Nunca supe cómo partió
todo, simplemente comencé a unir letras, hilar palabras, capturar ideas,
sentimientos, emociones, caprichos u obsesiones; caí en una espiral de símbolos
que me fue seduciendo día a día, hasta el punto en que mi alma descubrió su ser
interior, reflejado en letras.
Cada día sumaba nuevas
letras, nuevos sentimientos y mi corazón se iba desnudando lentamente, con
timidez, temiendo que nuevamente alguien lo dañara… Mucho tiempo había pasado
desde aquel instante adolescente en que, con una simple frase, me habían
destrozado el corazón.
“Te quiero” – me dijo – “pero sólo como un
amigo”… Ella quiso ser noble, quiso empatizar con mis sentimientos e intentó
ser dulce, para no herirme. ¿Y es que acaso yo tenía derecho a exigirle algo?,
¿estar enamorado me daba derecho alguno sobre ella?... claramente no.
Pensé en ella mucho
tiempo; muchas noches soñé con su rostro, con acariciar sus mejillas mientras
su corazón latía intensamente, mientras su pecho apuntaba al cielo y mis labios
tropezaban con esos dulces botones rosa… Pero todo eso había acabado; su piel,
sus labios ya no me pertenecían, yo ya no era parte de sus sueños, ni de su
vida, ni figuraba en sus planes futuros… Era hora de comenzar a vivir sin ella.
Conocí varias personas,
varias chicas intensas, pasionales, que solo llenaban instantes de mi vida, de
la suya, pero nada más… Hasta que cierto día me presentaron a una joven, una
vecina de un amigo… la clásica historia, la amiga del amigo de un amigo… ese
tipo de personas que pasan por tu lado de forma inadvertida, pero que cuando
alguien te las presenta, se convierten en personas únicas, diferentes (y a
veces, especiales)…
Ella era muy diferente
al tipo de mujer que yo admiraba, era algo más baja que yo; su cabello oscuro,
suelto y ondulado, no armonizaba con su rostro. Su mirada era triste; dando
cuenta de que en su vida nada había sido fácil. Era algo robusta; me daba la
impresión de que ingresó al mundo laboral siendo aún muy pequeña. Cada vez que
me crucé con ella estaba haciendo algo; ayudando a un mendigo, empaquetando
mercaderías en un supermercado, trasladando bultos, cargando en una raída
mochila sus libros y cuadernos, compartiendo con gente humilde…
Ella, con su actitud y
su silencio, me hizo comprender lo vacía que era mi vida. Yo, tan apegado a los
estereotipos, pero a la vez, tan maltratado por la vida; tan vacío por dentro,
no podía aspirar a un alma tan noble como la suya. Un alma colmada de luz, de
sentimientos puros, de gestos sinceros… Ella me hizo preguntarme en qué punto
me había perdido. Nuestro origen era el mismo; ambos salimos de sectores
humildes, pero mis aires de grandeza me impedían ver el ridículo que hacía al
intentar ser alguien que no valía la pena.
Cierto día me armé de
valor y la invité a salir; ella se sorprendió mucho, tal vez, porque consideraba
que yo era alguien vacío, alguien que no la valoraría como se merecía.
Muchas veces intenté
aproximarme e igual cantidad de veces me rechazó, hasta que cierto día, un día
en que ella lucía diferente y cierto brillo especial se reflejaba en su
mirada, aceptó mi invitación.
¿Qué había de diferente
en ella? Tal vez sería que ordenó sus cabellos, pintó sutilmente sus labios,
destacó su mirada con sutiles matices de pintura y sonrió; sonrió con todo lo
que yo dije, con mis historias, anécdotas, tropiezos en la vida… tal vez en ese
momento, ella y yo comprendimos que no éramos tan distintos; que nuestras
aspiraciones eran las mismas y que juntos podríamos lograr alcanzar nuestros
sueños.
Salimos durante varios
meses; ambos resultamos ser bastante conservadores, a pesar de que yo antes
buscaba la entrega en la primera cita. Con ella todo fue distinto. Verme reflejado
en sus oscuros ojos o besar esos carnosos labios, produjo cambios importantes
en mi forma de ver la vida y las relaciones de pareja. Yo quería protegerla,
cuidarla, respetarla; aunque a veces tenía la impresión de que ella no quería
ser tan respetada ni tan cuidada… y efectivamente, comprobé que algo de razón tenía.
Cierta tarde, la vida
permitió que estuviéramos solos en un espacio privado, casi íntimo. La besé
como jamás la había besado. Su mirada era diferente; la noté débil, vulnerable,
y tomé la ventaja…
La cobijé entre mis
brazos, la besé y mirándola a los ojos le dije que era lo mejor que le había
pasado a mi vida, que ella me había abierto los ojos, que yo estuve perdido
pero al fin me había encontrado a mí mismo. Recorrí su figura con mis manos;
apreté sutilmente ese rollo sobre su cadera y mis manos se deslizaron bajo su
blusa, acariciando su espalda (y soltando su brasier)… Luego descubrí su piel,
despojándola de todo atuendo; hacía calor, tal vez, o es que nuestras ansias
eran demasiado intensas, porque sudábamos. Besé sus pechos, su cuello. No me
incomodó el salado sabor de su piel, ni a ella el mío. Nos fundimos en uno
solo, al ritmo de un intenso movimiento pélvico. Sentí cuando ella estalló en
mí, y ella sintió mi estallido en ella… nuestros cuerpos laxos cayeron rendidos
sobre modestas sillas que estaban dispersas por la habitación… nos miramos, nos
besamos y nuestras manos volvieron a repasar cada segmento de nuestra piel.
Nuestro corazón palpitaba intensamente, entonces comprendí que ella era la
mujer de mi vida. No aquellos estereotipos esqueléticos, colmados de curvas
falsas; sino que una mujer de verdad, con virtudes y defectos, con sueños e
ilusiones tan nobles como despertar con un beso y un abrazo, o dormir
acariciando su pecho…