lunes, 24 de abril de 2017

Un amor verdadero

André y Camila se miraban en silencio; todo apuntaba a que su relación amorosa de 2 años, estaba llegando a su fin.
Mientras el silencio se hacía eterno, André recorría en su mente todos los bellos momentos que había vivido junto a Camila. La conoció en un andén, mientras ambos esperaban locomoción; ese día había llovido y aún caían pequeñas gotas, por lo que él mantenía su paraguas abierto (providencialmente abierto), ya que en ese momento pasó un vehículo a toda velocidad, pisando el charco que estaba frente a la parada. Quiso la fortuna, o su buena estrella, que en ese instante alcanzara a reaccionar y bajó el paraguas usándolo de escudo, pero no se cubrió él, por el contrario, cubrió a la joven que estaba junto a él. Ella estaba distraída e incluso se mostró algo molesta ante el primer movimiento del joven (a quien jamás había visto en su vida), pero después notó que la había salvado de quedar completamente empapada. En cuanto a él, recibió de lleno toda el agua que salpicó en ese momento.
Tras el incidente, André se retiró del paradero y emprendió camino de regreso a casa. Parecía ser que su día había empezado mal y, si no quería agarrar una pulmonía, lo mejor sería que se quitara esas ropas mojadas; ni siquiera volteó a ver a la chica que había ayudado, lo hizo desinteresadamente y no estaba de ánimo para estar coqueteándole a una chica.
Dos semanas más tarde, en el mismo andén, a la misma hora, él estaba con su paraguas y casualmente vestía la misma ropa que usó aquél día en que quedó todo mojado. Esperaba mirando hacia la izquierda, a ver si aparecía el bus que debía abordar, cuando sintió que sutilmente le tomaban el brazo derecho; era ella, la chicha que había ayudado, pero él no la reconoció, es más, jamás logró ver su rostro, pero ahí la tenía, parada frente a él, como queriendo decir algo pero sin saber cómo hacerlo.  André la miró, sonrió y ella espontáneamente le dijo:
-¡Gracias!-
Él aún no comprendía de qué se trataba y respondió:
-¿Gracias por qué?-
Ella manifestó que era por haberla salvado de quedar mojada, unas dos semanas atrás. Entonces él recordó el incidente y sonrió, sonrió con una sonrisa tierna y suave, cosa que ella percibió como una caricia del alma. Desde ese instante no dejaron de verse más.
Todo inició con un café, un café que ella invitó como forma de agradecer por tan noble gesto. Ella no era muy asidua a dialogar con extraños, ya que más de alguna vez alguien la quiso abordar buscando temas de conversación en común: El tiempo, la contaminación, la lluvia, el sol, la gente, la delincuencia, ¡Qué bonitos ojos tienes!, ¡Qué bella sonrisa tienes!, ¿fumas?, ¿tienes fuego?.... Ufff!!!... la lista era tan larga como el número de sujetos que la desnudaban con la vista y la acosaban en la calle. ¿Es que acaso por el simple hecho de ser hombres, se sienten con derecho a perseguir cuanta mujer se les cruce?... –Se preguntaba-
Ahora la situación era muy distinta, él la ayudó sin conocerla, sin dirigirle alguna mirada, palabra o gesto que denotara intención de aproximación; solo la ayudó y se marchó sin esperar las gracias, sin preguntar nombre o cualquier información que fuera útil para propiciar un segundo encuentro. Eso le sorprendió, pero más llamó su atención al verle a los ojos; su mirada era limpia, transparente, colmada de sueños y libre de culpas.
Por su parte, André también había quedado sorprendido al ver la joven, y más por la invitación, misma que no rechazó, pues, la mañana estaba fría y un café era lo que en ese instante necesitaba. Cruzaron la calle y entraron a una pequeña cafetería, encontrando asiento en la única mesa que quedaba disponible. André se presentó y ella también; mientras bebían el café brotaban los temas de conversación como si se conocieran desde siempre. Ahí ella no tuvo reparos en hablar del clima, la delincuencia, los conductores imprudentes, los ciclistas, peatones y toda la fauna urbana que les rodeaba. Parecía que estaban destinados a conocerse, y ellos sentían que de alguna forma estaban conectados.
Las citas se siguieron repitiendo, siguieron saliendo juntos, ahora ya no solo a beber café, sino que salían al cine, al teatro, de compras, o se juntaban a almorzar en algún local de por los alrededores (daba igual), y cuando no encontraban alguna excusa para seguirse viendo (y que no fuera todo tan repetitivo), simplemente salían a caminar, a dar de comer a las palomas o simplemente conversar.
El primer beso fue algo inesperado para ella, aunque con él nunca estuvo a la defensiva, pues, sentía que nunca le ocasionaría daño alguno. André la tomó por la cintura para ubicarse frente a ella, luego tomó sus mejillas con ambas manos y aproximó lentamente sus labios a los de ella, ella a su vez cerró los ojos y esperó ese roce de labios, para responder con igual calma, pero no menos vehemencia. Semanas después él se quedó a dormir en casa de ella. Era su primera noche, su primer encuentro y ambos estaban nerviosos a pesar de que ninguno de los dos era virgen. Sus experiencias previas habían sido intensas, exploratorias en cuanto a gustos del sexo opuesto y las sensaciones propias, pero ahora sería diferente, la química que entre ambos se había producido hacía presumir que sería un momento intenso, colmado de dulces momentos, así como furtivas arremetidas.
La noche era joven cuando ambos decidieron descorchar un cabernet de reserva, servirse algunos quesos, aceitunas, prosciutto y salsas para untar; ambos esperaban que el alcohol disipara las dudas y encendiera la noche… No se equivocaron… De a poco fue aflorando la pasión, se colmaron de caricias fugitivas que buscaban acceder a esos lugares ocultos, vedados a ojos indiscretos o a manos indeseables. Pronto las pieles se fueron desnudando y las caricias aprisionaron ambos cuerpos, juntaron sus pechos y besos intensos enrojecieron sus labios. Se dieron tiempo para algunos juegos, caricias, para verse y estimularse mutuamente, hasta que sus ansias fueron más fuertes que sus temores, entonces él la poseyó con dulzura, asiéndola por las caderas, llevando el ritmo, dejando de pensar en ella… El estallido fue enérgico, como si hubiera estado acumulando ansias, y aunque ambos jadeaban exhaustos, ella tenía un brillo gris en su mirada.
Sus encuentros se siguieron repitiendo con relativa frecuencia y, aunque en un principio él solo se quedaba una a dos noches por semana, con el transcurrir del tiempo se fue quedando por más días, primero fines de semana completos, y luego se fue a vivir definitivamente con ella. Los encuentros no mermaron en intensidad y pasión, aunque tras un año y medio, ella se sinceró y manifestó que no se sentía completa, que él no la entendía, se aceleraba y no era capaz de esperarla, de llevar su ritmo… el punto más álgido fue cuando le terminó confesando que con él jamás había logrado sentir un orgasmo completo. Había estado muy cerca de ello en más de una oportunidad, pero en tanto él se sentía satisfecho se retiraba y la dejaba ansiando un par de arremetidas más… ¿Acaso era mucho pedir?, un orgasmo, solo uno intenso y extenuante…
Los últimos meses la relación se enfrió, ya casi no se hablaban, más bien se gritaban las cosas y pronto brotaron los insultos, las descalificaciones, la violencia verbal a su nivel más bajo… No hubo golpes, no era necesario pues, las palabras eran dagas filosas que penetraban más hondo, casi hasta el corazón de alma…
Algo en sus corazones les dijo que ya era suficiente, que era hora de ir a terapia de parejas, porque si se amaban como ambos sentían que se amaban, debían hacer lo necesario para reavivar la llama de la pasión, para descubrirse como antes no supieron hacer, de desnudarse conservando la ropa y acariciarse sin rozar sus pieles; algo así como viajar al mundo de los sueños permaneciendo vigentes en la realidad…
Las sesiones iniciaron con preguntas simples y ejercicios ligeros, ligeros pero no tan simples, porque estaba presente un tercero. Sesión a sesión fueron descubriendo sus temores, sus angustias, sus necesidades, pero también fueron aflorando los puntos de coincidencia entre ambos... Hasta que llegaron al conflicto sexual, ese que ella no había podido coronar con aquel gemido sublime que se exhala tras el último pálpito, tras la última arremetida certera…
André debió ir a sesiones individuales para aprender a controlar impulsos, para ser más perceptivo a los requerimientos de su pareja. Por su parte Camila hizo lo propio, pero con un terapeuta diferente.
Dos meses transcurrieron hasta que una noche tomaron valor para intentarlo una vez más. Esta vez el alcohol no estuvo presente, aunque sí un ágape discreto y sencillo, mismo que tras algunas miradas cómplices, incorporaron a sus juegos de seducción.
Tal como la primera vez, la noche era joven y las ansias eran intensas, pero se tomaron su tiempo y se comunicaron más de manera verbal. Ya leer las miradas no bastaba, ni las caricias eran tan novedosas, pero podrían ser intensas y sorprendentes si permitían ser guiados por el otro…
Él acarició su mejilla y, tras un sutil beso sus manos fueron descendiendo hasta llegar a los hombros y luego a sus pechos; con los dedos dibujó sutiles círculos estimulando su turgencia, para pasar a besar con calma y lamer sin tregua. Ya una mano había alcanzado la cintura de Camila, caricia que fue recibida con aprobación, abriendo ella sus piernas. Un dedo recorrió sus labios hasta detenerse en ese sublime punto que, gemido de por medio, cedió al sutil contacto; la humedad de su sexo confirmaba que todo marchaba según lo esperado, según sus deseos y lo que ella esperaba de él. Un dedo rozó la entrada de su sexo y ella sintió su fuego interno. De ahí en adelante todo fue cuesta arriba, ella movía sus caderas al ritmo de sus ansias, y él sus manos al ritmo de la pasión. Tras unos minutos ella le clavó las uñas en la espalda, era la señal de que su momento había llegado y André no se hizo esperar. Suave al principio e intenso tras sentir su fuego interno. Sintió la presión de su sexo, como si estrangularan su miembro, la pasión líquida manaba de su encuentro, salpicando sus cuerpos hasta que ella sintió un estallido supremo… Un orgasmo… un intenso y furtivo orgasmo que dejó su cuerpo laxo y ambos cuerpos aprisionados, hasta que ella relajó su cuerpo y dejó libre a su prisionero…

Entonces él comprendió todo y desde ese instante le amó; le amó tarde mañana y noche, ajustando sus ansias al pasional ritmo de su bella amada (y amante)…

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