lunes, 27 de febrero de 2017

Sublime belleza

Nunca supe cómo partió todo, simplemente comencé a unir letras, hilar palabras, capturar ideas, sentimientos, emociones, caprichos u obsesiones; caí en una espiral de símbolos que me fue seduciendo día a día, hasta el punto en que mi alma descubrió su ser interior, reflejado en letras.
Cada día sumaba nuevas letras, nuevos sentimientos y mi corazón se iba desnudando lentamente, con timidez, temiendo que nuevamente alguien lo dañara… Mucho tiempo había pasado desde aquel instante adolescente en que, con una simple frase, me habían destrozado el corazón.
 “Te quiero” – me dijo – “pero sólo como un amigo”… Ella quiso ser noble, quiso empatizar con mis sentimientos e intentó ser dulce, para no herirme. ¿Y es que acaso yo tenía derecho a exigirle algo?, ¿estar enamorado me daba derecho alguno sobre ella?... claramente no.
Pensé en ella mucho tiempo; muchas noches soñé con su rostro, con acariciar sus mejillas mientras su corazón latía intensamente, mientras su pecho apuntaba al cielo y mis labios tropezaban con esos dulces botones rosa… Pero todo eso había acabado; su piel, sus labios ya no me pertenecían, yo ya no era parte de sus sueños, ni de su vida, ni figuraba en sus planes futuros… Era hora de comenzar a vivir sin ella.
Conocí varias personas, varias chicas intensas, pasionales, que solo llenaban instantes de mi vida, de la suya, pero nada más… Hasta que cierto día me presentaron a una joven, una vecina de un amigo… la clásica historia, la amiga del amigo de un amigo… ese tipo de personas que pasan por tu lado de forma inadvertida, pero que cuando alguien te las presenta, se convierten en personas únicas, diferentes (y a veces, especiales)…
Ella era muy diferente al tipo de mujer que yo admiraba, era algo más baja que yo; su cabello oscuro, suelto y ondulado, no armonizaba con su rostro. Su mirada era triste; dando cuenta de que en su vida nada había sido fácil. Era algo robusta; me daba la impresión de que ingresó al mundo laboral siendo aún muy pequeña. Cada vez que me crucé con ella estaba haciendo algo; ayudando a un mendigo, empaquetando mercaderías en un supermercado, trasladando bultos, cargando en una raída mochila sus libros y cuadernos, compartiendo con gente humilde…
Ella, con su actitud y su silencio, me hizo comprender lo vacía que era mi vida. Yo, tan apegado a los estereotipos, pero a la vez, tan maltratado por la vida; tan vacío por dentro, no podía aspirar a un alma tan noble como la suya. Un alma colmada de luz, de sentimientos puros, de gestos sinceros… Ella me hizo preguntarme en qué punto me había perdido. Nuestro origen era el mismo; ambos salimos de sectores humildes, pero mis aires de grandeza me impedían ver el ridículo que hacía al intentar ser alguien que no valía la pena.
Cierto día me armé de valor y la invité a salir; ella se sorprendió mucho, tal vez, porque consideraba que yo era alguien vacío, alguien que no la valoraría como se merecía.
Muchas veces intenté aproximarme e igual cantidad de veces me rechazó, hasta que cierto día, un día en que ella lucía diferente y cierto brillo especial se reflejaba en su mirada, aceptó mi invitación.
¿Qué había de diferente en ella? Tal vez sería que ordenó sus cabellos, pintó sutilmente sus labios, destacó su mirada con sutiles matices de pintura y sonrió; sonrió con todo lo que yo dije, con mis historias, anécdotas, tropiezos en la vida… tal vez en ese momento, ella y yo comprendimos que no éramos tan distintos; que nuestras aspiraciones eran las mismas y que juntos podríamos lograr alcanzar nuestros sueños.
Salimos durante varios meses; ambos resultamos ser bastante conservadores, a pesar de que yo antes buscaba la entrega en la primera cita. Con ella todo fue distinto. Verme reflejado en sus oscuros ojos o besar esos carnosos labios, produjo cambios importantes en mi forma de ver la vida y las relaciones de pareja. Yo quería protegerla, cuidarla, respetarla; aunque a veces tenía la impresión de que ella no quería ser tan respetada ni tan cuidada… y efectivamente, comprobé que algo de razón tenía.
Cierta tarde, la vida permitió que estuviéramos solos en un espacio privado, casi íntimo. La besé como jamás la había besado. Su mirada era diferente; la noté débil, vulnerable, y tomé la ventaja…

La cobijé entre mis brazos, la besé y mirándola a los ojos le dije que era lo mejor que le había pasado a mi vida, que ella me había abierto los ojos, que yo estuve perdido pero al fin me había encontrado a mí mismo. Recorrí su figura con mis manos; apreté sutilmente ese rollo sobre su cadera y mis manos se deslizaron bajo su blusa, acariciando su espalda (y soltando su brasier)… Luego descubrí su piel, despojándola de todo atuendo; hacía calor, tal vez, o es que nuestras ansias eran demasiado intensas, porque sudábamos. Besé sus pechos, su cuello. No me incomodó el salado sabor de su piel, ni a ella el mío. Nos fundimos en uno solo, al ritmo de un intenso movimiento pélvico. Sentí cuando ella estalló en mí, y ella sintió mi estallido en ella… nuestros cuerpos laxos cayeron rendidos sobre modestas sillas que estaban dispersas por la habitación… nos miramos, nos besamos y nuestras manos volvieron a repasar cada segmento de nuestra piel. Nuestro corazón palpitaba intensamente, entonces comprendí que ella era la mujer de mi vida. No aquellos estereotipos esqueléticos, colmados de curvas falsas; sino que una mujer de verdad, con virtudes y defectos, con sueños e ilusiones tan nobles como despertar con un beso y un abrazo, o dormir acariciando su pecho…

sábado, 18 de febrero de 2017

Tras un sueño

Ya no recuerdo cuándo fue la primera vez que la vi pasar; solo sé que cierta tarde yo estaba ordenando la vitrina del local, cuando una pequeña joven que pasó trotando, llamó mi atención. Todas las tardes muchas personas pasaban trotando frente al local comercial; iban a la costanera a practicar ejercicios, bailar zumba, o simplemente a trotar.
Yo no acostumbraba practicar deportes; no lo hice a los 20, y ahora que me aproximaba a los 40, con algunas lesiones en el cuerpo y un vientre algo abultado, no creí que pudiera hacerlo, sin embargo, comencé a prestar atención en la gente que pasaba frente al local; había varios (hombres y mujeres), claramente mayores que yo, que practicaban deporte regularmente. La idea comenzaba a hacer eco en mi cabeza, pero estaba el tema del horario; yo salía de mi trabajo a las 21:30 hrs. y a esa hora ya era de noche. Me oía y todo sonaba a excusa, tal vez realmente yo no quería hacer deporte, aunque lo necesitaba. También estaba el detalle de esa joven, de unos 35 años, que ondeaba su cabello al viento cuando salía a trotar; la verdad es que comencé a aprenderme su horario sólo por verla pasar. Ella tenía una cintura y unas nalgas… ufff!!!!... creo que me estaba obsesionando, y eso no es bueno, pensé.
Ella era “menudita”; medía alrededor de 1.55, era delgada, trigueña, de ojos café pálido, cabello castaño, labios delgados pero bien definidos, con un sutil hendidura en su mentón (eso me encantaba), su piel era pálida, su cuello era delgado, sus manos finas y sus dedos no eran delgados ni alargados; cargaba una botella, usaba ropa ceñida al cuerpo y zapatilla rosadas. A veces usaba un jockey rosa, otras uno de mezclilla azul y otras sólo llevaba su cabello tomado con un cordón o cinta.
Inconscientemente comencé a idear la forma de llamar su atención, claro, si es que la gente “robusta” llamaba su atención... Durante las tardes me dediqué a dar distintos órdenes a las vitrinas; combinaba colores (tanto en los productos como en mi vestuario), a veces limpiaba los vidrios, otras pasaba la aspiradora entre los artículos y muebles, otras sólo estaba allí, haciendo como que buscaba una nueva forma de decorar… yo siempre la veía a ella, pero ella parecía no verme. Entonces usé un viejo recurso, el baile; aunque hacía tiempo que no bailaba, me calzaba mis audífonos y bailaba mientras arreglaba la vitrina o limpiaba los vidrios. Se juntaban personas afuera de la tienda, yo los veía de reojo, así es que agregué unas gafas oscuras a mi atuendo; seguí con esa rutina algunas semanas y pude notar que algunos días ella se detenía a verme, aunque tal vez lo hacía porque la gente morbosa que veía al “gordito bailarín” se aglomeraba justo por donde ella pasaba. No lo sé, solo estaba ahí y cuando yo la veía, ponía más entusiasmo a mi trabajo…
Pero no todo podía ser tan bueno; mis bailes y “contorsiones” llegaron a oídos de mi jefe y cierta tarde en que yo estaba afanado en mi actividad, sentí que golpeaban la vitrina y con un gesto me indicaban que debía presentarme en la oficina del jefe… Me hablaron golpeado… “Esto no es un circo, es un trabajo serio en una empresa con tradición familiar”, me decían… yo solo atinaba a asentir con la cabeza y callar… fui duramente reprendido y me cambiaron de puesto, me enviaron a la bodega “a refrescar mis ideas”… Yo sabía que si reclamaba me despedían, así es que guardé silencio.
Fueron días tristes, pero como yo disfrutaba de mi trabajo, pronto pasó la pena, aunque no podía olvidarme de aquella jovencita que me tenía obsesionado… Me decidí a buscarla y para ello pedí algunos días de vacaciones. Me fui a la costanera y esperé que apareciera, entonces la seguí a prudente distancia y observé su rutina… Ella daba un par de vueltas al parque, luego elongaba, se sentaba frente al mar y bebía el agua de su botella… Al tercer día me armé de valor y mientras ella se bebía el agua de la botella, me senté cerca de ella y dije “es un precioso atardecer”…
Ella se puso de pie y se iba cuando le volví a hablar…
-         ¡Espera!... Manifesté…
-         Soy el que baila frente a la vitrina de la tienda “Ensueño”… agregué.
-         Sé que me has visto mientras bailo, yo te he visto pasar… rematé.

Ella se volteó y sonrió; me dijo: “te ves más delgado en la vitrina”… yo solté una carcajada y no supe qué decir, pero rápidamente me puse de pie y me paré frente a ella… luego dije un montón de cosas que ya ni recuerdo, pero debo haberlas dicho con mucho sentimiento porque ella me prestó atención en todo momento… Cerré con una invitación a tomar helado o beber un jugo; ella aceptó el jugo, así es que nos retiramos a un local cercano. Cruzamos algunas palabras más y le consulté si la volvería a ver, a lo cual ella respondió con un escueto “tal vez” y una sonrisa…
Efectivamente, nos volvimos a ver en más de una oportunidad; yo decidí pasar al siguiente nivel y la invité a salir, fuimos a cenar y luego a bailar… Con el tiempo y a medida que la relación se fue tornando más seria, la comencé a acompañar a su departamento; era un departamento pequeño, sencillo, escasamente amoblado, con algunas plantas cerca de la ventana, algunas alfombras y escasos cuadros en las paredes.
Cierta tarde, una inolvidable tarde en que ella me había invitado a beber un té orgánico, la torpeza de mis manos me hizo voltear su taza en su vestido y mientras ella se cambiaba, pude ver su espalda reflejada en un espejo que había en su sala… efectivamente, su piel era pálida y tenía un pequeño lunar junto al hombro derecho… quise ingresar a su habitación y abrazarla, besarla, hacerla mía y sentir el tibio abrazo de sus piernas en mis caderas, pero no pude; me quedé petrificado viendo su reflejo en el espejo.
Cuando ella salió de su habitación me vio observando el espejo y adivinó que la había estado observando; su rostro se desfiguró y discretamente me pidió que me retirara, que se sentía mal y necesitaba estar sola… Me deshice en excusas, elogios, palabras y más palabras, pero ella enmudeció y me indicó el camino de salida con su dedo índice.
Ella no contestaba mis llamadas, ya no pasaba frente a la tienda y aunque intentaba toparme con ella en la calle, no la veía por ninguna parte.
Cierto día me armé de valor y fui a su departamento. Ella no estaba, así es que esperé a que llegara. En tanto apareció comencé a hablar como loro, a decirle que le amaba, que no podía estar si verla, si sentir el timbre de su voz o la dulzura de su sonrisa, que admiraba sus bellos ojos y soñaba con sus labios, con besar sutilmente su cuello mientras la estrechara en mis brazos, con salir a caminar tomados de la mano, observando la luna, o simplemente sintiendo la brisa de la tarde y ver como esta despeinaba sus cabellos; le repetí que la amaba, que ella se había clavado en mi corazón desde la primera vez que la había visto, que ansiaba sentirla, acariciarla y hacerla sentir mujer, provocar sus ansias y hacerla estremecer. Ella me miraba y callaba, se sonrojaba y callaba, entonces tomó su llave, entró a su departamento y cerró la puerta tras de sí…. Me quedé ahí esperando que saliera; esperé algunos minutos, luego los minutos se convirtieron en horas y yo sólo atiné a cantar… Sí, canté, canté como jamás había cantado en mi vida, canté canciones de Bosé, Maná, Luis Miguel, Arjona, Alejandro Fernández, Vicentico, Montaner, Franco de Vita, Juanes…. En fin… Canté como jamás había hecho en mi vida… Hasta que salieron los vecinos y me pidieron que me callara, que entendían que estaba enamorado pero necesitaba clases de canto porque lo hacía pésimamente mal, que lo sentían por esos artistas, pero yo había matado sus canciones… De hecho, fueron bien crueles, y no hablaron suavemente, me lo gritaron en la cara… Yo sentí una sonrisa y solo a eso presté atención; era ella, era su voz, no podía ser otra… Entonces se abrió la puerta de su departamento y me hizo pasar…
Ella vestía una camisa de dormir corta que le cubría hasta un poco más arriba de la rodilla, y una pequeña bata cuyo cinturón no alcanzó a atar…
Pasé a su departamento y cuando quise hablar, ella me silenció colocando su dedo índice sobre mis labios… “Ya has dicho suficiente… o lo has gritado”, manifestó… y una sonrisa pícara se dibujó en sus labios, entonces me besó.
Su beso fue sutil solo al principio, luego se volvió apasionado… me dolieron los labios, pero no la quise soltar, entonces comenzó a desvestirme… yo sentí que estaba en el cielo, mi alegría no podía ser más completa… pero me equivocaba, la noche recién comenzaba…
Yo sólo conservaba mi pantalón, ella su camisola, entonces la abracé, besé su hombro derecho y deslicé la tiras que estorbaban a mis labios. La besé sutilmente, y tras descubrir su hombro busqué su pecho; este era pequeño, apenas llenaba mi mano. Su piel era pálida, muy blanca… y pura… su pezón era rosado y estaba sutilmente erecto, lo mordí suavemente, buscando estimularlo más, entonces ella cargó mi cabeza contra su pecho y solo atiné a deslizar mi lengua sobre este…
No sé cuánto tiempo había transcurrido; estábamos desnudos, ella con su mano en mi ser y yo acariciando su hirsuto vello púbico… Aún no la poseía, no teníamos apuro en pertenecernos… Yo la seguía besando, sus labios, sus pechos, su vientre… besé sus piernas mientras mis manos acariciaban sus firmes nalgas… besé su pubis, mientras ella estimulaba mi simiente… Hasta que por fin nos entregamos el uno al otro… Sentí su tibieza interior y como se derramaba en mí… nos estremecimos, jadeamos y luego caímos rendidos, al unísono…
Me dormí sobre su pecho y ella con su mano sobre mi miembro…
Al amanecer pude observar con detención cada curva de su ser… Acaricié sutilmente sus nalgas mientras ella aún dormía… Besé su espalda y la abracé, colmando mi mano con su pequeño pecho, con su dulce y exquisito pecho izquierdo, entonces besé el lóbulo de su oreja e instintivamente se apegó a mí…

Noches como esa se volvieron a repetir, no una, sino que decenas de veces más; mientras nuestro amor se hacía más fuerte y nos hacíamos más dependientes el uno del otro…

lunes, 6 de febrero de 2017

La cabaña

Era una mañana radiante, con un tímido sol asomando por el horizonte e iluminando nuestra ventana. Ella extendió su mano y la deslizó por mi vientre, buscando esa erección matutina que deleitaba sus ansias, en tanto yo besaba su cuello, desde el lóbulo de su oreja, hasta la base del mismo…
Algo llamó mi atención, algo que no debería estar en su cuello; era una pequeña protuberancia apenas perceptible. Me detuve de improviso y mi actitud llamó su atención. Acaricié ese pequeño bulto con la yema de mis dedos e inmediatamente ella se llevó la mano al cuello… Su rostro palideció y una lágrima rodó por su mejilla. Asumió que era la misma protuberancia que tenía su madre. Cogió el teléfono y en el acto llamó a su madre, le preguntó por su médico y el número de la consulta.
A la semana siguiente le acompañé para que se sintiera más segura, pero los médicos habían adoptado la costumbre de no aventurar diagnósticos al azar, lo cual la dejó más tensa y preocupada. Ese mismo día se realizó todos los exámenes que el médico pidió, y algunos otros que realizó por cuenta propia (para lo cual tomó una vieja orden de su madre, quien tenía el mismo nombre y apellido que ella).
Al día siguiente vimos los resultados, pero ella no se pudo esperar a ir al médico; tomó los informes y buscó en google el significado de los términos médicos. La respuesta era una sola: “Cáncer”…
Lloró de una forma en que jamás la había visto. Era un gemido lastimero que a veces interrumpía con algunos gritos y un “¡por qué a mí!, que me desgarraba el alma. La abracé, la besé, pero ella me rechazaba…
El médico optó por la cirugía, la cual se complementaría con un tratamiento de yodo radioactivo… Ella cayó en depresión, bajó de peso (tanto por su inapetencia como por la estricta dieta que acompañaba al tratamiento). Esta situación cambió radicalmente nuestro mundo, nuestro estilo de vida.
Fueron meses de mucha angustia. Yo quería abrazarla, besarla como antes, pero su mirada instalaba una barrera entre nosotros. A veces tocaba su vientre y deslizaba mi mano bajo sus prendas; ella me miraba lastimeramente y rodaba una lágrima por su mejilla. Un día ella me dijo que me buscara otra, una que me diera el placer que buscaba y que en ella no volvería a encontrar. Yo quería llorar, abrazarla hasta que tronaran sus huesos, pero solo atinaba a guardar silencio y bajar la vista…
La primavera llegaba a su fin, y decidí hacer un cambio radical. Pedí mis vacaciones y arrendé aquella pequeña cabaña junto al lago en que pasamos nuestra luna de miel. Esta tenía un angosto muelle, donde reposaba un pequeño bote a remos. En cuanto al entorno, la cabaña era de madera, con un amplio comedor y una alfombra frente a una chimenea de piedra; físicamente, la cabaña se ubicaba en medio de un bosque de cedros y abedules, tras un serpenteante camino (que era la única vía de acceso).
Llegamos por la tarde, una fría tarde en que el sol iluminaba la copa de los árboles. Encendí la chimenea y preparé algo de comer, luego puse música suave (usando mi teléfono celular como reproductor musical, ya que la cabaña no contaba con luz eléctrica). Usé velas para la cena, luego ella tomó un baño, se sentía cansada pero a la vez estaba contenta. Se sentó frente a la chimenea mientras yo le serví una pequeña copa de vino; 'poco veneno no mata' - manifesté - y le guiñé un ojo, a lo cual respondió con una sonrisa. Fui a tomar una breve ducha y luego la acompañé bebiendo del mismo vino. Yo solo estaba cubierto por la toalla y ella me miró extrañada.
¿Quieres algo conmigo? – preguntó.
A lo cual respondí que quería pasar el resto de mi vida a su lado.
Rodó otra lágrima por su mejilla y quiso llorar, pero la contuve. Le dije que estaba hermosa, dulce y bella como cuando la había conocido… Se ofuscó, me trató de mentiroso, entonces se quitó la ropa y se paró frente a mí. Hacía meses que no la veía desnuda; sus caderas eran más delgadas y huesudas, sus pechos se habían caído y tenía sutiles manchas sobre la piel, sus pómulos lucían más marcados y sus manos más huesudas…
Me quité la toalla y ella sonrió. Me cohibí un segundo y quise cubrirme pero ella no me dejó. Soltó una gran carcajada y dulcemente me dijo “loco”. Y sí, estaba loco por ella. Yo que siempre fui orgulloso de mi virilidad y mi velludo pecho, había hecho un cambio por ella y que solo ella notaría… me depilé mis genitales… Sí… ¡Ridículo!... y así me sentía… Le dije que era por si me daba cáncer a la próstata, para que su ‘regalón’ se acostumbrara a perder el pelo… Su sonrisa sonó tan fuerte, que pareció haber dejado atrás todo ese sufrimiento de meses…
Nos abrazamos y nos besamos, desnudos, tendidos sobre la alfombra. Entonces besé su cuello como hice aquella negra mañana, y ella me acarició como hizo en ese entonces. Yo continué con los besos, alcanzando uno de sus pechos, más firme y turgente que hace algunos minutos atrás; me detuve ahí algunos instantes, mientras mis dedos exploraban su vello, sus húmedos labios y sutilmente provoqué sus ansias… Luego posé mis labios donde mis dedos estuvieron; con suaves lamidas provoqué intensos espasmos… Ella gimió como antes, y la sentí tan viva como antes… En ese momento ella pasó a la ofensiva, y tomó posesión de mi ser… Sus labios provocaron intensos espasmos en mi vientre, pero los míos no dejaban de provocar sus pasiones… Fuimos los de antes, los que se amaban y entregaban con toda la pasión del mundo…
El amanecer no fue diferente… La desperté con besos en sus piernas, subiendo desde sus rodillas hasta alcanzar la gloria… Entonces ella pasó a la ofensiva y posesa de mí, mostró la pasional cadencia de sus caderas, ahogándome con sus manos, provocando una experiencia extrema…

Estuvimos una semana en esa cabaña, disfrutando los días entre paseos, comida hipocalórica, vino y sendas sesiones de sexo…

sábado, 4 de febrero de 2017

La lluvia

Parece curioso que sean los días de lluvia (y no los soleados), quienes nos invadan el alma y despierten en nuestros corazones aquellos adormecidos recuerdos. Sueños e ilusiones que al poco andar quedaron rezagados, o sentimientos que pretendemos encapsular, dejar de pensar en ellos para que se tornen en olvido, pero aparecen como destellos, como relámpagos que irrumpen por la ventana, al tiempo que la lluvia se torna más intensa.
La nuestra fue una relación tormentosa; aunque ella era una mujer muy segura de sí misma, esa armadura caía cuando se trataba de los sentimientos; le gustaba sentirse amada, colmada de mimos y caricias, de atenciones sutiles y pasiones intensas. Gustaba mucho de las rosas rojas, así es que cuando aún no se marchitaba un ramo, estaba pensando en cómo sería el siguiente… Recorrí innumerables florerías, buscando arreglos diversos. A veces simples ramos y otras, ostentosos arreglos. Le brillaban los ojos cada vez que llegaba con un ramo nuevo, y su pasión parecía rejuvenecer día a día…
A pesar de ser una pasión fantástica, en que ambos nos complementábamos, nos satisfacíamos y principalmente, nos amábamos; nunca falta aquello que opaca la magia, los sueños y las ilusiones.
Nuestros trabajos eran intensos, extenuantes, pero al vernos, un universo nuevo se abría ante nosotros. No importaba si el mundo caía a pedazos, o era devorado por un sol infernal, nada perturbaba nuestra armónica isla…
Cierto día, llegó una compañera nueva al trabajo y me correspondió darle la orientación respectiva. Ella era más joven que yo, exuberante y dulce, muy dulce. Si bien, mi contacto con ella se limitó al ámbito laboral, cierto día en que mi nueva colega y yo salíamos juntos de la oficina, Amanda (mi pareja), me esperaba en el estacionamiento; yo las presenté y noté cierta frialdad en el saludo.
Semanas después, mientras almorzaba con Amanda, suena el teléfono, era Consuelo (mi compañera de trabajo), necesitaba acceder a unos archivos de mi computadora y llamaba para pedir la clave. Aunque la llamada fue breve, la cara de Amanda no fue precisamente la de una dama comprensiva. No sé si fue esa llamada o alguna otra cosa, lo que fue creando tensión entre nosotros. Me preguntaba por ella cuando estábamos en la cama, esporádicamente durante la cena o en uno que otro almuerzo. Casualmente, todo iniciaba con un “hoy me topé con tu amiga de la oficina”, o un “¿cómo le ha ido a la chica nueva?...
Lentamente, Consuelo no sólo se fue metiendo en nuestra vida cotidiana, sino que también era tema en la cama. En honor a la verdad, yo me estaba agotando con ese cuento y me volví algo distante. Por el contrario, Amanda se volvió obsesiva, frenéticamente… Algo se había roto entre nosotros, yo ya no era el mismo en la cama, sin embargo, ella demandaba mucho más de lo que yo siempre le había brindado. Pensé que yo había caído en la rutina, o tal vez ella se sentía desplazada, así es que intentaba nuevas formas de hacerla estremecer.
Por otro lado, esta situación estaba repercutiendo en mi trabajo; varias veces Consuelo me realizó observaciones o se tomó la libertad de corregir mis errores. Producto de esto, debí dedicar más horas a mi trabajo; revisar no una, sino que dos veces cada cálculo, cada cifra, incluso cada palabra. En tanto en casa una tormenta se fraguaba.
Tocamos fondo cuando sorprendí a Amanda revisando mi teléfono. Jamás lo manejé con clave, no tenía nada que ocultar, pero ella revisó llamadas, horarios, mensaje, fotografías, posteos en redes sociales, etc… Me miraba con desconfianza y el tono de su voz cambió, era hostil, duro. Ya no era la mujer de quien me había enamorado, así es que un día cualquiera, tomé mis cosas y me marché; dejé una nota junto a unas rosas frescas y emprendí camino sin rumbo fijo. Se me partió el corazón pero si seguía a su lado, uno de los dos terminaría en la morgue.
Estuve solo durante varios meses y no volví a saber de Amanda; nunca llegó alguna llamada, mensaje o recado de parte suya. Aunque lo consideraba imposible, esa herida había sanado y yo estaba dispuesto a darme una segunda oportunidad en la vida, y por qué no, fui tras Consuelo. Parecía que ella había estado esperando por mí todo este tiempo. Tras la primera cita tuvimos una noche fuera de serie. Sin duda alguna, era intensa, pasional e innovadora; tomaba la iniciativa si yo dejaba los espacios, o me guiaba, cuando me sentía perdido. Me cegué, su amor era lo mejor que me había sucedido en la vida, así es que me fui a vivir con ella. El primer mes fue fantástico, y el segundo aún mucho mejor, pero el tercero… Uffff!!!!, el tercer mes se detectó un error en uno de mis proyectos, uno que ya estaba en marcha. Me pareció sumamente extraño porque dediqué semanas a él y trabajé completamente solo. Todos los avances los grababa en la computadora de la oficina y me llevaba un respaldo a casa, desde donde seguía trabajando…
Revisé el proyecto y el error era evidente. Me costó mi trabajo, mi prestigio y casi me cierra las puertas al mercado laboral. Paralelamente, Consuelo, mi amada Consuelo, me pide que abandone su hogar… No quedé en la calle, porque tuve la precaución de conservar mi departamento. Tomé mi ropa, mi computadora y me fui, intentando partir de cero otra vez…
Una pequeña firma confió en mí. Crecimos lenta pero firmemente. Yo decidí permanecer solo, dedicado únicamente a mi trabajo.
Hoy llueve, y mientras bebo una copa de vino, observo el movimiento de la ciudad a través de mi ventana. Tomo mi vieja computadora; no la había encendido desde que abandoné el departamento de Consuelo. En el escritorio permanecía el cuestionado proyecto. Lo leí una vez más, pero no encontré el error. ¿Cómo era esto posible? Entonces recordé que había entregado a Consuelo la clave del equipo de mi oficina, pero nunca le di la clave de mi computador personal… Es probable que ella hubiera saboteado mi proyecto.
Debí confiar en Amanda cuando me manifestó que esa mujer era extraña, pero mi exceso de confianza me hizo dudar de mi querida Amanda y, por el contrario, terminé en los brazos de Consuelo, o mejor dicho, entre sus piernas… Mientras yo me rendía a los encantos de Consuelo, ella solo buscaba el momento preciso para hacerme caer…
Amanda jamás hubiera hecho algo así. ¿Qué será de Amanda? ¿Tendrá un nuevo amor?... Busco en las redes sociales y sigue sin compañía. Pero yo fui el canalla que la abandonó, que la dejó sumida en la más honda tristeza….
Tomo las llaves de mi auto y me dirijo a su casa; llueve, llueve intensamente pero no bajo la velocidad. Me paso un semáforo en rojo, luego otro, y otro más… Necesito llegar… Mis labios están algo adormecidos; bebí demasiado vino, creo yo. Me paro frente a su puerta y golpeo intensamente. Ella me abre, algo adormecida aún; se muestra sorprendida, pero más sorprendida queda cuando tomo su cabeza y le doy un intenso y apasionado beso. Ella se resiste, pero la tomo en mis brazos y la llevo a su habitación; la sigo besando mientras la desnudo, mientras mis mojadas ropas caen al piso. Ella deja de resistirse y me besa con la misma pasión de antaño. Besa mi cuello, mi pecho y me hace sentir que me extrañaba…
El amanecer descubrió nuestros cuerpos desnudos, tendidos sobre una muy desordenada cama. Despierto y me encuentro con sus ojos fijos en los míos… ¡Lo lamento! Fue lo único que alcanzó a brotar de mis labios, los cuales ella silenció con uno de sus dedos… No lo lamentes aún, manifestó…

Alzo la vista y veo a Consuelo de pie, junto a la puerta… Tardé algunos segundos en imaginar qué sucedía, pero al ver cómo se miraban, comprendí que eran pareja…