domingo, 2 de abril de 2017

Labios de tinta

Era un día más; un ajetreado, extenuante y frío viernes en la ciudad. Yo caminaba a realizar mi último trámite del día y esperaba llegar a la notaría antes de que cerraran, o debería esperar hasta la semana siguiente; corrí los últimos metros al ver que el guardia se aproximaba a la puerta, quien ya tenía en su mano la llave de esta. Ingresé apresuradamente, aún faltaban unos minutos para el cierre y debía esperar a que revisaran los antecedentes que portaba. Me atendió una secretaria nueva, muy amable y diligente. La verdad es que en principio no le presté mucha atención, pero cuando me hablaba pude notar que tenía un acento diferente; tal vez era extranjera, o tal vez solo había trabajado en el extranjero. Es del caso que llevó el portafolio al notario y me pidió que tomara asiento mientras revisaban la documentación.
 Yo tomé mi celular, pero las paredes del lugar eran muy gruesas y no me llegaba señal alguna; en la sala de espera no había revistas o periódicos, así es que me dediqué a ver los cuadros de las paredes, contar las baldosas del piso y al final, comencé a observar a otras personas que también estaban realizando trámites. Un señor calvo sudaba bastante mientras sostenía un maletín, probablemente estaba adquiriendo una propiedad e iba a cancelar en efectivo. Otra señora, frente a otro escritorio, parecía estar haciendo una declaración jurada… mi mente divagaba mil ideas, mientras intentaba prestar oído a lo que decían… Licencia, robo, asalto… Tal parece que la señora realizaba el trámite para obtener un duplicado de su licencia de conducir…
Pasaban los minutos y aún no me llamaban, miré a la secretaria que me había atendido, esperando que me hiciera una seña o me indicara que todo estaba bien, pero ella estaba concentrada en otras labores… Ahí fue cuando realmente comencé a mirarla. Lucía una blusa blanca, lentes de marco rojo intenso, tan intenso como su labial. Sus mejillas parecían estar ruborizadas, pero luego noté que esa tonalidad era debido a su maquillaje. Vestía una blusa blanca y sobre esta, una chaqueta roja. Usaba una falda roja que le cubría hasta poco más arriba de la rodilla; su calzado también era rojo… Pero había otro detalle que antes había escapado a mi vista, y pude notarlo cuando se dirigió a la oficina de su jefe; ella usaba unas pantis con su liguero bordado.
Cuando ella regresó a su puesto atendió un llamado, en principio bajó la vista, pero luego la dirigió directamente a donde yo me encontraba; al parecer, alguien más me había sorprendido observando a la señorita y le habían advertido. Sentí que me ardía el rostro y solo atiné a sonreírle; la seriedad en su rostro fue la estocada que me faltaba… Se retiró, regresó con mis documentos debidamente certificados y me los entregó sin pronunciar palabra alguna. Le di las gracias, intenté sonreír pero ella se refugió en su escritorio, tras el monitor, por lo que me retiré sin más que decir.
Regresé a la oficina, guardé la documentación y me retiré sin destino claro. Era viernes y no estaba de ánimo para salir con los chicos de la oficina, así es que decidí caminar a casa. Pasee por el parque, me senté en una banca, cuando a lo lejos divisé a una joven con un traje rojo; no era la chica de la notaría, pero por su vestuario intuyo que debían trabajar juntas, y bueno, es viernes, happy hour, ella iba al barrio bohemio, así es que imaginé que se reuniría con sus colegas. La seguí a prudente distancia e ingresó al mismo local donde se reunirían los chicos de la oficina. La mano estaba dada y yo, dispuesto a jugarla. Ingresé al local intentado ubicar a mis compañeros de trabajo (y de paso, viendo si se encontraba la bella morena de la oficina); ellos estaban en una sala apartada y si bien se sorprendieron al verme, me hicieron un espacio y pidieron otra cerveza. Charlamos un rato (del trabajo, de la vida) y pronto llegó la segunda ronda, además de una tabla con quesos y jamones (la especialidad de la casa). Ya era algo tarde cuando uno de mis compañeros se paró de su asiento y manifestó que se retiraba, que alguien especial lo estaba esperando; lo vi irse y para mi sorpresa, se reunió con la joven que yo intenté encontrar.
Pasaron algunas semanas y me olvidé del tema, yo no iba a entrometerme en la relación de un compañero de oficina; la última vez que lo hice (en mi anterior trabajo) todo terminó mal. Mi colega de ese entonces nos descubrió, él tomó su automóvil y salió a toda velocidad con rumbo desconocido; fue la última vez que lo vi vivo. Era una tarde de lluvia y él, fuera de sí, condujo de manera imprudente; un camión detuvo su loca carrera, murió de forma inmediata. En cuanto a ella, no se pudo perdonar lo ocurrido, se alejó de mí. A días de su muerte yo fui despedido, en la oficina se enteraron de mi aventura y fue el fin de mi carrera.
Así es como pasé de subgerente de personal en una gran empresa, a corredor de propiedades en el ala menos comercial de la ciudad. A ella yo no la amaba, y asumo que ella tampoco me amaba. Lo nuestro era una relación netamente sexual; ella me llamaba, yo iba a buscarla a su departamento y nos íbamos a algún discreto hotel. Ninguno de los dos contaba con que el auto fallaría y él pasaría junto a nosotros cuando yo estaba cambiando una rueda. Quise dejarla, pero la verdad es que ella era increíble en la cama. Me lograba estremecer como jamás nadie había hecho; además, no titubeaba a la hora de utilizar ciertos artilugios que le dieran más emoción a esos íntimos encuentros. Sus labios, su larga cabellera, su sensual voz, su hermosa figura y cadencioso andar… Era demasiada mujer para el difunto… Pero era su mujer y yo no tenía derecho… En ese entonces tampoco tenía moral y eso fue lo que me llevó a sus brazos… Nunca más seducir a una mujer comprometida… Fue el juramento que me hice.
Un par de veces debí regresar a la notaría; a veces me atendía ella y otras veces, alguna de sus colegas. Yo ingresaba serio, saludaba, manifestaba lo que requería, retiraba los documentos y me iba en silencio. Todo marchaba bien, hasta que ella un día me habló, me consultó si trabaja con Javier, su primo. ¿Primo? Dije. Ella sonrió y dijo: “Sí, primos”. ¿Es que acaso pensaba que éramos algo más? – agregó.
No sé cuál sería mi cara de sorpresa, o tal vez de bandido, porque en el acto me puse a charlar con ella como si fuésemos grandes amigos; la verdad es que necesitaba asegurarme de que estuviera sola y, al tener certeza de ello, decidí invitarla al mismo local donde me reunía con mis colegas del trabajo.
Esa tarde pedimos mesa aparte, cenamos, bebimos y luego la acompañé a su departamento. Cuando pensé que me invitaría a pasar, me detuvo en la puerta y se despidió con un beso en la mejilla. Tal vez yo iba demasiado rápido, o ella no buscaba nada conmigo; el hecho es que al día siguiente le envié flores a su oficina. Al pasar por ella la noté algo congestionada, la verdad es que era alérgica al polen. Probé con chocolates, pero me los devolvió (también le ocasionaban alergia)… Le pregunté si era alérgica a los peluches y su cara cambió, tal vez pensó que me burlaba de ella, o que yo era un insensible. NO – manifestó – No soy alérgica a los osos de peluche… Le envié uno diario durante una semana completa… Todos llevaban una tarjeta que decía: “Lo siento”.
Seguimos saliendo algunas semanas, pero yo no llegaba más allá de la puerta de su departamento, y ella no quería conocer el mío. Le hablaba de las bondades de mi vivienda. La ventana de mi habitación daba al parque, se veía el amanecer en todo su esplendor y cuando el sol asomaba por sobre los edificios vecinos, la habitación se iluminaba como si fuera primavera. Ella se mostraba interesada, pero no cedía terreno.
Cierto viernes fuimos al cumpleaños de Javier (su primo). Ella jamás se excedía con las copas, pero al parecer la cena le cayó mal y me pidió que la acompañara a su departamento. Ella estaba pálida, pero aun así era bella... Por fin cruzaba el umbral de su puerta, pero no en las condiciones que yo anhelaba. La acompañé a su recámara y ella se recostó sobre la cama; cuando estaba por retirarme me pidió que me quedara.
Me recosté junto a ella y ella apoyó su cabeza en mi hombro. Se durmió un par de horas, mismas en que yo recorrí con la mirada cada una de sus facciones… Sus cejas estaban bien delineadas, al centro del rostro eran más anchas que en dirección a los extremos, negras y suaves. Sus pestañas no eran muy largas. Sus labios siempre estaban cubiertos de labial, parecía que no bastaba un intenso beso para quitarlo de su boca. Su mentón tenía una pequeña hendidura, su cuello era fino y tras su escote, un misterio que causaba cierto cosquilleo en mi cuerpo. Sus piernas eran delgadas y sus tobillos finos… Eso es lo que saltaba a la vista… Lo que yo imaginaba bajo sus prendas, era algo más intenso… Pero ahí permanecí, haciendo un gran esfuerzo por contener mis manos, y no enredar mis dedos bajo su falda o entre los botones de la blusa…
Me quedé dormido junto a ella; desperté cuando ya el sol estaba en lo alto. Intenté apartarme de su lado y fue en ese instante cuando ella despertó; me observó con cara de extrañeza, como si hubiera olvidado lo de la noche anterior. Registró sus ropas y notó que cada botón permaneció en su lugar. Sonrió, quiso besarme pero se contuvo, quizá sería por mi aliento, o tal vez por el de ella.
Se levantó de la cama y fue al baño, echó a correr el agua de la ducha y, estando la puerta entreabierta, pude ver que se estaba quitando la ropa… Así es como vi la piel de su espalda, y más abajo también… No lo pensé dos veces, me quité la ropa e ingresé con ella a la ducha. Me miró algo extrañada, pero no me detuvo. Nos besamos suavemente, nos miramos a los ojos y mis manos se refugiaron en sus pechos; dibujé círculos en sus areolas y tal estímulo rindió frutos, luego fueron mis labios los que se posaron en ellos. Ella acarició mis cabellos, mientras la tibia agua de la ducha caía sobre nosotros. Mis manos fueron a su cintura y luego a su entrepierna, suavemente, como si sobre ella escribiera un poema. Llegué a su hoguera, la cual ya comenzaba a arder. Mis dedos recorrieron sus labios los cuales aparté suavemente para luego perderme en ella. Tras eso la tomé por la cintura y su pelvis se unió a la mía. El agua tibia caía entre nosotros y salpicaba tras cada choque de nuestros cuerpos. El espacio era reducido, por lo que tras bañarnos, y besarnos, y acariciarnos, continuamos en la alcoba, sobre su lecho… Se tendió de espalda y me miró a los ojos; en su mirada había un atisbo de duda, aún estábamos a tiempo de detenernos… Apresó mi cintura con sus piernas; nunca más me aparté de ella. Un gemido, un orgasmo y un río de ansias complacidas, que manaba de nuestros laxos cuerpos.
Nos sorprendió el atardecer tendidos sobre la cama, besándonos y acariciando nuestros cuerpos. Llamamos a un fono-pedido y eso permitió calmar nuestra sed, y el apetito que sentían nuestros cuerpos… Para cuando despertamos ya era la mañana del domingo; habíamos estado durmiendo desnudos, nuestros cuerpos estaban agotados, pero contentos…

Nos besamos una vez más y yo cogí mis ropas para vestirme e ir por nuevas ropas a mi departamento, entonces noté sobre mi piel ciertas marcas; algunas de labial rojo y otras como pequeños moretones (y mordidas). Escrito llevaba en mi piel el candente momento que entre ella y yo había surgido, poema épico de pasión desenfrenada, versado por aquella joven que supo ser más que una dama en la cama… En cuanto a su labial, aún permanecía el mismo rojo intenso, enmarcando una alegre y bella sonrisa…

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