Se aproximaba el verano y era el
último año de enseñanza secundaria. Durante cuatro años, padres y alumnos
habían ahorrado hasta el último peso, para salir a una gira de estudios al
extranjero. La meta era llegar hasta Puerto Iguazú, en Argentina.
Y llegó el ansiado día. Con lo
reunido durante esos años, más una cuota individual, concretaron un programa de
10 días, que incluía pasar por varias ciudades y lugares históricos.
El viaje lo realizaron en bus, el cual no estuvo exento de
algunos inconvenientes, que en nada mermaron el ánimo de los adolescentes... Es
más, cada situación era documentada fotográficamente. La idea era hacer un
“anecdotario” del trayecto...
Al cuarto día de viaje, llegaron
a destino. Las escalas del viaje les permitieron realizar compras de recuerdos
y otros artículos, así como mini tours por distintas ciudades.
El hotel al que llegaron era
bastante cómodo y amplio. Y dado que el clima era muy cálido, poco importó que
estuviera lloviendo; todos terminaron metidos en la piscina.
La agencia tenía preparadas
múltiples actividades, que fueron el deleite de todo el grupo. Parque de aves
exóticas; visita a una emblemática central hidroeléctrica; unas cascadas
espectaculares; ruinas prehispánicas; una de las minas de amatista;
presentación de baile típico de la zona; visitar el comercio local, etc...
La cercanía de los chicos durante
el viaje, dio espacio a que surgiera el romance. Ya no era esa interacción
rígida del aula; era en un espacio más personal, de más proximidad y más piel.
De hormonas y un abanico de oportunidades que permitían dar rienda suelta a
tanta templanza...
Surgieron varias parejas que,
aprovechando la complicidad de la noche, y los amplios espacios del hotel, se
permitían expresar aquel amor tan propio de la juventud... Efusivo; inocente;
falto de experiencia, pero con voluntad para remediar ese y otros detalles...
Fernanda y Blas conformaron una
de esas parejas. No disimulaban sus gestos amorosos y poco les importó haber
dejado a sus “parejas oficiales”, en su ciudad de origen. “Lo que sucedía en la
gira, se quedaba en la gira”, parecía ser la consigna general.
La oportunidad se presentó...
Ambos se apartaron del grupo, mientras estos realizaban una actividad
nocturna... Se dirigieron a la habitación de él. La sangre les quemaba por
dentro, sus corazones latían intensamente. Se besaron, se acariciaron y
prontamente sus ropas fueron cayendo al suelo de la habitación. Sus cuerpos
temblaban, tanto por la excitación del momento, como por el nerviosismo de la
primera vez... Él besó su cuello, pero
al ver sus pechos desnudos, instintivamente fue y los devoró a besos y sutiles
mordidas, mismas que combinaba con intensas caricias...
Ella sentía mil sensaciones jamás
vividas y él estaba con una excitación que la sorprendía. Mientras él se perdía
en los pechos de su compañera, ella acariciaba aquel turgente órgano que tanto
deseaba sentir entre sus piernas... Llegó el momento; él se posó sobre ella y
suavemente se deslizó al interior de su entrepierna. La penetró de forma lenta
y sin inconvenientes, ella estaba muy húmeda y deseosa del encuentro... Este
fue breve pero intenso y, aunque ella no alcanzó el clímax, quedó sorprendida
de lo nuevo que había descubierto... Resultó no ser lo que sus amigas señalaban.
No hubo dolor; solo deseo, un leve ardor, y muchas nuevas emociones...
Fue el único encuentro que
tuvieron en ese paseo. Pero nuevos espacios para las pasiones se vivieron a su
regreso.
Pasaron los meses, y tanto amor
clandestino rindió sus frutos. De nada les sirvieron sus charlas de sexualidad;
ella no utilizaba ningún método anticonceptivo, y él se negaba al uso del
preservativo por considerarlo “incómodo”... “¡Seremos padres!”, exclamaba él...
Mientras ella pensaba en su madre:
- Soy la hija menor (se decía). Mientras esté en la
universidad, y de no ser por este bebé que comienza a crecer en mi vientre, mi
mamá se habría quedado sola...
En su cabeza no cabía otra cosa
que no fuera alegría por “la novedad”, que coronaba el “amor” de sus vidas...
No así, en tanto lo supieron sus padres. En especial la madre de Fernanda;
quien entre gritos, palabrotas y tirones de cabello, le pretendió hacer ver el
“error” que habían cometido.
Su niña – pensaba ella – La menor
de sus cuatro hijos; con un esperanzador futuro en el área jurídica, estaba
truncando sus sueños, esperanzas y sus anhelos... De cierta forma se había
proyectado en ella, pero su ceguera jamás le permitió aceptar lo que tantas
personas le decían: “Tu hija va mal; ese chico no es buena compañía”... “Ella
te miente, mientras dice que estudia, se desaparece con el muchacho que tanto
la corteja”...
Y nació la bebé, fruto de la niña de sus ojos. Aurora, fue
el nombre elegido; por ser la primera de la familia y dar pie a un nuevo
amanecer.
Junto con el alumbramiento y pasados los dolores de parto,
Fernanda tomó conciencia de lo que sería su vida. Para ese entonces, el padre
de la criatura había tomado distancia; hasta nueva pareja tenía... El embarazo
había sido riesgoso, y debido a que debió mantener reposo, perdió su primer año
de estudios... Pero nada de eso le preocupaba. “Aurora nació sanita” – decía
- “Y se parece a su abuelita”...