Parece curioso que sean
los días de lluvia (y no los soleados), quienes nos invadan el alma y
despierten en nuestros corazones aquellos adormecidos recuerdos. Sueños e
ilusiones que al poco andar quedaron rezagados, o sentimientos que pretendemos
encapsular, dejar de pensar en ellos para que se tornen en olvido, pero
aparecen como destellos, como relámpagos que irrumpen por la ventana, al tiempo
que la lluvia se torna más intensa.
La nuestra fue una
relación tormentosa; aunque ella era una mujer muy segura de sí misma, esa
armadura caía cuando se trataba de los sentimientos; le gustaba sentirse amada,
colmada de mimos y caricias, de atenciones sutiles y pasiones intensas. Gustaba
mucho de las rosas rojas, así es que cuando aún no se marchitaba un ramo,
estaba pensando en cómo sería el siguiente… Recorrí innumerables florerías,
buscando arreglos diversos. A veces simples ramos y otras, ostentosos arreglos.
Le brillaban los ojos cada vez que llegaba con un ramo nuevo, y su pasión
parecía rejuvenecer día a día…
A pesar de ser una
pasión fantástica, en que ambos nos complementábamos, nos satisfacíamos y
principalmente, nos amábamos; nunca falta aquello que opaca la magia, los
sueños y las ilusiones.
Nuestros trabajos eran
intensos, extenuantes, pero al vernos, un universo nuevo se abría ante
nosotros. No importaba si el mundo caía a pedazos, o era devorado por un sol
infernal, nada perturbaba nuestra armónica isla…
Cierto día, llegó una
compañera nueva al trabajo y me correspondió darle la orientación respectiva. Ella
era más joven que yo, exuberante y dulce, muy dulce. Si bien, mi contacto con
ella se limitó al ámbito laboral, cierto día en que mi nueva colega y yo
salíamos juntos de la oficina, Amanda (mi pareja), me esperaba en el
estacionamiento; yo las presenté y noté cierta frialdad en el saludo.
Semanas después,
mientras almorzaba con Amanda, suena el teléfono, era Consuelo (mi compañera de
trabajo), necesitaba acceder a unos archivos de mi computadora y llamaba para
pedir la clave. Aunque la llamada fue breve, la cara de Amanda no fue
precisamente la de una dama comprensiva. No sé si fue esa llamada o alguna otra
cosa, lo que fue creando tensión entre nosotros. Me preguntaba por ella cuando
estábamos en la cama, esporádicamente durante la cena o en uno que otro
almuerzo. Casualmente, todo iniciaba con un “hoy me topé con tu amiga de la
oficina”, o un “¿cómo le ha ido a la chica nueva?...
Lentamente, Consuelo no
sólo se fue metiendo en nuestra vida cotidiana, sino que también era tema en la
cama. En honor a la verdad, yo me estaba agotando con ese cuento y me volví
algo distante. Por el contrario, Amanda se volvió obsesiva, frenéticamente…
Algo se había roto entre nosotros, yo ya no era el mismo en la cama, sin embargo,
ella demandaba mucho más de lo que yo siempre le había brindado. Pensé que yo
había caído en la rutina, o tal vez ella se sentía desplazada, así es que
intentaba nuevas formas de hacerla estremecer.
Por otro lado, esta
situación estaba repercutiendo en mi trabajo; varias veces Consuelo me realizó
observaciones o se tomó la libertad de corregir mis errores. Producto de esto,
debí dedicar más horas a mi trabajo; revisar no una, sino que dos veces cada
cálculo, cada cifra, incluso cada palabra. En tanto en casa una tormenta se
fraguaba.
Tocamos fondo cuando
sorprendí a Amanda revisando mi teléfono. Jamás lo manejé con clave, no tenía
nada que ocultar, pero ella revisó llamadas, horarios, mensaje, fotografías,
posteos en redes sociales, etc… Me miraba con desconfianza y el tono de su voz
cambió, era hostil, duro. Ya no era la mujer de quien me había enamorado, así
es que un día cualquiera, tomé mis cosas y me marché; dejé una nota junto a unas
rosas frescas y emprendí camino sin rumbo fijo. Se me partió el corazón pero si
seguía a su lado, uno de los dos terminaría en la morgue.
Estuve solo durante varios
meses y no volví a saber de Amanda; nunca llegó alguna llamada, mensaje o
recado de parte suya. Aunque lo consideraba imposible, esa herida había sanado
y yo estaba dispuesto a darme una segunda oportunidad en la vida, y por qué no,
fui tras Consuelo. Parecía que ella había estado esperando por mí todo este
tiempo. Tras la primera cita tuvimos una noche fuera de serie. Sin duda alguna,
era intensa, pasional e innovadora; tomaba la iniciativa si yo dejaba los
espacios, o me guiaba, cuando me sentía perdido. Me cegué, su amor era lo mejor
que me había sucedido en la vida, así es que me fui a vivir con ella. El primer
mes fue fantástico, y el segundo aún mucho mejor, pero el tercero… Uffff!!!!,
el tercer mes se detectó un error en uno de mis proyectos, uno que ya estaba en
marcha. Me pareció sumamente extraño porque dediqué semanas a él y trabajé
completamente solo. Todos los avances los grababa en la computadora de la
oficina y me llevaba un respaldo a casa, desde donde seguía trabajando…
Revisé el proyecto y el
error era evidente. Me costó mi trabajo, mi prestigio y casi me cierra las
puertas al mercado laboral. Paralelamente, Consuelo, mi amada Consuelo, me pide
que abandone su hogar… No quedé en la calle, porque tuve la precaución de conservar
mi departamento. Tomé mi ropa, mi computadora y me fui, intentando partir de
cero otra vez…
Una pequeña firma
confió en mí. Crecimos lenta pero firmemente. Yo decidí permanecer solo,
dedicado únicamente a mi trabajo.
Hoy llueve, y mientras
bebo una copa de vino, observo el movimiento de la ciudad a través de mi
ventana. Tomo mi vieja computadora; no la había encendido desde que abandoné el
departamento de Consuelo. En el escritorio permanecía el cuestionado proyecto. Lo
leí una vez más, pero no encontré el error. ¿Cómo era esto posible? Entonces
recordé que había entregado a Consuelo la clave del equipo de mi oficina, pero
nunca le di la clave de mi computador personal… Es probable que ella hubiera
saboteado mi proyecto.
Debí confiar en Amanda
cuando me manifestó que esa mujer era extraña, pero mi exceso de confianza me
hizo dudar de mi querida Amanda y, por el contrario, terminé en los brazos de
Consuelo, o mejor dicho, entre sus piernas… Mientras yo me rendía a los
encantos de Consuelo, ella solo buscaba el momento preciso para hacerme caer…
Amanda jamás hubiera
hecho algo así. ¿Qué será de Amanda? ¿Tendrá un nuevo amor?... Busco en las
redes sociales y sigue sin compañía. Pero yo fui el canalla que la abandonó,
que la dejó sumida en la más honda tristeza….
Tomo las llaves de mi
auto y me dirijo a su casa; llueve, llueve intensamente pero no bajo la
velocidad. Me paso un semáforo en rojo, luego otro, y otro más… Necesito llegar…
Mis labios están algo adormecidos; bebí demasiado vino, creo yo. Me paro frente
a su puerta y golpeo intensamente. Ella me abre, algo adormecida aún; se
muestra sorprendida, pero más sorprendida queda cuando tomo su cabeza y le doy
un intenso y apasionado beso. Ella se resiste, pero la tomo en mis brazos y la
llevo a su habitación; la sigo besando mientras la desnudo, mientras mis
mojadas ropas caen al piso. Ella deja de resistirse y me besa con la misma
pasión de antaño. Besa mi cuello, mi pecho y me hace sentir que me extrañaba…
El amanecer descubrió
nuestros cuerpos desnudos, tendidos sobre una muy desordenada cama. Despierto y
me encuentro con sus ojos fijos en los míos… ¡Lo lamento! Fue lo único que
alcanzó a brotar de mis labios, los cuales ella silenció con uno de sus dedos…
No lo lamentes aún, manifestó…
Alzo la vista y veo a
Consuelo de pie, junto a la puerta… Tardé algunos segundos en imaginar qué
sucedía, pero al ver cómo se miraban, comprendí que eran pareja…
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