Era un día de
primavera, cuando la pequeña mariposa abrió sus alas por vez primera. Estaba
feliz al salir de su capullo; por fin dejaría de arrastrarse y disfrutaría ver
el mundo desde una perspectiva diferente.
Esa mañana de primavera,
se dedicó a recorrer los alrededores; coloridas flores llamaban su atención, y
quería conocerlas a todas. Revoloteaba por aquí y por allá, sin cesar. De
pronto sintió en sus alas que el aire se enfriaba, y que ese punto brillante que atravesaba el cielo, comenzaba a ocultarse en el horizonte.
Las flores también
sintieron frío y comenzaron a refugiarse cerrando sus pétalos, conservando en
su interior el calor del día, pero la joven mariposa no sabía qué hacer; voló
hasta su capullo, pero este estaba roto y sus alas le impedían ingresar a él.
¿Dónde irán las
mariposas, durante la noche? – Se preguntaba
Y entre todas las
vueltas que dio, de pronto apareció aquel punto luminoso que la acompañó
durante el día. Se extrañaba que la temperatura siguiera bajando; tal vez si se
acercaba, podría sentir su calor. Para cuando la alcanzó había otras mariposas,
más pequeñas y de deslustrados colores, que intentaban seducir su luz; pero
ella, altanera y orgullosa, aleteó sus brillantes alas y se convirtió en la envidia
de todas.
Aunque la temperatura
seguía bajando, ella no sentía frío; ese cuerpo luminoso era cálido y no se
movía de su lugar, como el otro que había iluminado todo, cuando salió al
mundo.
Seguía bajando la
temperatura y unos extraños cuerpos cristalinos comenzaron a cubrirlo todo;
recuerdo esto – reflexionó- los antiguos lo llamaban lluvia.
Debía buscar refugio
pronto – pensó.
Logró descubrir un
pequeño orificio por donde pudo aproximarse más a aquella luz. Reposó un poco y
sintió su calor. Pero por el mismo orificio se coló la lluvia, la cual comenzó
a humedecer la cubierta del foco y este se quemó. La oscuridad era absoluta;
por más que revoloteaba la mariposa buscando la salida de ese frío refugio, no
lograba encontrarla. Hasta que el frío y el cansancio la vencieron y sucumbió.
El agua mojó sus
delicadas alas y borró sus hermosos colores. La mariposa no podía volar y el
agua comenzó a cubrirlo todo, hasta que no pudo luchar más.
Al día siguiente unos
sujetos abrieron la cubierta del foco, y reemplazaron la bombilla quemada.
Cubrieron el agujero por el cual se filtraba el agua y vaciaron la que se había
acumulado en el cristal. Junto con el agua cayó la mariposa muerta.
¡Ahora sé a dónde se
van las mariposas durante la noche!, dijo el electricista, y se dirigió a
reemplazar la bombilla del siguiente farol.
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