Siendo la menor de
varios hermanos, siempre creció en un ambiente protegido, tal vez, demasiado
protegido. Aún no estornudaba, cuando alguien ya le estaba aproximando un
pañuelo; lloraba un poco y mientras uno le cambiaba pañales, otro le entibiaba
la ropa, para que no pasara frío. Y así fue creciendo, en ese ambiente en que
todos estaban pendientes de cada uno de sus movimientos.
Pero llegó la
adolescencia y, junto con los cambios físicos y hormonales, también variaron
sus intereses. Ya no le atraían las muñecas o estar en casa jugando Just dance;
ella quería salir, deslizarse en un monopatín o dar vueltas usando rollers,
reunirse con sus amigas y platicar… de chicos…
Ella resultó ser una
adolescente muy atractiva, y dado el ambiente en que creció, también era
bastante segura de sí misma. Pocos eran los chicos que osaban aproximarse a
ella dado que, con su desbordante personalidad, los dejaba en su lugar, sin que
estos pudieran pronunciar palabra alguna.
Pero hubo un chico
(siempre lo hay), quien era un completo desastre (según los padres de ella). Él
era rebelde, de bajos resultados académico y de limitados recursos. ¿Dónde
habían quedado aquellos padres que le enseñaron a respetar a todos y no mirar
las diferencias sociales?, parecía ser más fácil cuando es otro el que
discrimina, pensaba ella.
Sin embargo, ella era
voluntariosa y siempre hacía lo que le venía en gana. Vivir ese romance
prohibido, era algo que le atraía de sobremanera.
Poco a poco fueron
aumentando las citas clandestinas. De los besos pasaron a las caricias, y de
ahí al primer encuentro sexual sólo fue cosa de tiempo. Ese día ambos estaban
muy nerviosos, los padres de él habían salido y no volverían hasta tarde. Ella
dijo que estaría en casa de unas amigas, así sus padres no sospecharían nada de
su prolongada salida.
Se besaron con inusual
pasión, temblaban y se dejaban llevar por el otro. Poco a poco se fueron
despojando de las ropas, él besó su cuello y bajó hasta sus pechos; ella sintió un hormigueo en su vientre (¿serían
esas las mariposas de las que tanto hablaban?). A medida que aumentaba la
pasión y los besos, aumentaban los latidos de su corazón. Pronto sintió un
ardor y un gemido escapó de sus labios, al tiempo que sintió un indescriptible
ardor entre sus piernas, un ardor y un calor insoportable. Comenzó a mover su
cintura según sus ansias, intentando seguir el vaivén de su desesperada pareja.
Varias veces se interrumpió la cópula, por causa de esa descoordinación. Pronto
él la apresó entre sus brazos y ella sólo sintió su entrecortado respirar al
tiempo que detuvo sus embestidas.
¿Es que acaso eso era
todo?, se preguntó ella. Él pronto se retiró y cogió sus ropas al tiempo que
ella quedaba ahí, perpleja, perturbada, desnuda y desflorada de una manera
diferente a la que había imaginado.
Él la acompañó algunas
cuadras y se despidió fríamente. Ella seguía ensimismada, perturbada. Llegando
a casa se fue a su cuarto, presa de una gran congoja. Tomó su viejo oso de
peluche y se abrazó a él, llorando desconsoladamente.
Aunque él la buscó un
par de veces, ella lo rechazó con evasivas. Ya no era tan segura de sí misma,
ya no era tan extrovertida. Sentía que todos la miraban raro, como si hubiese
cometido un delito. Hasta que un día se tropezó con un muchacho que jamás había
visto. Al menos, eso creía ella, ya que eran compañeros de salón desde hacía
varios años. Cayó en la cuenta de que él debe haberse enterado de su anterior
relación.
Cada vez que conversaba
con él, en su ser interno revivía ciertos recuerdos, hasta que un buen día
comprendió que ella no había cometido delito alguno. Sólo tuvo una mala primera
experiencia, una que jamás olvidaría pero que de seguro, la próxima vez ella
tomaría el control de la situación y esa vez sí sabría lo que era vivir una
relación plena, sexualmente satisfactoria…
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