lunes, 27 de febrero de 2017

Sublime belleza

Nunca supe cómo partió todo, simplemente comencé a unir letras, hilar palabras, capturar ideas, sentimientos, emociones, caprichos u obsesiones; caí en una espiral de símbolos que me fue seduciendo día a día, hasta el punto en que mi alma descubrió su ser interior, reflejado en letras.
Cada día sumaba nuevas letras, nuevos sentimientos y mi corazón se iba desnudando lentamente, con timidez, temiendo que nuevamente alguien lo dañara… Mucho tiempo había pasado desde aquel instante adolescente en que, con una simple frase, me habían destrozado el corazón.
 “Te quiero” – me dijo – “pero sólo como un amigo”… Ella quiso ser noble, quiso empatizar con mis sentimientos e intentó ser dulce, para no herirme. ¿Y es que acaso yo tenía derecho a exigirle algo?, ¿estar enamorado me daba derecho alguno sobre ella?... claramente no.
Pensé en ella mucho tiempo; muchas noches soñé con su rostro, con acariciar sus mejillas mientras su corazón latía intensamente, mientras su pecho apuntaba al cielo y mis labios tropezaban con esos dulces botones rosa… Pero todo eso había acabado; su piel, sus labios ya no me pertenecían, yo ya no era parte de sus sueños, ni de su vida, ni figuraba en sus planes futuros… Era hora de comenzar a vivir sin ella.
Conocí varias personas, varias chicas intensas, pasionales, que solo llenaban instantes de mi vida, de la suya, pero nada más… Hasta que cierto día me presentaron a una joven, una vecina de un amigo… la clásica historia, la amiga del amigo de un amigo… ese tipo de personas que pasan por tu lado de forma inadvertida, pero que cuando alguien te las presenta, se convierten en personas únicas, diferentes (y a veces, especiales)…
Ella era muy diferente al tipo de mujer que yo admiraba, era algo más baja que yo; su cabello oscuro, suelto y ondulado, no armonizaba con su rostro. Su mirada era triste; dando cuenta de que en su vida nada había sido fácil. Era algo robusta; me daba la impresión de que ingresó al mundo laboral siendo aún muy pequeña. Cada vez que me crucé con ella estaba haciendo algo; ayudando a un mendigo, empaquetando mercaderías en un supermercado, trasladando bultos, cargando en una raída mochila sus libros y cuadernos, compartiendo con gente humilde…
Ella, con su actitud y su silencio, me hizo comprender lo vacía que era mi vida. Yo, tan apegado a los estereotipos, pero a la vez, tan maltratado por la vida; tan vacío por dentro, no podía aspirar a un alma tan noble como la suya. Un alma colmada de luz, de sentimientos puros, de gestos sinceros… Ella me hizo preguntarme en qué punto me había perdido. Nuestro origen era el mismo; ambos salimos de sectores humildes, pero mis aires de grandeza me impedían ver el ridículo que hacía al intentar ser alguien que no valía la pena.
Cierto día me armé de valor y la invité a salir; ella se sorprendió mucho, tal vez, porque consideraba que yo era alguien vacío, alguien que no la valoraría como se merecía.
Muchas veces intenté aproximarme e igual cantidad de veces me rechazó, hasta que cierto día, un día en que ella lucía diferente y cierto brillo especial se reflejaba en su mirada, aceptó mi invitación.
¿Qué había de diferente en ella? Tal vez sería que ordenó sus cabellos, pintó sutilmente sus labios, destacó su mirada con sutiles matices de pintura y sonrió; sonrió con todo lo que yo dije, con mis historias, anécdotas, tropiezos en la vida… tal vez en ese momento, ella y yo comprendimos que no éramos tan distintos; que nuestras aspiraciones eran las mismas y que juntos podríamos lograr alcanzar nuestros sueños.
Salimos durante varios meses; ambos resultamos ser bastante conservadores, a pesar de que yo antes buscaba la entrega en la primera cita. Con ella todo fue distinto. Verme reflejado en sus oscuros ojos o besar esos carnosos labios, produjo cambios importantes en mi forma de ver la vida y las relaciones de pareja. Yo quería protegerla, cuidarla, respetarla; aunque a veces tenía la impresión de que ella no quería ser tan respetada ni tan cuidada… y efectivamente, comprobé que algo de razón tenía.
Cierta tarde, la vida permitió que estuviéramos solos en un espacio privado, casi íntimo. La besé como jamás la había besado. Su mirada era diferente; la noté débil, vulnerable, y tomé la ventaja…

La cobijé entre mis brazos, la besé y mirándola a los ojos le dije que era lo mejor que le había pasado a mi vida, que ella me había abierto los ojos, que yo estuve perdido pero al fin me había encontrado a mí mismo. Recorrí su figura con mis manos; apreté sutilmente ese rollo sobre su cadera y mis manos se deslizaron bajo su blusa, acariciando su espalda (y soltando su brasier)… Luego descubrí su piel, despojándola de todo atuendo; hacía calor, tal vez, o es que nuestras ansias eran demasiado intensas, porque sudábamos. Besé sus pechos, su cuello. No me incomodó el salado sabor de su piel, ni a ella el mío. Nos fundimos en uno solo, al ritmo de un intenso movimiento pélvico. Sentí cuando ella estalló en mí, y ella sintió mi estallido en ella… nuestros cuerpos laxos cayeron rendidos sobre modestas sillas que estaban dispersas por la habitación… nos miramos, nos besamos y nuestras manos volvieron a repasar cada segmento de nuestra piel. Nuestro corazón palpitaba intensamente, entonces comprendí que ella era la mujer de mi vida. No aquellos estereotipos esqueléticos, colmados de curvas falsas; sino que una mujer de verdad, con virtudes y defectos, con sueños e ilusiones tan nobles como despertar con un beso y un abrazo, o dormir acariciando su pecho…

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