Sven era un joven alto,
rubio y de ojos azules. Su padre fue un refugiado político en Alemania oriental
y su madre, una fornida habitante del Berlín oriental; ella impartía clases de
alemán a los inmigrante y él, bastante ladino y apasionado, lentamente fue
logrando aproximarse a su maestra hasta que un día, después de una sonrisa y un
beso, ella terminó cediendo a sus encantos. Se casaron y tuvieron un solo hijo;
tras la caída del muro decidieron viajar a Centroamérica, buscando olvidar los
oscuros días posteriores a la integración del país (cosa que ellos jamás
aceptaron, dadas sus férreas convicciones políticas)… Ellos no encajaban con el
nuevo modelo y con dificultad conseguían empleos temporales.
Así es como Sven llegó
a un nuevo mundo, un mundo donde él era el sujeto diferente que hablaba
palabras raras. Su adolescencia fue compleja, ya que no solo debió lidiar con
las barreras del idioma, sino que con otros estigmas sociales como el de ser físicamente
diferente o ser hijo de un perseguido político.
Ya a los 18 años y tras
reunir una suma de dinero, se embarcó en un recorrido místico (tal vez
inspirado por su tutor de español, un anciano peruano que ansiaba algún día
regresar a su país); el destino elegido fue nada más y nada menos que Machu
Picchu.
Ya en Perú, tomó el
tren que salía desde Poroy a Aguas Calientes (también llamado Machu Picchu
pueblo). Una vez que llegó a la estación su equipaje fue pesado (sólo 3 kilos
de equipaje), pero antes de avanzar, una joven de rasgos polinésico le tomó del
brazo y le pidió por favor si podía subir al tren con parte del equipaje que
ella cargaba. Las normas de la empresa eran estrictas y no se podía cargar más
de 5 kilos por persona; ella llevaba 6 kilos, apartó en un bolso pequeño su equipo fotográfico,
y algunas prendas de ropa que él aceptó declarar como equipaje propio. Dado que
tenían prisa por abordar, él no notó que el bolso de ella estaba entreabierto y
de este cayó un diminuto calzón femenino, colmado de encajes y aberturas. El
guardia de la estación lo cogió y él sólo atinó a decir: Es de mi novia; para
la suerte… Ambos sonrieron y él se apresuró a guardar la prenda en el raído
bolso.
Ya arriba del tren
entregó la mochila a la joven, quien le agradeció el gesto con un beso en la
mejilla y una mirada coqueta que logró estremecerlo. Se sentaron muy cerca uno
del otro y tras iniciar la travesía se aproximaban ocasionalmente para realizar
alguna captura o toma fotográfica desde las distintas ventanas del tren. A
veces sus codos se rozaban mientras se cruzaban (ya fuera para regresar a sus
asientos, o para salir en busca de una nueva toma fotográfica)…
Tras las cuatro horas
de viaje en tren llegaron a Aguas Calientes. Casualmente, ambos estaban en el
mismo hospedaje, este era una residencial modesta, de precios altos, como todo
en la zona; fueron recibidos por una señora de corta estatura, quien les indicó
cuales serían sus alojamientos (casualmente, uno al lado del otro). El baño era
compartido y los horarios de comida bastante acotados, pero nada de eso les
preocupaba a ambos jóvenes; su norte era recorrer la ruta de Putucusi Mountain.
La escalada a la cima
de Machu Picchu era antes del alba, ya que la meta era ver el amanecer desde la
cima. La ruta era hecha por habitantes de la zona, quienes llevaban víveres y
provisiones, y los turistas (la mayoría jóvenes), quienes básicamente cargaban
agua, y alguna prenda adicional de ropa.
Ya en la cima los jóvenes
se separaron, aunque Sven sintió curiosidad por la rara actitud de Enua (que es
como se llamaba la joven de la estación). Siguió por el camino que ella había
tomado aunque no logró ubicarla, así es que buscó un lugar alto desde donde vio
la cámara de ella montada en un trípode, pero Enua no estaba visible. Recorrió
algunos pasillos con absoluta discreción y tras dar la vuelta entre gruesas
paredes logró verla. Ella estaba desnuda; se estaba tomando fotografías que la
incluían a ella y el paisaje. Había oído que este tipo de fotografías se habían
vuelto una moda y sin pensarlo dos veces se desnudó y aproximó a ella para
acompañarla. Al principio ella se sorprendió y cubrió sus partes íntimas con
las manos, pero al ver la naturalidad con que él se aproximaba, ver su sonrisa
y el brillo en su mirada, le indicó que se apresurara antes de que fueran
descubiertos por los guardias. Hicieron varias tomas en pareja, algunas con
claras alusiones sexuales y Sven no pudo evitar una erección involuntaria (cosa
que ella aprovechó para nuevas tomas aún más osadas). Se abrazaron y estaban a
punto de acceder a sus deseos carnales, cuando sintieron unas pisadas que se
aproximaban; rápidamente tomaron sus ropas y corrieron a refugiarse, mientras
se vestían. Pronto se reunieron al grupo principal, pero la semilla de la
pasión ya había sido sembrada, solo faltaban el momento y la oportunidad para
concluir lo que en la montaña había iniciado.
De vuelta en Aguas
Calientes decidieron tomar un baño, juntos. En ese pequeño espacio, en ese
modesto espacio, quisieron dar rienda suelta a sus pasiones, pero la altura les
jugó una mala pasada, más bien dicho, Sven no pudo mantener su pasión en alto y
Enua lo dejó solo, retirándose decepcionada. “Es la altura”, pensó Sven; “ya
llegaremos a Cusco y verá”…
Los días siguientes
coincidieron en algunos puntos como el museo y su jardín botánico, o los
sobrepoblados baños termales (a los cuales no accedieron); pero fue en los
Jardines de Mandor el lugar en que se las jugó por una segunda oportunidad.
Sven le habló dulcemente y la acompañó en cada escala que ella realizó, un beso
selló el acuerdo de paz y dio luz verde a una segunda oportunidad.
Al día siguiente abordaron
el tren de regreso a Cuzco y de ahí viajaron a Lima. Visitaron el puerto y sus
cocinerías, lugar donde él pidió un contundente mariscal que lo dejó extasiado.
Paso siguiente era regresar a su lugar de alojamiento, llenar la bañera y
continuar donde habían quedado.
Ella tenía una piel
canela dorada por el sol, con una delgada cintura y amplias caderas, así como
firmes pechos que se clavaban en el vientre de Sven tras cada pasional abrazo;
por su parte Sven, si bien era delgado, estaba muy tonificado debido a que
realizaba mucha actividad física. Tras reconocerse nuevamente y alzar lo que
debía estar alzado, Sven tomó a Enua por sus nalgas, la levantó y poseyó
sutilmente. Esta vez iniciaron bien, ya que la sonrisa y cara de éxtasis de
ella era la respuesta que él necesitaba. Se amaron, y se amaron con toda la
intensa pasión de quienes tienen todo un futuro por delante. Se amaron sin
guardarse nada, hasta que calmó el último estertor de sus sudados cuerpos,
entonces se retiraron a su habitación y durmieron abrazados hasta el amanecer,
momento en que el alba los sorprendió amándose otra vez…
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