido; ni hablar de conseguir una ampliadora o un
marginador. El amigo de mi padre, quien me facilitaba su laboratorio cuando yo
estudiaba, había fallecido; no sé quién se habrá quedado con sus equipos.
Años más tarde,
mientras trabajaba en otra ciudad, conocí a un fotógrafo que puso en venta los
viejos equipos de su padre. Al fin conseguí una ampliadora, tambores,
espirales, 50 metros de negativo y 100 papeles de 20 x 25 cm. Sólo faltaban los
químicos, los cuales adquirí por internet. Habilité un espacio en el baño (casi
todos utilizaban sus baños para estos fines; debe ser porque es el lugar más
fresco y oscuro de la casa). Todo estaba listo para retomar mi vieja pasión.
Cámara en mano, me di a
la tarea de recorrer la ciudad buscando inmortalizar algún sector, lugar,
ambiente o grupo de personas. No sé qué aspecto yo tendría, o tal vez sería mi
vieja cámara lo que llamaba la atención, porque la gente se me quedaba mirando
con cara de sorpresa.
Tan solo esa tarde
consumí 5 rollos de película, de los 8 que llevaba; llegué a las orillas del
río que circundaba la ciudad y decidí realizar alguna toma más. Cargué un rollo
nuevo y me dirigí al puente colgante que se divisaba a la distancia. Para
cuando llegué a este, vi una bella joven apoyada en los cables que sustentaban
el puente, con la mirada perdida, como si observara el horizonte pero sin
prestar atención a ello; sin dudarlo, tomé mi cámara y tomé algunas fotografías
de ella. No sé si sería el sonido de la cámara cuando se abría el obturador, o
cuando corría el rollo (de forma manual), lo que llamó su atención.
Inicialmente me miró extrañada, luego puso cara de indignación y finalmente, se
dirigió hacia donde yo estaba, vociferando insultos irreproducibles. La verdad
es que no presté mucha atención a los improperios, solo a su bello rostro;
parecía un ángel caído del cielo. Hasta su caminar me pareció armónicamente
sensual y extremadamente seductor.
Ella exigió que borrara
todas las fotografías, y estar presente cuando lo hiciera. Le expliqué que mis
fotografías eran capturas en blanco y negro, que mi cámara no era digital, por
el contrario, utilizaba una película de 35mm y que para ver las imágenes,
primero tendría que revelar el rollo. Me pidió que le entregara los negativos,
a lo cual me negué, manifestando que tenía fotografías únicas, de los últimos
momentos de un ser querido, quien ya no estaba en este mundo. La verdad es que
ansiaba revelar el rollo para verla a ella, para observar su armónico rostro y
su bella figura. Mientras ella me hablaba e insistía en que le entregara las
imágenes, yo estaba obnubilado con su encanto.
Le pedí que fuéramos a
mi laboratorio, así yo podría conservar las imágenes de ese ser querido (que solo
existía en mi mente), y le entregaría las tomas donde ella salía. Todo eso lo
hacía intentando prolongar su compañía, su dulce compañía.
Una mujer como ella
jamás se fijaría en un sujeto como yo, pensé, así es que estar en su compañía
iba a ser la mayor experiencia de mi vida. Me miró con algo de desconfianza, me
preguntó si yo era un paparazzi, a lo cual respondí que no, que solo era un
aficionado a la fotografía, que se vio seducido por como ella lucía apoyada
sobre la baranda del puente. Debió ver la honestidad de mis palabras, porque
desapareció el tono agresivo con que me habló al principio. Me pidió que le
indicara donde vivía, que ella pasaría por casa de una amiga y nos reuniríamos
en ese lugar.
Yo corrí a casa e
inmediatamente me puse a revelar el rollo, esperando que ella tardara en
llegar. En tanto se fijaron las imágenes las oculté, justo a tiempo. Ella tocó
el timbre e iba acompañada de otra joven casi tan bella como ella. Miraron mi
departamento con algo de recelo, dado lo humilde de su amoblado, en tanto yo
corrí a llevarle el trozo de negativo donde salían sus imágenes, cortado una
toma antes, y una toma después, para que viera que no me quedaría con ninguna imagen.
Una vez entregado el film, se disponían a marchar cuando la amiga me habló, ¿de
verdad eres fotógrafo?, yo quedé un tanto perplejo con la pregunta, pero me
ofrecí a mostrarle parte de mi trabajo; eran imágenes de la ciudad, de los
sectores rurales aledaños, feriantes que ofrecían sus verduras, gente en el
parque y algunos rostros…
Ellas observaron cada
una de las fotografías con mucha atención e hicieron algunos comentarios entre
ellas, en un tono que yo no alcazaba a oír, tal vez, incluso en otro idioma.
Luego, la amiga me pidió que le mostrara mi laboratorio, y si tenía algo más
que no les hubiera mostrado. Las conduje al baño (mi laboratorio) y les mostré
todo mi equipo, al tiempo que les contaba como lo había adquirido y el tiempo
que llevaba trabajando con el mismo.
Al retirarse ambas, la
amiga me entregó una tarjeta y me pidió que la fuera a ver a su oficina al día
siguiente. La dirección correspondía a la de una agencia de modas; acudí a la
cita de manera puntual, ella ya estaba ahí y en tanto llegué, su secretaria me
hizo pasar.
“Revisamos las
fotografías”, comentó. “Notamos que tienes cierto talento, o tal vez estuviste
de suerte, ya que nuestros fotógrafos necesitan de instrumentos adicionales
como luxómetros e implementos que reflejen el sol, para obtener resultados
similares al que tú conseguiste”. Finalizó.
Luego de una amena
charla, me preguntó si estaba dispuesto a realizar un trabajo para ella; era un
trabajo especial que no podía confiarle a sus fotógrafos habituales.
Me contó en qué
consistía su proyecto y me pidió que fuera lo más reservado posible. Ella se
encargaría de la decoración del ambiente, de la iluminación, y yo solo debía
dedicarme a realizar las tomas fotográficas. Al ver el monto de la oferta, no
me pude negar. En cuanto a los detalles, ella decidió que la mejor locación
sería mi propio departamento; vale decir, una puerta de entrada y la
imposibilidad de que alguien saliera por la ventana del baño.
Llegado el día
acordado, un grupo de gente invadió mi domicilio portando telas, engrapadoras,
pinturas, alfombras y luces. Mis modestos muebles y todo lo que había en la
sala principal, fueron llevados a la pieza de alojados. El ambiente lucía
fantástico. Era algo con lo que siempre había soñado.
Llegado el momento, se
retiró toda le gente y solo quedamos los dos. Ella me explicó el tipo de
fotografías que necesitaba, cómo quería que estas fueran tomadas y el enfoque
que buscaba resaltar. Hasta ahí todo era muy claro, a pesar de que yo no sabía
quién era la modelo, menos aún sabía qué prendas iba a vestir.
Ella fue a mi baño y
cinco minutos después avanzó hasta el centro de la habitación, cubriendo su
cuerpo con una bata, la cual dejó caer tras llegar al lugar en que se
realizarían las tomas… Estaba completamente desnuda. Yo quedé estupefacto, partiendo
por el hecho de que jamás había estado ante una mujer desnuda (yo aún era
virgen). La miré de pies a cabeza, tomé mi cámara y comencé a fotografiarla. De
pie, tendida sobre la alfombra, arrodillada en esta y con una muy sumisa
expresión en su rostro… Esa tarde utilicé diez rollos de película y ella exigió
estar presente en toda parte del proceso.
Como mi equipo era
antiguo, yo solo podía procesar un rollo de negativo a la vez; este proceso se
hace a ciegas, estando la habitación en la más absoluta oscuridad. Al parecer
ella estaba consciente de ello, porque no vi ninguna expresión de sorpresa en
su rostro, cuando encendí la luz roja y di inicio al proceso de revelado.
Para cuando terminé el
último rollo, me disponía a encender la luz pero unas suaves manos me
detuvieron. A pesar de no ver nada, sentí que la conocía de memoria, ya que
recorrí cada fibra de su ser como si supiera cuales eran los puntos que deseaba
fueran estimulados… Tras intensos minutos (muchos minutos), nos tendimos en el
suelo frío, desnudos y con nuestra respiración muy agitada…
En tanto me incorporé y
encendí la luz roja, pude apreciar una expresión distinta en su rostro;
entonces tomé mi cámara y realicé nuevas tomas, así tal cual estaba, desnudo
frente a ella. No pude evitar una nueva erección y ella no estaba dispuesta a
desperdiciarla. Esta vez pude ver cada una de las expresiones de su rostro, la
forma en que arqueaba su espalda buscando que cada embestida llegar más
adentro, y clavando sus uñas en mi espalda, desgarrando girones de mi piel…
Tarde, ya casi de
amanecida, logré terminar de revelar todas las fotografías; ella miró en
detalle cada una de estas, guardó los negativos, las tomas, y antes de
retirarse me dijo: “Como fotógrafo, eres mejor teniendo sexo”… Nunca más la volví
a ver…
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