lunes, 27 de marzo de 2017

Sudario mortal

Era un viernes más y la noche era muy grata, ideal como para pasear por el muelle o la orilla de la playa, disfrutando de las suaves olas que iban a morir en la blanca arena. Era noche de luna, pero no una luna cualquiera, era la llamada “luna azul”; no sé por qué eligieron ese nombre, si era tan blanca como la luna de otras noches. Es del caso que junto a la playa había una joven sollozando; debe haber tenido unos 25 años, que comparado con los vividos 38 años de Pedro, un joven que caminaba por la playa, la hacían ver como una bebé.
Pedro caminó junto a las olas, intentado no interrumpir el espacio de la joven, pero al sentir sus pisadas ella alzó la vista y le miro con unos dulces ojos que, a su parecer, eran de color miel; la miró fijamente a los ojos, y luego no supo más… No supo si ella se aproximó a él, o él fue a ella. Para cuando tomó conciencia, tenía sus labios fuertemente pegados a los de ella y ambos jadeaban al ritmo marcado por el sinuoso movimiento de sus desnudas pelvis…
Pedro despertó al día siguiente, o más bien lo despertaron. Estaba desnudo, tendido sobre la arena y sólo recordaba un nombre, o lo que parecía ser un nombre ¿Bea?… ¿Betriz?… ¿Belinda?… ¿Night?... ¿Riggs?... o algo así como Bean Nighes… No lo sabía, todo era muy confuso como para tener certeza de algo.
Días después comenzó a padecer una fiebre horrible, por lo que acudió al centro médico donde fue hospitalizado inmediatamente. A la semana siguiente su piel tomó una coloración grisácea y sus venas se adelgazaron. Para poder inyectarle suero debieron instalar una vía en su mano derecha, pero al inflamarse esta (tras un día de tratamiento), debieron hacerlo en la mano izquierda; repitieron el procedimiento en un pie, luego en el otro y luego más nada pudieron hacer. Deshidratado y sin poder beber líquido, Pedro se arañó el rostro y retiró la sonda que tenía conectada a su vejiga. Murió minutos más tarde.
El cuerpo de Pedro fue trasladado a la morgue, en espera de la autopsia de rigor. Mientras tanto, en el hospital ya circulaba el rumor de que Pedro portaba una poderosa bacteria o rotavirus, del que no se tenía registro alguno; por seguridad se determinó aislar el pabellón donde estuvo hospitalizado, en tanto no se tuviera certeza de qué había ocasionado su muerte.
Mientras tanto, en la fría morgue, el cuerpo de Pedro había sido cubierto con una sábana blanca a la espera de la autopsia de rigor. No había médico de turno, por lo que ese ‘tramite’ esperaría hasta el día siguiente. Nadie tenía conciencia del proceso químico que se estaba llevando a cabo en ese lugar. Las bacterias que invadieron el cuerpo de Pedro, habían emergido a la superficie por aquellos puntos donde la piel estaba herida, vale decir, frente, puntos de conexión de vías en manos y pies, y el punto por donde evacuaban su vejiga. Las esporas que se produjeron comenzaron a llenar los espacios entre la sábana y el cuerpo.
Al día siguiente el asistente del doctor fue a preparar el cuerpo para la autopsia, esto consistía en abrir el pecho cortando el esternón (por la parte baja), y despegando del cráneo el cuero cabelludo, para luego proceder a cortar una corona del cráneo, y que el médico pudiera retirar el cerebro (por la parte alta); el cerebro era medido y pesado, al igual que el resto de los órganos blandos bajo el pecho. Estaba en medio del proceso de corte, cuando llegó el tanatólogo; por alguna razón, ambos al mismo tiempo pusieron sus ojos en la sábana que había cubierto el cuerpo, la extendieron y en este se veía claramente las facciones del difunto, vale decir, rostro, cuerpo, manos, piernas… Pero lo que más les sorprendió es que a semejanza del sudario de Turín, las marcas de las manos y los pies se parecían a las marcas dejadas por clavos de crucifixión. La herida del catéter conectado a la vejiga se asemejaba a la herida en el costado de Cristo y los arañazos que se hizo Pedro en la frente, se reflejaban como heridas de espinas, como de haber tenido puesta una corona de espinas…
El doctor, conocido por sus comentarios ateos, ordenó meter la sábana en una caja y que esta inmediatamente fuera incinerada en la caldera del hospital. El asistente hizo lo ordenado, pero al llegar a la caldera esta se encontraba en mantención y al menos faltaba una media hora más antes de que fuera encendida nuevamente, por lo que dejó la caja al calderero y le dio estrictas instrucciones al respecto: quemar sin abrir el sello de la caja…
Mientras el calderero iba a buscar unas herramientas, el asistente de este tenía todo listo para encender el fuego de la caldera, pero como no encendía, decidió agregarle papel, cartón, o lo que ardiera; vio la caja, rompió el sello, tiró la sábana al suelo y destrozó la caja para introducir sus restos entre los secos maderos del fogón. Una vez encendido el fuego, un destello de este iluminó la sábana, la cual había caído exponiendo la figura que asemejaba al rostro del fallecido. El hombre, devoto de la virgen, tomó esto como una señal divina, más aún tras ver la sábana completamente extendida; cogió la sábana y fue a ver al clérigo, quien algo iluso se negaba a creer la historia del humilde obrero, pero al ver la imagen y tocar la tela, a su mente vino la idea de exhibirla en el culto de la tarde. Ese día hubo muchos devotos, quienes sorprendidos, exclamaban ¡Milagro! y ¡Amén!, a cada rato… tras el culto los fieles pidieron besar la tela y muchos posaron sus labios sobre las que parecían ser marcas de clavos; manos y pies fueron besados muchas veces, y a los días siguientes más fieles fueron llegando a la pequeña capilla.
Un hecho así no podía ser mantenido en secreto por mucho tiempo; tras enterarse el obispo de que una sábana con una imagen grabada estaba siendo adoraba en una de sus capillas, fue a verificar si era algo cierto o no. Esa tarde, el obispo llegó a la pequeña capilla en medio de un servicio religioso, era el funeral de Pedro. Emotivas palabras se dijeron de él, más todos ignoraban la cadena de sucesos previos. Al obispo le costó llegar al altar debido al gran volumen de público; no es que Pedro tuviera muchos amigos, todos acudieron por ver la tela. Terminado el oficio religioso, la veterana autoridad ordenó retirar la tela y enviarla a un laboratorio para verificar su autenticidad, pero el mal que portaba ya había sido esparcido; muchas personas, ancianos, adultos y niños, estaban acudiendo en gran número a la sala de urgencias. Los médicos no daban abasto, no había suficientes camas para hospitalizar a tantas personas y muchas eran devueltas a sus domicilios sin tratamiento alguno. Era el comienzo de una pandemia.
Mientras en el poblado los fallecidos se contaban por decenas, los análisis que se hicieron a la sábana eran concluyentes: Esporas contenedoras de bacterias; bacterias del mismo género que la bacteria asesina.
Las autoridades de salud intentaron contener la epidemia, pero como suele suceder, la burocracia impidió el oportuno cumplimiento de los protocolos y pronto la región completa estaba infestada. En muchos puntos ni siquiera quedaba gente sana que pudiera sepultar a los fallecidos, muchos de los cuales yacían tendidos sobre la vía pública. Mientras tanto el mal que no esparcieron las personas, fue esparcido por el viento, llegando a poblados vecinos. El gobierno tomó una drástica decisión: Cerrar un amplio perímetro y “desinfectar la zona” con un aparato nuclear, una bomba que acabaría con todo, portadores y epidemia. Fue una decisión difícil, carente de toda humanidad, pues mucha gente sana de sectores rurales iba a perecer junto a los habitantes infectados.
La bomba explotó un día trece, a las 3:33 horas. Se mantuvo el perímetro de seguridad durante 6 meses, período en que francotiradores acabaron con cualquier posible sobreviviente. Al terminar su gobierno, el presidente se suicidó. Nada se supo del paradero del obispo, o el sacerdote que elevó la sábana al sitial de objeto sagrado… La sábana permanece oculta en un laboratorio secreto, por si algún día es necesario utilizarla con fines militares…



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