lunes, 6 de febrero de 2017

La cabaña

Era una mañana radiante, con un tímido sol asomando por el horizonte e iluminando nuestra ventana. Ella extendió su mano y la deslizó por mi vientre, buscando esa erección matutina que deleitaba sus ansias, en tanto yo besaba su cuello, desde el lóbulo de su oreja, hasta la base del mismo…
Algo llamó mi atención, algo que no debería estar en su cuello; era una pequeña protuberancia apenas perceptible. Me detuve de improviso y mi actitud llamó su atención. Acaricié ese pequeño bulto con la yema de mis dedos e inmediatamente ella se llevó la mano al cuello… Su rostro palideció y una lágrima rodó por su mejilla. Asumió que era la misma protuberancia que tenía su madre. Cogió el teléfono y en el acto llamó a su madre, le preguntó por su médico y el número de la consulta.
A la semana siguiente le acompañé para que se sintiera más segura, pero los médicos habían adoptado la costumbre de no aventurar diagnósticos al azar, lo cual la dejó más tensa y preocupada. Ese mismo día se realizó todos los exámenes que el médico pidió, y algunos otros que realizó por cuenta propia (para lo cual tomó una vieja orden de su madre, quien tenía el mismo nombre y apellido que ella).
Al día siguiente vimos los resultados, pero ella no se pudo esperar a ir al médico; tomó los informes y buscó en google el significado de los términos médicos. La respuesta era una sola: “Cáncer”…
Lloró de una forma en que jamás la había visto. Era un gemido lastimero que a veces interrumpía con algunos gritos y un “¡por qué a mí!, que me desgarraba el alma. La abracé, la besé, pero ella me rechazaba…
El médico optó por la cirugía, la cual se complementaría con un tratamiento de yodo radioactivo… Ella cayó en depresión, bajó de peso (tanto por su inapetencia como por la estricta dieta que acompañaba al tratamiento). Esta situación cambió radicalmente nuestro mundo, nuestro estilo de vida.
Fueron meses de mucha angustia. Yo quería abrazarla, besarla como antes, pero su mirada instalaba una barrera entre nosotros. A veces tocaba su vientre y deslizaba mi mano bajo sus prendas; ella me miraba lastimeramente y rodaba una lágrima por su mejilla. Un día ella me dijo que me buscara otra, una que me diera el placer que buscaba y que en ella no volvería a encontrar. Yo quería llorar, abrazarla hasta que tronaran sus huesos, pero solo atinaba a guardar silencio y bajar la vista…
La primavera llegaba a su fin, y decidí hacer un cambio radical. Pedí mis vacaciones y arrendé aquella pequeña cabaña junto al lago en que pasamos nuestra luna de miel. Esta tenía un angosto muelle, donde reposaba un pequeño bote a remos. En cuanto al entorno, la cabaña era de madera, con un amplio comedor y una alfombra frente a una chimenea de piedra; físicamente, la cabaña se ubicaba en medio de un bosque de cedros y abedules, tras un serpenteante camino (que era la única vía de acceso).
Llegamos por la tarde, una fría tarde en que el sol iluminaba la copa de los árboles. Encendí la chimenea y preparé algo de comer, luego puse música suave (usando mi teléfono celular como reproductor musical, ya que la cabaña no contaba con luz eléctrica). Usé velas para la cena, luego ella tomó un baño, se sentía cansada pero a la vez estaba contenta. Se sentó frente a la chimenea mientras yo le serví una pequeña copa de vino; 'poco veneno no mata' - manifesté - y le guiñé un ojo, a lo cual respondió con una sonrisa. Fui a tomar una breve ducha y luego la acompañé bebiendo del mismo vino. Yo solo estaba cubierto por la toalla y ella me miró extrañada.
¿Quieres algo conmigo? – preguntó.
A lo cual respondí que quería pasar el resto de mi vida a su lado.
Rodó otra lágrima por su mejilla y quiso llorar, pero la contuve. Le dije que estaba hermosa, dulce y bella como cuando la había conocido… Se ofuscó, me trató de mentiroso, entonces se quitó la ropa y se paró frente a mí. Hacía meses que no la veía desnuda; sus caderas eran más delgadas y huesudas, sus pechos se habían caído y tenía sutiles manchas sobre la piel, sus pómulos lucían más marcados y sus manos más huesudas…
Me quité la toalla y ella sonrió. Me cohibí un segundo y quise cubrirme pero ella no me dejó. Soltó una gran carcajada y dulcemente me dijo “loco”. Y sí, estaba loco por ella. Yo que siempre fui orgulloso de mi virilidad y mi velludo pecho, había hecho un cambio por ella y que solo ella notaría… me depilé mis genitales… Sí… ¡Ridículo!... y así me sentía… Le dije que era por si me daba cáncer a la próstata, para que su ‘regalón’ se acostumbrara a perder el pelo… Su sonrisa sonó tan fuerte, que pareció haber dejado atrás todo ese sufrimiento de meses…
Nos abrazamos y nos besamos, desnudos, tendidos sobre la alfombra. Entonces besé su cuello como hice aquella negra mañana, y ella me acarició como hizo en ese entonces. Yo continué con los besos, alcanzando uno de sus pechos, más firme y turgente que hace algunos minutos atrás; me detuve ahí algunos instantes, mientras mis dedos exploraban su vello, sus húmedos labios y sutilmente provoqué sus ansias… Luego posé mis labios donde mis dedos estuvieron; con suaves lamidas provoqué intensos espasmos… Ella gimió como antes, y la sentí tan viva como antes… En ese momento ella pasó a la ofensiva, y tomó posesión de mi ser… Sus labios provocaron intensos espasmos en mi vientre, pero los míos no dejaban de provocar sus pasiones… Fuimos los de antes, los que se amaban y entregaban con toda la pasión del mundo…
El amanecer no fue diferente… La desperté con besos en sus piernas, subiendo desde sus rodillas hasta alcanzar la gloria… Entonces ella pasó a la ofensiva y posesa de mí, mostró la pasional cadencia de sus caderas, ahogándome con sus manos, provocando una experiencia extrema…

Estuvimos una semana en esa cabaña, disfrutando los días entre paseos, comida hipocalórica, vino y sendas sesiones de sexo…

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