martes, 31 de mayo de 2016

Manualidades

Parecía ser un día más dentro de mi rutina, cuando al dirigirme al taller en busca de mi automóvil, mi vista se clavó en unas manualidades que se exhibían tras una vitrina. A simple vista pude notar que tras cada obra, había mucho trabajo y dedicación. Mientras yo estaba absorto, maravillado por la sutil combinación de colores y elementos, vi que una atractiva mujer agregaba una par de nuevos objetos en la vitrina. Sin pensarlo dos veces, decidí ingresar a esa tienda y ver qué otras novedades poseía.
Tras cruzar el umbral, pude notar que había distintos tipos de manualidades: vidrios decorados al estilo de vitrales antiguos, yesos muy bien trabajados (pintados con tonos metalizados que daban la impresión de estar hechos con cobre fundido o acero envejecido), cajas pintadas y ataviadas con coloridos motivos, cuadros donde había telas enmarcadas (telas sobre las que se había realizado minuciosos bordados a mano), y cuadros con diseños de conocidas obras maestras (realizados enteramente con semillas)... A cada paso mi admiración era mayor.
¿Le puedo ayudar? – Manifestó una dulce voz de detrás de un mesón (era la dama que había visto tras la vitrina).
Si las artesanías eran llamativas, esta dama lo era aún más. Tras unos cristalinos marcos, pude ver unos oscuros ojos que me observaban con curiosidad (tal vez no era habitual que ingresaran hombres a su tienda). Me apresuré a manifestar que sólo estaba admirando las obras, a lo cual ella desvió la vista y continuó en lo suyo. Además de sus ojos, algo más llamó mi atención; un sutil escote dejaba adivinar su bella anatomía. No pude evitar quedarme con la vista pegada en un discreto lunar que se perdía tras la blusa, cuando fui descubierto. Ella se sonrojó y cubrió su escote; yo morí de la vergüenza. Solo atiné a disculparme por mi imprudencia, lo cual sellé con una sonrisa (esperando que así se diera por zanjado el incómodo momento).
Daba la casualidad de que una amiga gustaba mucho de este tipo de artesanías y pronto estaría de cumpleaños. Pregunté quién era la persona que creaba tan maravillosas obras, a lo cual ella me contestó que eran de su autoría, poniendo distancia entre ambos y respondiendo con un tono de voz menos dulce que la primera vez. Le conté sobre mi amiga y le consulté si tenía alguna otra “obra” además de lo que ahí se exhibía, a lo cual contestó que en su casa estaba realizando un cuadro de la última cena, bordado en “Tela de Aída”; eso llamó mi atención, pero ya que había perdido su confianza decidí romper el hielo, me presenté y le invité un café para que disculpara mi mala educación. Dado que el café quedaba junto a su tienda, aceptó sin poner mayores reparos.
Me habló de su trabajo, de cómo había comenzado en el rubro de las artesanías, los cursos que había realizado y la combinación de técnicas que había desarrollado, buscando su estilo personal. Su voz nuevamente era dulce y serena. Nos despedimos tras terminar ese café, pero prometí regresar. Y regresé varias veces más.
Al cabo de algunas semanas, la invité a cenar y un fin de semana, ella me invitó a su casa; ya casi tenía terminado el cuadro del que me había comentado.
Llegué puntual; ella me recibió en la entrada y me pidió que le acompañara hasta su terraza, que era donde estaba trabajando en ese momento. Sobre la mesa había un café que olía exquisitamente; ella me pidió que me sentara y se ubicó en la silla que estaba en frente. Mientras trabajaba continuamos la charla de días anteriores, en tanto ella hacía algunas pausas, cuando cambiaba de hilos o de colores. Realmente era una obra maravillosa, pero en ese instante mi atención estaba en ella. Otra vez vestía un escote (esta vez un poco más pronunciado que el día en que la conocí). Su ceñida blusa me permitía adivinar la sutil belleza que había tras ella. Mi libido despertó, sin que lograra disimular la incómoda situación.
El bordado estaba terminado, realmente tenía unas manos divinas (y también pude adivinar un par de piernas celestiales). En ese instante me aproximé a ella, la miré a los ojos y sin mediar palabra alguna le robé un beso, un sutil y breve beso. Ella me miró a los ojos y se quedó perpleja. Me sonrojé, pero no titubeé al darle un segundo beso más intenso y prolongado que el anterior. Esta vez, ella me respondió de igual manera.
La tomé entre mis brazos y la levanté, en tanto ella abrazó mi cintura con sus piernas. Aferré una mano a sus firmes nalgas e ingresamos a la casa; en tanto se cerró la puerta, nos estregamos a la pasión. Deslicé mis manos bajo su blusa y pude sentir un firme bustos, asfixiado por el brasier; no dudé en liberarlo y entrar en contacto con él. Al tiempo que nos besábamos, íbamos desnudando nuestros cuerpos; tras varios besos intensos, la hice mía (o más bien dicho, ella se adueñó de mí ser). Sus gemidos erotizaban mi cuerpo y la danza que realizamos fue perfecta. Tras mi estallido sublime sentí el de ella; un fuego intenso que devoraba mi virilidad…

Desnudos y exhaustos nos sorprendió la noche, entonces fue que me dediqué a cubrir su piel de sutiles besos y suaves caricias… Ese fue el primero de muchos encuentros… Por fin había encontrado a la mujer de mi vida, y no la dejaría ir…

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