domingo, 8 de mayo de 2016

La pequeña princesa

Siendo la menor de varios hermanos, siempre creció en un ambiente protegido, tal vez, demasiado protegido. Aún no estornudaba, cuando alguien ya le estaba aproximando un pañuelo; lloraba un poco y mientras uno le cambiaba pañales, otro le entibiaba la ropa, para que no pasara frío. Y así fue creciendo, en ese ambiente en que todos estaban pendientes de cada uno de sus movimientos.
Pero llegó la adolescencia y, junto con los cambios físicos y hormonales, también variaron sus intereses. Ya no le atraían las muñecas o estar en casa jugando Just dance; ella quería salir, deslizarse en un monopatín o dar vueltas usando rollers, reunirse con sus amigas y platicar… de chicos…
Ella resultó ser una adolescente muy atractiva, y dado el ambiente en que creció, también era bastante segura de sí misma. Pocos eran los chicos que osaban aproximarse a ella dado que, con su desbordante personalidad, los dejaba en su lugar, sin que estos pudieran pronunciar palabra alguna.
Pero hubo un chico (siempre lo hay), quien era un completo desastre (según los padres de ella). Él era rebelde, de bajos resultados académico y de limitados recursos. ¿Dónde habían quedado aquellos padres que le enseñaron a respetar a todos y no mirar las diferencias sociales?, parecía ser más fácil cuando es otro el que discrimina, pensaba ella.
Sin embargo, ella era voluntariosa y siempre hacía lo que le venía en gana. Vivir ese romance prohibido, era algo que le atraía de sobremanera.
Poco a poco fueron aumentando las citas clandestinas. De los besos pasaron a las caricias, y de ahí al primer encuentro sexual sólo fue cosa de tiempo. Ese día ambos estaban muy nerviosos, los padres de él habían salido y no volverían hasta tarde. Ella dijo que estaría en casa de unas amigas, así sus padres no sospecharían nada de su prolongada salida.
Se besaron con inusual pasión, temblaban y se dejaban llevar por el otro. Poco a poco se fueron despojando de las ropas, él besó su cuello y bajó hasta sus pechos; ella  sintió un hormigueo en su vientre (¿serían esas las mariposas de las que tanto hablaban?). A medida que aumentaba la pasión y los besos, aumentaban los latidos de su corazón. Pronto sintió un ardor y un gemido escapó de sus labios, al tiempo que sintió un indescriptible ardor entre sus piernas, un ardor y un calor insoportable. Comenzó a mover su cintura según sus ansias, intentando seguir el vaivén de su desesperada pareja. Varias veces se interrumpió la cópula, por causa de esa descoordinación. Pronto él la apresó entre sus brazos y ella sólo sintió su entrecortado respirar al tiempo que detuvo sus embestidas.
¿Es que acaso eso era todo?, se preguntó ella. Él pronto se retiró y cogió sus ropas al tiempo que ella quedaba ahí, perpleja, perturbada, desnuda y desflorada de una manera diferente a la que había imaginado.
Él la acompañó algunas cuadras y se despidió fríamente. Ella seguía ensimismada, perturbada. Llegando a casa se fue a su cuarto, presa de una gran congoja. Tomó su viejo oso de peluche y se abrazó a él, llorando desconsoladamente.
Aunque él la buscó un par de veces, ella lo rechazó con evasivas. Ya no era tan segura de sí misma, ya no era tan extrovertida. Sentía que todos la miraban raro, como si hubiese cometido un delito. Hasta que un día se tropezó con un muchacho que jamás había visto. Al menos, eso creía ella, ya que eran compañeros de salón desde hacía varios años. Cayó en la cuenta de que él debe haberse enterado de su anterior relación.

Cada vez que conversaba con él, en su ser interno revivía ciertos recuerdos, hasta que un buen día comprendió que ella no había cometido delito alguno. Sólo tuvo una mala primera experiencia, una que jamás olvidaría pero que de seguro, la próxima vez ella tomaría el control de la situación y esa vez sí sabría lo que era vivir una relación plena, sexualmente satisfactoria…

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