sábado, 18 de febrero de 2017

Tras un sueño

Ya no recuerdo cuándo fue la primera vez que la vi pasar; solo sé que cierta tarde yo estaba ordenando la vitrina del local, cuando una pequeña joven que pasó trotando, llamó mi atención. Todas las tardes muchas personas pasaban trotando frente al local comercial; iban a la costanera a practicar ejercicios, bailar zumba, o simplemente a trotar.
Yo no acostumbraba practicar deportes; no lo hice a los 20, y ahora que me aproximaba a los 40, con algunas lesiones en el cuerpo y un vientre algo abultado, no creí que pudiera hacerlo, sin embargo, comencé a prestar atención en la gente que pasaba frente al local; había varios (hombres y mujeres), claramente mayores que yo, que practicaban deporte regularmente. La idea comenzaba a hacer eco en mi cabeza, pero estaba el tema del horario; yo salía de mi trabajo a las 21:30 hrs. y a esa hora ya era de noche. Me oía y todo sonaba a excusa, tal vez realmente yo no quería hacer deporte, aunque lo necesitaba. También estaba el detalle de esa joven, de unos 35 años, que ondeaba su cabello al viento cuando salía a trotar; la verdad es que comencé a aprenderme su horario sólo por verla pasar. Ella tenía una cintura y unas nalgas… ufff!!!!... creo que me estaba obsesionando, y eso no es bueno, pensé.
Ella era “menudita”; medía alrededor de 1.55, era delgada, trigueña, de ojos café pálido, cabello castaño, labios delgados pero bien definidos, con un sutil hendidura en su mentón (eso me encantaba), su piel era pálida, su cuello era delgado, sus manos finas y sus dedos no eran delgados ni alargados; cargaba una botella, usaba ropa ceñida al cuerpo y zapatilla rosadas. A veces usaba un jockey rosa, otras uno de mezclilla azul y otras sólo llevaba su cabello tomado con un cordón o cinta.
Inconscientemente comencé a idear la forma de llamar su atención, claro, si es que la gente “robusta” llamaba su atención... Durante las tardes me dediqué a dar distintos órdenes a las vitrinas; combinaba colores (tanto en los productos como en mi vestuario), a veces limpiaba los vidrios, otras pasaba la aspiradora entre los artículos y muebles, otras sólo estaba allí, haciendo como que buscaba una nueva forma de decorar… yo siempre la veía a ella, pero ella parecía no verme. Entonces usé un viejo recurso, el baile; aunque hacía tiempo que no bailaba, me calzaba mis audífonos y bailaba mientras arreglaba la vitrina o limpiaba los vidrios. Se juntaban personas afuera de la tienda, yo los veía de reojo, así es que agregué unas gafas oscuras a mi atuendo; seguí con esa rutina algunas semanas y pude notar que algunos días ella se detenía a verme, aunque tal vez lo hacía porque la gente morbosa que veía al “gordito bailarín” se aglomeraba justo por donde ella pasaba. No lo sé, solo estaba ahí y cuando yo la veía, ponía más entusiasmo a mi trabajo…
Pero no todo podía ser tan bueno; mis bailes y “contorsiones” llegaron a oídos de mi jefe y cierta tarde en que yo estaba afanado en mi actividad, sentí que golpeaban la vitrina y con un gesto me indicaban que debía presentarme en la oficina del jefe… Me hablaron golpeado… “Esto no es un circo, es un trabajo serio en una empresa con tradición familiar”, me decían… yo solo atinaba a asentir con la cabeza y callar… fui duramente reprendido y me cambiaron de puesto, me enviaron a la bodega “a refrescar mis ideas”… Yo sabía que si reclamaba me despedían, así es que guardé silencio.
Fueron días tristes, pero como yo disfrutaba de mi trabajo, pronto pasó la pena, aunque no podía olvidarme de aquella jovencita que me tenía obsesionado… Me decidí a buscarla y para ello pedí algunos días de vacaciones. Me fui a la costanera y esperé que apareciera, entonces la seguí a prudente distancia y observé su rutina… Ella daba un par de vueltas al parque, luego elongaba, se sentaba frente al mar y bebía el agua de su botella… Al tercer día me armé de valor y mientras ella se bebía el agua de la botella, me senté cerca de ella y dije “es un precioso atardecer”…
Ella se puso de pie y se iba cuando le volví a hablar…
-         ¡Espera!... Manifesté…
-         Soy el que baila frente a la vitrina de la tienda “Ensueño”… agregué.
-         Sé que me has visto mientras bailo, yo te he visto pasar… rematé.

Ella se volteó y sonrió; me dijo: “te ves más delgado en la vitrina”… yo solté una carcajada y no supe qué decir, pero rápidamente me puse de pie y me paré frente a ella… luego dije un montón de cosas que ya ni recuerdo, pero debo haberlas dicho con mucho sentimiento porque ella me prestó atención en todo momento… Cerré con una invitación a tomar helado o beber un jugo; ella aceptó el jugo, así es que nos retiramos a un local cercano. Cruzamos algunas palabras más y le consulté si la volvería a ver, a lo cual ella respondió con un escueto “tal vez” y una sonrisa…
Efectivamente, nos volvimos a ver en más de una oportunidad; yo decidí pasar al siguiente nivel y la invité a salir, fuimos a cenar y luego a bailar… Con el tiempo y a medida que la relación se fue tornando más seria, la comencé a acompañar a su departamento; era un departamento pequeño, sencillo, escasamente amoblado, con algunas plantas cerca de la ventana, algunas alfombras y escasos cuadros en las paredes.
Cierta tarde, una inolvidable tarde en que ella me había invitado a beber un té orgánico, la torpeza de mis manos me hizo voltear su taza en su vestido y mientras ella se cambiaba, pude ver su espalda reflejada en un espejo que había en su sala… efectivamente, su piel era pálida y tenía un pequeño lunar junto al hombro derecho… quise ingresar a su habitación y abrazarla, besarla, hacerla mía y sentir el tibio abrazo de sus piernas en mis caderas, pero no pude; me quedé petrificado viendo su reflejo en el espejo.
Cuando ella salió de su habitación me vio observando el espejo y adivinó que la había estado observando; su rostro se desfiguró y discretamente me pidió que me retirara, que se sentía mal y necesitaba estar sola… Me deshice en excusas, elogios, palabras y más palabras, pero ella enmudeció y me indicó el camino de salida con su dedo índice.
Ella no contestaba mis llamadas, ya no pasaba frente a la tienda y aunque intentaba toparme con ella en la calle, no la veía por ninguna parte.
Cierto día me armé de valor y fui a su departamento. Ella no estaba, así es que esperé a que llegara. En tanto apareció comencé a hablar como loro, a decirle que le amaba, que no podía estar si verla, si sentir el timbre de su voz o la dulzura de su sonrisa, que admiraba sus bellos ojos y soñaba con sus labios, con besar sutilmente su cuello mientras la estrechara en mis brazos, con salir a caminar tomados de la mano, observando la luna, o simplemente sintiendo la brisa de la tarde y ver como esta despeinaba sus cabellos; le repetí que la amaba, que ella se había clavado en mi corazón desde la primera vez que la había visto, que ansiaba sentirla, acariciarla y hacerla sentir mujer, provocar sus ansias y hacerla estremecer. Ella me miraba y callaba, se sonrojaba y callaba, entonces tomó su llave, entró a su departamento y cerró la puerta tras de sí…. Me quedé ahí esperando que saliera; esperé algunos minutos, luego los minutos se convirtieron en horas y yo sólo atiné a cantar… Sí, canté, canté como jamás había cantado en mi vida, canté canciones de Bosé, Maná, Luis Miguel, Arjona, Alejandro Fernández, Vicentico, Montaner, Franco de Vita, Juanes…. En fin… Canté como jamás había hecho en mi vida… Hasta que salieron los vecinos y me pidieron que me callara, que entendían que estaba enamorado pero necesitaba clases de canto porque lo hacía pésimamente mal, que lo sentían por esos artistas, pero yo había matado sus canciones… De hecho, fueron bien crueles, y no hablaron suavemente, me lo gritaron en la cara… Yo sentí una sonrisa y solo a eso presté atención; era ella, era su voz, no podía ser otra… Entonces se abrió la puerta de su departamento y me hizo pasar…
Ella vestía una camisa de dormir corta que le cubría hasta un poco más arriba de la rodilla, y una pequeña bata cuyo cinturón no alcanzó a atar…
Pasé a su departamento y cuando quise hablar, ella me silenció colocando su dedo índice sobre mis labios… “Ya has dicho suficiente… o lo has gritado”, manifestó… y una sonrisa pícara se dibujó en sus labios, entonces me besó.
Su beso fue sutil solo al principio, luego se volvió apasionado… me dolieron los labios, pero no la quise soltar, entonces comenzó a desvestirme… yo sentí que estaba en el cielo, mi alegría no podía ser más completa… pero me equivocaba, la noche recién comenzaba…
Yo sólo conservaba mi pantalón, ella su camisola, entonces la abracé, besé su hombro derecho y deslicé la tiras que estorbaban a mis labios. La besé sutilmente, y tras descubrir su hombro busqué su pecho; este era pequeño, apenas llenaba mi mano. Su piel era pálida, muy blanca… y pura… su pezón era rosado y estaba sutilmente erecto, lo mordí suavemente, buscando estimularlo más, entonces ella cargó mi cabeza contra su pecho y solo atiné a deslizar mi lengua sobre este…
No sé cuánto tiempo había transcurrido; estábamos desnudos, ella con su mano en mi ser y yo acariciando su hirsuto vello púbico… Aún no la poseía, no teníamos apuro en pertenecernos… Yo la seguía besando, sus labios, sus pechos, su vientre… besé sus piernas mientras mis manos acariciaban sus firmes nalgas… besé su pubis, mientras ella estimulaba mi simiente… Hasta que por fin nos entregamos el uno al otro… Sentí su tibieza interior y como se derramaba en mí… nos estremecimos, jadeamos y luego caímos rendidos, al unísono…
Me dormí sobre su pecho y ella con su mano sobre mi miembro…
Al amanecer pude observar con detención cada curva de su ser… Acaricié sutilmente sus nalgas mientras ella aún dormía… Besé su espalda y la abracé, colmando mi mano con su pequeño pecho, con su dulce y exquisito pecho izquierdo, entonces besé el lóbulo de su oreja e instintivamente se apegó a mí…

Noches como esa se volvieron a repetir, no una, sino que decenas de veces más; mientras nuestro amor se hacía más fuerte y nos hacíamos más dependientes el uno del otro…

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