sábado, 4 de febrero de 2017

La lluvia

Parece curioso que sean los días de lluvia (y no los soleados), quienes nos invadan el alma y despierten en nuestros corazones aquellos adormecidos recuerdos. Sueños e ilusiones que al poco andar quedaron rezagados, o sentimientos que pretendemos encapsular, dejar de pensar en ellos para que se tornen en olvido, pero aparecen como destellos, como relámpagos que irrumpen por la ventana, al tiempo que la lluvia se torna más intensa.
La nuestra fue una relación tormentosa; aunque ella era una mujer muy segura de sí misma, esa armadura caía cuando se trataba de los sentimientos; le gustaba sentirse amada, colmada de mimos y caricias, de atenciones sutiles y pasiones intensas. Gustaba mucho de las rosas rojas, así es que cuando aún no se marchitaba un ramo, estaba pensando en cómo sería el siguiente… Recorrí innumerables florerías, buscando arreglos diversos. A veces simples ramos y otras, ostentosos arreglos. Le brillaban los ojos cada vez que llegaba con un ramo nuevo, y su pasión parecía rejuvenecer día a día…
A pesar de ser una pasión fantástica, en que ambos nos complementábamos, nos satisfacíamos y principalmente, nos amábamos; nunca falta aquello que opaca la magia, los sueños y las ilusiones.
Nuestros trabajos eran intensos, extenuantes, pero al vernos, un universo nuevo se abría ante nosotros. No importaba si el mundo caía a pedazos, o era devorado por un sol infernal, nada perturbaba nuestra armónica isla…
Cierto día, llegó una compañera nueva al trabajo y me correspondió darle la orientación respectiva. Ella era más joven que yo, exuberante y dulce, muy dulce. Si bien, mi contacto con ella se limitó al ámbito laboral, cierto día en que mi nueva colega y yo salíamos juntos de la oficina, Amanda (mi pareja), me esperaba en el estacionamiento; yo las presenté y noté cierta frialdad en el saludo.
Semanas después, mientras almorzaba con Amanda, suena el teléfono, era Consuelo (mi compañera de trabajo), necesitaba acceder a unos archivos de mi computadora y llamaba para pedir la clave. Aunque la llamada fue breve, la cara de Amanda no fue precisamente la de una dama comprensiva. No sé si fue esa llamada o alguna otra cosa, lo que fue creando tensión entre nosotros. Me preguntaba por ella cuando estábamos en la cama, esporádicamente durante la cena o en uno que otro almuerzo. Casualmente, todo iniciaba con un “hoy me topé con tu amiga de la oficina”, o un “¿cómo le ha ido a la chica nueva?...
Lentamente, Consuelo no sólo se fue metiendo en nuestra vida cotidiana, sino que también era tema en la cama. En honor a la verdad, yo me estaba agotando con ese cuento y me volví algo distante. Por el contrario, Amanda se volvió obsesiva, frenéticamente… Algo se había roto entre nosotros, yo ya no era el mismo en la cama, sin embargo, ella demandaba mucho más de lo que yo siempre le había brindado. Pensé que yo había caído en la rutina, o tal vez ella se sentía desplazada, así es que intentaba nuevas formas de hacerla estremecer.
Por otro lado, esta situación estaba repercutiendo en mi trabajo; varias veces Consuelo me realizó observaciones o se tomó la libertad de corregir mis errores. Producto de esto, debí dedicar más horas a mi trabajo; revisar no una, sino que dos veces cada cálculo, cada cifra, incluso cada palabra. En tanto en casa una tormenta se fraguaba.
Tocamos fondo cuando sorprendí a Amanda revisando mi teléfono. Jamás lo manejé con clave, no tenía nada que ocultar, pero ella revisó llamadas, horarios, mensaje, fotografías, posteos en redes sociales, etc… Me miraba con desconfianza y el tono de su voz cambió, era hostil, duro. Ya no era la mujer de quien me había enamorado, así es que un día cualquiera, tomé mis cosas y me marché; dejé una nota junto a unas rosas frescas y emprendí camino sin rumbo fijo. Se me partió el corazón pero si seguía a su lado, uno de los dos terminaría en la morgue.
Estuve solo durante varios meses y no volví a saber de Amanda; nunca llegó alguna llamada, mensaje o recado de parte suya. Aunque lo consideraba imposible, esa herida había sanado y yo estaba dispuesto a darme una segunda oportunidad en la vida, y por qué no, fui tras Consuelo. Parecía que ella había estado esperando por mí todo este tiempo. Tras la primera cita tuvimos una noche fuera de serie. Sin duda alguna, era intensa, pasional e innovadora; tomaba la iniciativa si yo dejaba los espacios, o me guiaba, cuando me sentía perdido. Me cegué, su amor era lo mejor que me había sucedido en la vida, así es que me fui a vivir con ella. El primer mes fue fantástico, y el segundo aún mucho mejor, pero el tercero… Uffff!!!!, el tercer mes se detectó un error en uno de mis proyectos, uno que ya estaba en marcha. Me pareció sumamente extraño porque dediqué semanas a él y trabajé completamente solo. Todos los avances los grababa en la computadora de la oficina y me llevaba un respaldo a casa, desde donde seguía trabajando…
Revisé el proyecto y el error era evidente. Me costó mi trabajo, mi prestigio y casi me cierra las puertas al mercado laboral. Paralelamente, Consuelo, mi amada Consuelo, me pide que abandone su hogar… No quedé en la calle, porque tuve la precaución de conservar mi departamento. Tomé mi ropa, mi computadora y me fui, intentando partir de cero otra vez…
Una pequeña firma confió en mí. Crecimos lenta pero firmemente. Yo decidí permanecer solo, dedicado únicamente a mi trabajo.
Hoy llueve, y mientras bebo una copa de vino, observo el movimiento de la ciudad a través de mi ventana. Tomo mi vieja computadora; no la había encendido desde que abandoné el departamento de Consuelo. En el escritorio permanecía el cuestionado proyecto. Lo leí una vez más, pero no encontré el error. ¿Cómo era esto posible? Entonces recordé que había entregado a Consuelo la clave del equipo de mi oficina, pero nunca le di la clave de mi computador personal… Es probable que ella hubiera saboteado mi proyecto.
Debí confiar en Amanda cuando me manifestó que esa mujer era extraña, pero mi exceso de confianza me hizo dudar de mi querida Amanda y, por el contrario, terminé en los brazos de Consuelo, o mejor dicho, entre sus piernas… Mientras yo me rendía a los encantos de Consuelo, ella solo buscaba el momento preciso para hacerme caer…
Amanda jamás hubiera hecho algo así. ¿Qué será de Amanda? ¿Tendrá un nuevo amor?... Busco en las redes sociales y sigue sin compañía. Pero yo fui el canalla que la abandonó, que la dejó sumida en la más honda tristeza….
Tomo las llaves de mi auto y me dirijo a su casa; llueve, llueve intensamente pero no bajo la velocidad. Me paso un semáforo en rojo, luego otro, y otro más… Necesito llegar… Mis labios están algo adormecidos; bebí demasiado vino, creo yo. Me paro frente a su puerta y golpeo intensamente. Ella me abre, algo adormecida aún; se muestra sorprendida, pero más sorprendida queda cuando tomo su cabeza y le doy un intenso y apasionado beso. Ella se resiste, pero la tomo en mis brazos y la llevo a su habitación; la sigo besando mientras la desnudo, mientras mis mojadas ropas caen al piso. Ella deja de resistirse y me besa con la misma pasión de antaño. Besa mi cuello, mi pecho y me hace sentir que me extrañaba…
El amanecer descubrió nuestros cuerpos desnudos, tendidos sobre una muy desordenada cama. Despierto y me encuentro con sus ojos fijos en los míos… ¡Lo lamento! Fue lo único que alcanzó a brotar de mis labios, los cuales ella silenció con uno de sus dedos… No lo lamentes aún, manifestó…

Alzo la vista y veo a Consuelo de pie, junto a la puerta… Tardé algunos segundos en imaginar qué sucedía, pero al ver cómo se miraban, comprendí que eran pareja… 

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