miércoles, 2 de diciembre de 2015

Frente al espejo


Ya casi era la hora en que se reunirían. ¿Qué vestiría? Tal vez algo liviano, fácil de quitar, por si la noche invitaba algo más tras la última copa. Tal vez algo escotado, para motivar a su nueva conquista. Antes era muy simple elegir el atuendo adecuado; solo iba y ligaba con quien se le presentara, con lo que vistiera. La ropa era algo que siempre le venía bien, vale decir, todo le calzaba.
Se habían conocido en el parque. Ella paseaba a su perro, un coker que era un dulce y tierno can; él tenía un pastor belga albino. Curiosamente, ambos perros congeniaron y eso permitió que ellos dialogaran por un largo tiempo.
Tras varios encuentros en el parque, habían tenido algunas citas, las que incluyeron uno o dos encuentros sexuales bastante intensos.
Él la llenaba por completo; era dulce, tierno, cariñoso; sabía lo que ella quería, incluso antes de que ella misma lo supiera. Adivinaba cada uno de sus deseos y eso era lo que a ella más le sorprendía. No era de aquellos que ostentaran de sus “habilidades”, por el contrario, nada hacía presumir que fuera un amante excepcional. Eso era lo que más le había gustado de él.
Era la noche esperada. Toda una noche, para conocerlo mejor. En definitiva, optó por algo liviano, con sutiles transparencias y “fácil de quitar”.
Él ya estaba sentado a la mesa, para cuando ella llegó. Cenaron pastas, y las acompañaron de un buen vino tinto; cosecha del año, y producido en la zona. Esa noche fueron al departamento de ella.
Él la besó en el cuello y sutilmente comenzó a bajar hasta sus pechos, despejando el camino con seguridad y sutileza. Ella se dejaba querer; le apasionaba su forma de besar, las cosquillas que le ocasionaban su abundante barba y las caricias que no dejaban ningún centímetro de su piel, sin estimular.
Se tomó más tiempo del habitual. Primero le causó un orgasmo con un uso magistral  de su lengua;  el segundo, lo provocó con sus dedos y el tercero con su viril miembro, tras lo cual ambos durmieron profundamente. El amanecer no fue un amanecer más; caricias, besos y abrazos, que se prolongaron hasta el mediodía.
Ella nunca se había sentido tan plena y él, cumplió todas y cada una de sus expectativas. Tras una última arremetida pasional, se marchó… Se marchó y ella no logró saber nada más de él.
Una semana después, ella estaba desnuda, mirando su cuerpo reflejado en aquel espejo que siempre le acompañó. Aquél en que ensayaba sus vestuarios, sus discursos amatorios, sus gestos y sus lascivas miradas… Ese espejo en que siempre se vio glamorosa y altanera. Era el mismo espejo que aquel día la mostraba tal cual era: Bella, con una envidiable armónica figura, pero sola; tan sola como nunca se había sentido. Carente de abrazos, de besos y de orgasmos.
Esa mañana, recorrió con la yema de sus dedos el contorno de su areola, de sus pechos; bajó por su vientre y sintió aquél fuego interno que aún le extrañaba. Recordó la manera en que él le provocaba intensos espasmos con su lengua, con sus dedos, con su viril miembro; y sintió el torrente interno que fluía tras su recuerdo.

Jamás había practicado la autocomplacencia; no lo necesitaba, habiendo tanto macho cabrío rondándola. Pero esa mañana, ella quería estar sola; sola con sus recuerdos, con su lascivia interna y sus dedos consumiéndose en su fuego interno.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Lates en mi pecho

Lates tan profundo en mi pecho,
que todos mis latidos pronuncian tu nombre;
colmas mi alma con tu dulzura,
al punto de hacerme perder la cordura.

No sé qué hice para merecer esto,
necesito sacarte de mi pecho
porque a estas alturas,
estoy al borde de la locura.

No sé qué hice para merecer esto,
para conocer un amor tan profundo,
tan locamente profundo,
que no parece pertenecer a este mundo.

Y sin embargo, cuando te tengo,
cuando te rodeo con mis brazos
y siento como se infla tu pecho,
noto como tu corazón late junto al mío
con un ritmo constante, melodioso y galopante.

Cuando nuestras pieles se dicen dulcemente
lo mucho que se extrañan,
y nuestras caderas se balancean
con un cadencioso ritmo,
todo dolor queda en el pasado.

Jadeos pasión y fuego,
alimentan nuestra hoguera íntima,
hasta coronar el estallido sublime

en que decantan nuestras pasiones.

La aurora me regresa a la realidad.
Eres un sueño, un tangible sueño
que se apodera de mis sentidos;
ya no sé si vivo o muero,
sólo espero que llegue la noche
para tenerte de nuevo...

domingo, 8 de noviembre de 2015

LA chica de los pañuelos

Él es el bello pañuelo del escaparate;
seguirá siendo hermoso para mí,
aunque no pueda lucirlo en mi piel.


Era el primer año en la escuela de artes y, frente a los nuevos alumnos, estaban todos los maestros con los que se relacionarían durante el transcurso de su carrera.

Entre los alumnos estaba Paola. Ella era una joven de mediana estatura, delgada, de larga cabellera, tez clara y rasgos bien definidos. Vestía jean y una amplia casaca larga, lo que contrastaba un poco con el vestuario de sus compañeros, que usaban atuendos holgados y coloridos (como salidos de una feria artesanal).

Paola no pudo evitar prestarle atención a uno de los maestros, que tenía una bien mantenida barba, tras la cual se ocultaba un rostro bastante juvenil; ella estimó que él tendría unos 26 años, a lo más 27 (pero se esforzaba por verse mayor).

Paola no vio más al joven profesor, hasta que iniciado el segundo semestre tuvieron clases de pintura contemporánea. A mediados del semestre y como trabajo final, se les pidió que con las técnicas que se les habían enseñado, realizaran una pintura de la figura humana. Podía ser de cuerpo entero o medio cuerpo, pero él o la modelo, debía ser alguien de la clase. Al sortearse las parejas, varios quisieron protestar por tocarles alguien con quien no tenían cercanía y por ende, no estarían cómodos; pero el profesor los calmó, señalando que si algún día decidían seguir con ese estilo, se deberían enfrentar a modelos que no se sentirían a gusto y era su obligación hacerlos sentir cómodos y demostrarles que lo suyo era un trabajo profesional.

Existía un aula acondicionada para la realización de este tipo de trabajos, contaba con telas de distintos colores y piezas móviles para crear el ambiente en que el artista se sintiera más cómodo. El profesor supervisaría el inicio del trabajo y luego evaluaría el resultado final, permitiendo así la “intimidad” entre modelo y artista.

Paola se sentía complicada para la realización de este trabajo y no es que tuviera algún defecto físico. Ella no estaba conforme con su cuerpo ya que sentía que tenía unos pechos muy pequeños, los cuales disimulaba tras varias prendas de ropa y algunos pañuelos de colores (tenía un pañuelo para cada día de la semana).


Llegado el momento, con timidez comenzó a quitarse su atuendo. Solo estaban presentes su profesor y su compañera Elisa, pero la presencia de él hacía que sus músculos actuaran torpemente; más con nerviosismo de ansiedad, que con la timidez propia de exponer el cuerpo a un desconocido, hasta que en un arrebato de valor, soltó todo y ocultó sus pechos sentándose de cara al respaldo de una silla.


Ella no pudo evitar sentir la mirada de su maestro, con ojos que no eran los de un artista. Su piel también lo sintió, pero no quiso hacer nada alocado, por temor a que su compañera dijera algo que era errado. Tras las dos primeras sesiones, el profesor no volvió a visitar el estudio y ambas pudieron trabajar con mayor libertad.

Semanas después, casualmente, Paola casi tropezó con su profesor, al interior de un centro comercial. Este, a modo de cortesía, la invitó a beber un café, lo que la dejó muda por algunos instantes. Una verdadera batalla estaba ocurriendo en su interior. Era su maestro, pero a la vez, era el hombre que le estremecía la piel. Mientras su maestro esperaba respuesta su vocecita interior le decía: “Dile que sí, aunque estés muriendo de miedo, aunque después te arrepientas, porque de todos modos te vas a arrepentir toda tu vida si le contestas que no”.

Mientras bebían ese café, una bella muchacha le cubrió los ojos al joven.
-         ¡Hola mi amor!
-         ¡Hola!
-         ¿Interrumpo?
-         No mi amor. Ella es Paola, una de mis alumnas; casualmente nos encontramos en el pasillo.
-         Mucho gusto Paola, yo soy Teresa, la novia de Andrés.

Teresa bebió un café con ellos, pero en tanto Paola terminó, se excusó y los dejó. Todavía no salía de su asombro, y aunque él era su amor secreto y jamás le había dado alguna muestra de interés, sentía que su corazón le pertenecía.

Ese dolor se vio reflejado en sus sesiones de pintura y debió contarle a su compañera lo que le sucedía. Le relató cómo se había enamorado y la desilusión que se había llevado. A esas alturas, Andrés (su maestro), había pasado a formar parte de sus fantasías nocturnas.


Soñaba con que hubiera llegado el preciado momento, en que la noche se hiciera lluvia en su alcoba y entre esas cuatro paredes, sus cuerpos húmedos se rozaran y estremecieran, como si no hubiera un mañana, como si de esa mutua entrega, dependiera su futuro.

Entre los brazos de su amiga lloró, y lloró hasta vaciar el alma de todo su desamor. Con sutileza, Elisa le rindió un homenaje en la pintura. Para el final del trabajo, ya eran entrañables amigas y aunque un corazón roto no se sana del todo, la fuerza de la amistad es una cura milagrosa.



Terminado el semestre, salieron juntas a disfrutar de sus vacaciones. En sus salidas conocieron a varios muchachos, entre los cuales uno hizo volver a estremecer la piel de Paola. La piel, y algo más…

miércoles, 21 de octubre de 2015

Una copa y un suspiro

Era una solitaria noche, el fuego ardía en la chimenea y él saboreaba uno de los vinos de su bodega. Para esa noche había elegido un delicioso Carménère. Mientras bebía a sorbos lentos y espaciados, percibiendo el aroma y el cuerpo del vino, puso su mente en blanco, como buscando un recuerdo específico.
El color rubí del vino le recordaba el color de su labial, mismo con el que cada vez que se veían, dejaba una marca en el cuello de su camisa.
Mientras bebía y sentía un leve adormecimiento en la lengua, así como una sequedad en su boca, recordaba el sabor de esos labios, cada vez que se besaban (hasta despertar la pasión que parecía dormida).
Un sorbo más y sus mejillas se sonrojaban; tal como sucedía cuando la besaba, bajando por su vientre hasta alcanzar la base de sus piernas. Ese vértice prohibido, suave, húmedo y lascivo; que encendía la hoguera, al ritmo de sus besos y las caricias de sus dedos.
Ya casi veía el fondo de la copa, pero los recuerdos no cesaban. Parecía sentir el jadeo galopante, de su bella amada; cuando posada sobre él movía sus caderas, con ritmo constante, intenso y gratificante.
Un último sorbo y acababa la copa, mirando el fuego de la chimenea en que, poco a poco, mermaba la leña de la hoguera.
Acariciaba la alfombra, donde la última vez vivió la gloria. Ella se entregó a él como una adolescente inocente, dulce y candente. Fue una noche de invierno, en que la única luz que tenían era la llama de la hoguera en la chimenea.

No quedaba más vino, el orgullo estaba aturdido y vencido; dejó la copa sobre la mesa y soltó un suspiro… tomó el teléfono y le dijo: “Lo siento, amor mío”.

domingo, 4 de octubre de 2015

La dama del perfume



Esa mañana me sentía afortunado. El día anterior me habían llamado para una entrevista de trabajo y el clima estaba exquisito; ¡por fin había llegado la primavera!. Como era temprano abordé el transporte público y mientras miraba por la ventana, sentí un exquisito aroma. Inmediatamente me incorporé para saber quién era la persona que usaba tan delicado perfume; vi que era una atractiva joven, la cual se había sentado detrás de mí y voltee para preguntarle:
-          Disculpa, ese perfume que usas ¿es francés?
-          No, es italiano – manifestó.
-          Ah!, preguntaba porque pronto es el cumpleaños de mi madre y quería saber dónde conseguir algo así, para obsequiárselo – Agregué.
Y dicho eso, y percibiendo que le había molestado la pregunta, me incorporé en mi asiento y nuevamente volví la vista hacia la ventana.
En tanto llegué al terminal, bajé y me dirigí a la dirección en que sería la entrevista. Aunque quedaba a unas 15 cuadras, preferí caminar; la mañana estaba ideal y así tal vez lograría quitarme de la cabeza la imagen de esa bella joven. Vestía demasiado bien como para ser una secretaria, lo más probable es que fuera una ejecutiva y yo, yo era de otro mundo; además, estaba desempleado.
Llegué a la entrevista y tras unos 10 minutos de espera, me hicieron pasar a una amplia oficina. Relaté mi experiencia, vieron mis antecedentes y cuando estaba por terminar la entrevista, ingresó alguien que golpeó la puerta al cerrarla;  sentí un aroma conocido, pero no quise voltear a ver quién era.
-          Necesito un chofer y que sea lo antes posible – Manifestó la joven.
-          Estamos en las entrevistas – Manifestó el aludido.
En ese instante dirigió la vista hacia mí, y preguntó si yo cumplía los requisitos, a lo cual la respuesta fue afirmativa.
-          ¿Cómo te llamas? – me dijo
-          Francisco – Respondí.
Ese día comencé a ser su chofer.
Cada vez que viajábamos, discretamente la observaba de reojo por el espejo retrovisor.
La semana había pasado volando y cuando ya estaba por terminar mi horario, ella se dirigió hacia mí, y me entregó un pequeño paquete.
-          Es para su madre – señaló  - Usted se lo ha ganado – agregó.
No alcancé a darle las gracias, desapareció tan rápido como llegó.
Pasaron los días y las semanas. Ella no hablaba mucho, pero noté que a veces me miraba mientras yo conducía. ¿Sería que habría notado que yo también la observaba? Esperaba que no, o tendría que despedirme del trabajo.
Cierta noche me pidió que la llevara a una cena. Se veía bellísima, y no pude evitar quedar con la boca abierta; me sorprendió y sonrió.
Tras esa salida, noté que era más comunicativa, más simpática; yo la oía y le respondía con monosílabos, hasta que un día me llamó a la oficina. Me habló golpeado, me criticó que era altanero e ignoraba sus preguntas, que yo era descortés y además, que la miraba por el espejo retrovisor exponiéndola a sufrir un accidente. Yo palidecí, pensé que me despediría pero mientras mil cosas daban vueltas por mi cabeza, ella me robó un beso; y me dijo que me fuera a mi casa, que al día siguiente me necesitaba temprano.
Esa noche no pude dormir. Pensaba en ella, en su rostro angelical, sus dulces labios y… y en toda su hermosa figura. Me estaba enamorando, y eso no era bueno.


Una semana después me llamó por teléfono, me pidió que le llevara unos documentos a su departamento, “que los necesitaba con suma urgencia”. Jamás imaginé lo que sucedería…
Me hizo pasar, me indicó que dejara los documentos sobre la mesa y que le esperara junto a la puerta. Yo acaté las instrucciones y desde mi posición noté que había un espejo al fondo del pasillo. Fue cosa de medio segundo o quizá menos, en que vi su reflejo; lucía una ropa interior de encajes que la hacían ver exquisita. El corazón se me quería salir del pecho, las manos me sudaban y mi pantalón daba cuenta de que algo más sucedía. Una vez más ella pasó frente al espejo y me sorprendió…


Así tal cual la había visto, se dirigió hacia mí. Recibí una gran bofetada por fisgón y luego un beso más intenso que el de días atrás… esta vez respondí. La besé como nunca había besado a mujer alguna. Sus labios, su cuello; descendí lentamente, quitando cualquier obstáculo que hubiera en mi camino, hasta llegar al paraíso, pasando antes por esos erguidos botones que apuntaban al cielo… me centré en esa dulce y tibia humedad que me llamaba, que se llovía al ritmo de mis besos.
Nos amamos. Nos revolcamos en la alfombra, sobre la mesa, terminando entre sus suaves y perfumadas sábanas… Ella era increíble; tierna y apasionada, dulce y salvaje. Arañó mi espalda con sus largas uñas, con sus besos marcó mi pecho y bajó dejando huella hasta conquistar mi hombría…
Esa mañana no salimos de su departamento. Nos amamos, nos besamos apasionadamente y nos cubrimos de mutuas caricias, así como de salvajes vaivenes... Era un sueño hecho realidad, y yo era parte de ese sueño.


Para cuando terminé de vestirme, ella me susurró al oído: ¡Estás despedido!

Me acompañó hasta la puerta y me dijo. “Mañana te espero a la misma hora, cariño”…

miércoles, 2 de septiembre de 2015

La chica del Instagram



Era un día de esos en que llueve bastante y no dan ganas de salir de casa; la Tv repetía las mismas películas de siempre y en las redes sociales los temas agotaban: que si no hablaban de política, era de fútbol (pasión de multitudes), o en el caso de mi cuenta de letras, había varios corazones rotos sangrando por la herida. Aunque sentía en mi interior que debía dirigirles algunas palabras de apoyo, los años me habían enseñado que ser cordial en esos instantes, era muy peligroso. O pensaban que te querías aprovechar de ellas en su momento de debilidad, o descargaban en ti toda la rabia contenida contra ese ser al que seguían amando, a pesar de haberles roto el corazón.
Visto así, tal vez sentir gotas de lluvia empapar tu rostro, no parecía tan mala idea. Tomé mi ropa deportiva y salí a trotar por las calles desiertas. Uno que otro automóvil se desplazaba rápido (como si su casa no fuera a estar ahí cuando regresaran). Y mientras mi mente divagaba y los autos circulaban a toda velocidad, uno de ellos pasó junto a una gran posa de agua, cubriéndome completamente con agua y lodo. A pesar de todo, la escena me pareció muy divertida; a esas alturas ya no me parecía tan mala la idea de haberme quedado en casa, junto al fuego y viendo por enésima vez batalla naval. Me quedé quieto por unos instantes y vi que el vehículo se detuvo algunos metros más adelante (era un Mazda deportivo rojo; una belleza de automóvil), se abrió la puerta del conductor y se bajó una señorita pidiendo disculpas por lo sucedido; notó cómo tiritaba de frío y se ofreció a llevarme a mi casa.
Vi sus ojos y la reconocí de inmediato. Era esa guapa chica que seguía en Instagram; le dije que estaba completamente embarrado y que ensuciaría su automóvil, pero ella fue tan dulce e insistente, que no me pude negar. Ella colocó sobre el asiento algunas hojas del periódico que acababa de comprar y sonriendo me dijo: “¡problema solucionado!”. A esas alturas yo sentía que algo pasaba en mi interior, pero no sabía precisar qué era. Me subí al automóvil, y con la parte frontal de mi sudadera me limpié el rostro; tenía barro hasta dentro de los oídos. Ella comenzó a conducir consultándome por mi domicilio, en eso llegamos al semáforo, me miró, y volvió a sonreír (me había reconocido); ‘¡Eres tú!’- exclamó -, eres @Cosakkait…
Grande fue mi sorpresa al ver que me reconocía. Ella tenía muchísimos seguidores y aunque jamás había dado un solo “me gusta” a mis fotos, parecía que sí las había visto.
Al darle mi dirección me manifestó que estábamos bastante alejados y lo mejor sería que primero pasáramos a su departamento por ropa seca, o terminaría pescando una pulmonía que me dejaría en cama varios días. No me negué, aunque me surgió la inquietud de qué ropa me facilitaría. Llegamos a su departamento, el cual estaba muy bien decorado. De entrada me topé con ese gran espejo de cuerpo entero en que solía tomarse las fotos que subía a la red; Oh! Sí!, las fotos; me pregunté si aún tenía esa sensual ropa íntima, de la foto que me sedujo a seguirla…
No sé si ella me estaba leyendo la mente, o es que adivinaba mis libidinosos pensamientos, mientras miraba el espejo. Manifestó que trabajaba en el mundo del modelaje y que su manager le recomendó que sería bueno subir a las redes sociales algunas fotos tomadas por ella misma. Fui testigo de un sinnúmero de propuestas indecentes que recibió tras publicar la imagen a la que hacía alusión.
No sé de dónde me nacieron algunas palabras de consuelo; antes de que lo notara, ella me estaba abrazando. Vi su rostro tierno y la noté tan frágil y débil, que solo atiné a seguirla abrazando en silencio.
Tras algunos minutos (los mejores de mi vida), ella se separó de mí, limpió sus lágrimas, se dirigió a una habitación contigua y me facilitó una tenida deportiva; “Es de mi ex” – manifestó. Por lo visto, era algo que no regresaría a buscar. Pasé a otra habitación y me quité mis ropas mojadas, usando las que ella me había facilitado; por lo visto, su ex era de mi misma contextura.
Ella me llevó a mi casa y tras detener el automóvil por algunos instantes, me abrazó nuevamente y me besó en la mejilla. Fue el beso más dulce y tierno que había recibido en toda mi vida. Llegué a casa, tomé una ducha y me tendí en la cama; tomé mi teléfono y en la última fotografía que ella había subido escribí “gracias”.

Esa noche pensé en ella, volví a tomar mi teléfono y revisé una a una sus fotografías, cuando de improviso comenzaron a llegarme notificaciones de Instagram; llenó de corazones mis fotografías. No pude evitar enviarle un DM por twitter y concertar una cita. La vida me sonreía, y todo apuntaba a que ella era el verdadero y único amor de mi vida.

martes, 1 de septiembre de 2015

El vuelo

Había pasado un año desde mi retiro de la universidad. Tres años perdidos estudiando derecho, y quedar en nada por culpa de un maestro arrogante y petulante. Al menos, quería convencerme de que ese desgraciado me había perjudicado; pero ya estaba comenzando a asumir que fue mi propia mediocridad la que me hizo fracasar. Un año ya, y con mis reservas económicas agotadas. Había vendido todos los muebles que podía vender, sólo me quedaba la TV, la cama, algunos libros y mis trajes formales…
Esa mañana salí a trotar, como solía hacer todas las mañanas;  era la forma de olvidar mis problemas y sentirme más animado. Me tropecé con un periódico del día anterior, que alguien había dejado tirado en la calle y, al levantarlo para arrojarlo al basurero, vi un aviso de empleo. Necesitaban vendedores de terreno y no se requería experiencia previa; la entrevista era con tenida formal. Al ver la fecha y la hora de la entrevista, noté que era en un par de horas, a pocas cuadras de mi casa. Tomé aire y corrí a tomar una ducha, recortar mi barba y lustrar mi calzado; la primera impresión lo es todo (pensé).


Conseguí el trabajo y hasta disfrutaba de lo que hacía. Más que vender suscripciones a revistas extranjeras, lo que hacía era venderles estatus a jóvenes profesionales. Gente aspiracional que con muy poco trabajo, querían conquistar el éxito, y según solía señalar en mi discurso de venta: “mi producto le abrirá las puertas a un mundo reservado sólo para gente triunfadora, gente relacionada a un alto nivel y con un bagaje cultural que no se encuentra en otras publicaciones de esta misma línea”… Los arribistas caían como moscas. Era mi venganza en contra de todos esos 'cerebritos' que me apabullaron en la universidad.
Tras algunos meses, el incentivo de la venganza quedó atrás; debía tratar bien a mis clientes, porque de su ego se alimentaba mi cuenta corriente. Había que moverse por distintas ciudades, y las de provincia eran un nicho poco explotado. Decidí tomar un avión a la zona costera y desde ahí, saltar de ciudad en ciudad hasta retornar a la capital. Iba a ser un vuelo más, pero jamás pensé que el amor viajaba en clase económica. Era una joven e inexperta aeromoza, cuyos ojos cafés y piel canela me dejaron estupefacto. Sin duda, era la mujer con la que siempre había soñado. Simulé que era mi primer viaje y que estaba un poco nervioso, por lo que requerí de su ayuda en más de una oportunidad. Cuando se inclinó para asegurarse de que tenía bien puesto el cinturón de seguridad, no pude evitar desviar la vista a su sutil escote; un coqueto lunar atrajo mi atención. Ya no cabía duda, esa mujer, que sin hacer nada fuera de lo normal, me estaba arrebatando el corazón y el alma (y despertando mi lado salvaje).
Cuando aterrizamos, esperé que ella abandonara el aeropuerto y le pedí al conductor del taxi que siguiera el vehículo en que se trasladaba. Llegamos a un hotel y casualmente, tenía habitaciones disponibles. El recepcionista me indicó la habitación 207, “queda junto a la de aquellas jóvenes” – manifestó, con risa un tanto irónica.
Dejé mis cosas en la habitación, me calcé las zapatillas, la remera y el short con que usualmente salía a trotar. Esa sería una buena forma de salir a recorrer la costa y de paso, ver la ubicación de potenciales futuros clientes; además, trotar siempre me ayudaba a pensar y debía idear una estrategia para lograr un encuentro casual con la encantadora aeromoza (su nombre era María Isabel, según pude averiguar).
La ciudad no me era desconocida, pasé algunos veranos en ella durante mi niñez. Enfilé hacia la plaza central, donde se ubicaban un alto número de oficinas y restaurantes. Tras un breve reconocimiento del terreno, dirigí mi rumbo hacia la costa. Era una tarde cálida y muy agradable. Paré unos minutos a elongar junto una pequeña plaza de juegos y para sorpresa mía, junto a mí pasaron trotando la bella María Isabel, junto a dos de sus compañeras de trabajo. Se detuvo de golpe, me reconoció, pero esta vez su mirada era distinta y su sonrisa me dio pie para dirigirle la palabra.


Sus amigas se alejaron discretamente, y nosotros charlamos por unas horas. Nos sorprendió el atardecer caminado por la playa. Grande fue su sorpresa al descubrir que alojábamos en el mismo hotel. Esa noche la invité a cenar y sin titubear, le robé un beso, un solitario, tierno y dulce beso. Cuando pensé que solo sería eso, ella se abalanzó a mis brazos y antes de que lo notáramos, estábamos en mi habitación.
Por mis viajes, llevaba mucho tiempo sin tener una aventura, y mucho tiempo más desde mi última relación estable. No podía creer que tras varios meses de soledad y dedicación exclusiva a mi trabajo, el amor me sonriera de manera tan intensa. La estrechaba en mis brazos, miraba tiernamente sus ojos, sus labios, su sonrisa. Recién la estaba conociendo, pero sentía que la conocía de toda la vida.

Esa misma noche ella fue mía; comencé besando apasionadamente sus labios, y mientras una a una iban cayendo nuestras vestimentas, asomó ese bello lunar que tanto había llamado mi atención, lo besé sin prisa y con mucha sutileza. Sentí como se agitaba su aliento y noté la firme erección de sus pezones, tras el brasier.
Cayeron nuestras últimas prendas, la sangre ya nos hervía, pero no teníamos prisa. A la mañana siguiente salía su vuelo y para eso faltaban varias horas…, y varios orgasmos…


De su cuello a su lunar, y de ahí a sus pechos. Besos, sutiles o efusivos, según los estallidos de nuestras hormonas. Bajé por su vientre y descubrí una sutil y suave flor, cuyos pétalos se abrieron ante mis suspiros. Primero fueron mis labios, luego mi lengua, quienes despertaron ese botón mágico. Corrientes eléctricas corrían desde esa sutileza hacia sus rodillas, al tiempo que arqueaba su espalda y sufría leves asfixias; espasmos de la piel, al tiempo que brotaba de ella una dulce miel. Poseerla fue un sueño. Como volar sobre las nubes, quedarse sin aire y volver al suelo.


Amándonos, nos descubrió el amanecer. Ya se aproximaba la hora de la despedida y ninguno quería ceder. La despedida fue dolorosa, pero la vida debía continuar. En dos días volvería a la ciudad, dos días en que yo podría dedicarme a trabajar, realizar algunas buenas ventas y luego, con ella disfrutar.

Meses estuvimos juntos, su ruta de vuelo trazaba mi destino. Bailábamos, reíamos, nos amábamos con el alma, como si fuera cosa de mi destino estar con ella, o el de ella estar conmigo…

lunes, 13 de abril de 2015

Lo aprendido, se comparte

Elisa creció entre hippies, aprendiendo lo que era vivir el amor libre y siendo testigo de la intensa pasión de sus padres... Mientras estuvo con ellos, devoraba libros de romance, pasión y sexo. Pero su primera experiencia (a los 15 años), distaba mucho de todo lo que había leído.


Su chico ideal bailaba muy bien, era atlético, atractivo, besaba intensamente; pero al hacer el amor, se desesperaba y poco le preocupaba lo que ella sintiera, o si estaba realmente preparada. Y así conoció a un segundo y un tercero; pero resultaron ser tan frustrantes como el primero.

En su búsqueda, tres años después de su primera experiencia, conoció a Miguel; un sujeto mayor. En él, encontró el placer que buscaba. Era mesurado, tranquilo, tierno, amable; pero en la cama era intenso y profundamente pasional. Se tomaba sus tiempos, la seducía de maneras inimaginables; provocando sus pasiones, sin siquiera tocarla. Le enseñó a disfrutar de algunos “accesorios”; mismos que manejaba con absoluta maestría... Y algunas cosas más.

De él aprendió mucho; le ayudó a liberarse, a relajarse, y a sentir en el alma, lo que el cuerpo le comunicaba. Pero al poco tiempo, él se marchó; le dio a entender que debía forjar su propio futuro y que a su lado, eso no sería posible. Como último consejo le dijo: “Lo aprendido, se comparte”

Estando en la universidad, conoció a Fernando; un “novato”, que le recordó sus primeros amores... Una tarde, mientras caminaban por el parque, se besaron muy intensamente... Ella sintió despertar la pasión que se había llevado Miguel.


Esa noche tuvieron un intenso, pero breve encuentro sexual. Era como los otros chicos, sin lugar a dudas; pero su corazón latía como el de Miguel y eso, la hizo meditar... Era la hora de enseñar lo aprendido; siempre y cuando, Fernando estuviese dispuesto a aprender.

Enfrentar el tema no era fácil. Fue así que decidió “instruirlo”, sin que él lo notara...

En su siguiente noche le propuso un juego, del cual no daría muchos detalles. En Fernando estaba el aceptar, y si confiaba en ella o no... Él se dejó llevar.

Elisa sabía que para obtener lo que deseaba, primero debía darle a probar algo único. Y de buenas a primeras, lo ató a una silla... Así, sin preguntas ni palabras... Ella lo soltaría, en tanto él lo pidiera, pero la curiosidad de Fernando pudo más...

Elisa puso música suave, bajó la luz y se puso a bailar. Bailaba y le coqueteaba. Al segundo tema se quitó la blusa, quedando con su brassier a la vista.

Continuó con el baile, acariciándose con la yema de los dedos... ‘Aquí, por donde han pasado mis dedos, deseo tus besos, amor’ (le susurró al oído)... Y luego se quitó el pantalón.

Sonó un tercer tema y ella siguió describiendo líneas y círculos sobre su piel, sus pechos, muslos y su entrepierna... Fernando no podía más, pero se contenía... Elisa decidió soltarlo, y esa noche consiguió estar muy cerca de lo que Miguel le hacía sentir...

La siguiente noche en que se encontraron, inventó un segundo juego; y luego un tercero, y así, hasta lograr lo que buscaba...


Era una noche de viernes, y tras una salida con los amigos, se fueron a un hotel. Ella ingresó primero a la ducha, mientras Fernando pedía algo para beber... Él salió de la ducha con la toalla a la cintura, la que tras un par de pasos dejó caer. La miró a los ojos y le dio un sutil, pero prolongado beso. La volvió a mirar a los ojos, besó su cuello y bajó hasta sus desnudos pechos. Los besó sutilmente y describió círculos con su lengua, hasta conseguir la turgencia de estos. Continuó bajando, mientras sus manos pasaron a ocupar el lugar que sus labios habían dejado... Llegó a su entrepierna y sutilmente abrió la flor que tenía en frente. Con sus dedos despejó el camino y su lengua conquistó ese pequeño y sutil “botón del infierno”, con que ella comenzó a arder... Besaba y acariciaba; lamía y sutilmente succionaba... La humedad de Elisa brotaba de entre sus piernas, pero él se tomaba su tiempo antes de penetrarla... Fue intenso, pero pausaba su actuar. Hacía un gran esfuerzo para contenerse y hacerla disfrutar... Ella tuvo un primer orgasmo, pero él se resistía; no quería acabar aún... La besaba, la acariciaba, la miraba a los ojos, y con ello parecía decirle que le amaba.


La continuó besando y la poseyó una vez más, pero esta vez, ubicándose tras ella y tomándola de las caderas... Tierno, pausado, pero intenso a la vez... Ese segundo orgasmo no se hizo esperar, y esta vez él derramó su ser en ella... Disfrutando como jamás había logrado hacerlo antes...

Varias noches más, experimentaron nuevas forma de placer... Pero Elisa sentía un vacío, que sólo había llenado Miguel...

Y Miguel regresó. Simplemente se presentó a su puerta y sin decir nada, se la llevó...


En su ser interno, Fernando sentía que ella no era para él; era toda una mujer y a él, le faltaba mucho por aprender... 

miércoles, 1 de abril de 2015

De los estudios, al amor.

Era el último año de universidad de Fernando, y aunque él siempre fue muy preocupado de sus estudios, siempre se dejó un espacio para el romance.


Cada año había conocido una chica diferente. En primer año fue una de artes (Elisa). Una chica muy relajada y libre como el viento. Con ella tuvo sus primeras experiencias sexuales; sin lugar a dudas, no pudo haberse topado con alguien mejor. Además de tierna y amorosa, era profundamente pasional; pero a la vez, tranquila y relajada cuando algo “salía mal” (vale decir, él se iba antes, de que ella comenzara a sentir placer). Otras le hubieran dado una bofetada, y echado desnudo a la calle; pero ella no. Le enseñó a medir sus tiempos, a relajarse y dejar que fluyeran “las energías”... Al cabo de unas semanas, lo había convertido en un sujeto más controlado y ambos gozaban de muy buen sexo... Pero sólo era eso; sexo... Ella conoció a otro sujeto, el cual le revolucionó las hormonas y se marchó con él.


Pero el dolor duró lo que tardaba en llegar el verano; ahí participó de un voluntariado de ayuda social, y conoció a Camila. Ella además, era miembro de una agrupación animalista. Juntos pasaron penas y alegrías, hasta que surgió la chispa y ardió la pasión; pero fue una pasión fugaz... Fernando descubrió que era alérgico a los gatos, y ella no estaba dispuesta a dejar a su “Micifuz”.


Luego llego Aurora. Hacía honor a su nombre; al amanecer resplandecía su rostro, y de ella parecía brotar un aura mágica y celestial... Era bella y lozana, pero tenía un carácter bipolar con el cual era difícil lidiar. Lo intentó, ¡y vaya que lo intentó!; hasta el punto de ceder casi todas sus libertades individuales, menos una... Una vez al año, él visitaba la tumba de sus abuelos maternos, con quienes había pasado gran parte de su infancia, tras el fallecimiento de sus padres. Ese día, Aurora iba a celebrar el cumpleaños de su mejor amiga, y quería aprovechar de “estrenar en sociedad”, su nuevo y muy amado novio (y por cierto, lo amaba hasta la locura)... Jamás le perdonó que estuviera ausente... Literalmente, enloqueció... Si no hubiera sido por sus amigas, termina saltando por el balcón del departamento... Tras ese incidente, los padres de Aurora decidieron internarla muy lejos de Fernando; tanto, que jamás tuvieran la posibilidad de volverse a ver.


Tras ese último fallido romance, Fernando solo quería terminar la universidad y marcharse al extranjero... Pero nada estaba escrito y, en su último semestre, conoció a Leticia... Solo había un pequeño inconveniente, y no es el que ella fuera 5 años mayor; sino que: Ella era su maestra...


Las normas de la universidad eran muy estrictas, en cuanto a las relaciones de los maestros con sus alumnos, y Leticia recién se estaba forjando un prometedor futuro laboral, como docente universitaria.

Aunque él muchas veces se le insinuó, ella parecía ser de roca sólida. Ni siquiera un mínimo gesto de aprobación, ante tantos desbordes de galantería...


Eso confundía a Fernando, y a la vez lo motivaba a ser más ingenios: La invitó a cenar a un lugar discreto, en el que preparaban deliciosos platos; ella no llegó... Le enviaba flores a su casa, y él las encontraba tiradas en el basurero... Le hizo llegar entradas para un concierto, al cual tampoco llegó... Poemas, serenatas (sí, serenatas cantadas por él mismo), chocolates, golosinas varias, perfumes... Y nada...

Tras la ceremonia de titulación, y antes de partir al extranjero, dio una última visita a su casa. En tanto tocó el timbre, sintió que una mano lo jalaba hacia el interior... Sin siquiera recuperarse de la primera impresión, sintió unos suaves y dulces labios, posarse sobre los suyos. Al mismo tiempo, unas nerviosas manos, con bruscos movimientos, le comenzó a arrebatar la ropa... Él se dejó llevar por algunos instantes, y luego se sumó al pasional y salvaje acto, abrazando a esa lujuriosa y ardiente mujer, y estrechándola firmemente contra sus brazos...


Besó su cuello con sutileza, pero sin despegar los labios de esa tersa piel... Bajó hasta sus pechos y devoró los firmes pezones que se mostraron ante él... Siguió bajando y bebió la humedad de sus carnosos y suaves labios; al momento que con sus dedos se abría camino, para que su legua llegara a la base de la fuente y activara el botón del infierno (mismo que terminaría por develar toda esa pasión contenida durante meses)...


Las horas se sucedían y entre gemidos y cogidas intensas, pero pausadas, ambos estallaron de placer. Ella sintió como corría un tibio manantial en su interior, y él sentía unos pequeños espasmos que apresaban y soltaban simultáneamente, su turgente virilidad...


Se amaron hasta el amanecer del día siguiente, y fue en ese instante (entre los primeros rayos del amanecer y pasionales embestidas), en que decidieron construir una vida, juntos...

martes, 17 de febrero de 2015

Juvenil amor de verano

Carlos ya no gustaba de salir de vacaciones con sus padres... Decía que no estaba dispuesto a estar durmiendo en el suelo, metido en un saco de plumas (que además estaba roto, y cada mañana amanecía luciendo como un pollo nuevo, cubierto de pequeñas plumas)...

Fue al amanecer del segundo día, en que imperiosamente necesitó de ir al baño. Como suele suceder en los camping, el baño no estaba muy cerca; así es que no hubo tiempo de realizar el ritual de retirar las plumas que quedaban adheridas al cuerpo. En su acelerado caminar, y el ir sacudiéndose las plumas por el camino, tropezó con una chica que caminaba en sentido contrario... Se miraron a los ojos, y algo pasó en ese momento... Fue solo un instante en que fijaron sus miradas, pero parecieron eternos segundos. Carlos continuó su marcha, mientras ella lo observó alejar un par de pasos, tras lo cual retomó su camino.

Pasado el mediodía, Carlos quiso ir a la playa y mientras tomaba sol vio que, a unos 10 metros de donde estaba, una bella joven reposaba sobre la arena. Admiró sus armónicas y tonificadas curvas, su estilizado rostro, pero solo hasta cuando ella lo miró de frente, pudo reconocerla; era la chica con la que se había cruzado al amanecer...

Aunque él no era un novato en la conquista, sentía que ella era diferente a las chicas que había conocido, y viendo la oportunidad de acercarse, lo hizo.

Disculpa – dijo – ¿Es contigo con quién me tropecé esta mañana?. Es que iba apurado y no te vi venir. Espero no haberte lastimado – agregó.
¿Tú eras el que iba cubierto de plumas? – preguntó ella – Esbozando una bella sonrisa que terminó de cautivarlo.
No te preocupes – agregó la joven – era yo quien iba distraída.

Él se tendió en la arena, junto a ella, y charlaron un buen rato. En realidad, un par de horas. El tiempo se les pasó volando, pero mientras charlaban descubrían que tenían muchas cosas en común: Gustos musicales, literatura, amor por los perros y rechazo a los gatos; que de tanto conversar no pudieron evitar aproximarse. Un espontáneo y dulce beso selló esa tarde... Quedaron de verse a la noche, habría una fogata frente a la playa.

Esa noche se juntaron junto a la fogata, pero pronto salieron a caminar por la orilla de la playa. Era una noche maravillosamente estrellada, sin luna. Ella temblaba, pero no era de frío; él también temblaba...

Llegaron a un roquerío y se tendieron en un espacio arenoso, admiraron las estrellas un rato, permanecieron en silencio, luego se miraron y se besaron apasionadamente...

¿No estaremos yendo muy rápido? – Dijo ella.
No te preocupes – dijo él - Al tiempo que sus manos recorrían su cintura y sutilmente se aproximaban a sus glúteos.

Ella no protestó más... Y al mismo tiempo en que se miraban a los ojos, él le descubrió los senos, admirándolos unos instantes, tras lo cual posó sus labios sobre ellos con sutiles y repetidos besos (y lamidas).

Sus corazones se agitaban y sentían un extraño calor en el cuerpo...

Él terminó de desnudarla, y pudo apreciar su bella y escultural figura; la que no tardó en saborear y recorrer íntegramente con los labios... Ella quiso protestar, pero se dejó llevar...

Entre besos y caricias terminaron desnudos, mientras una tímida luna asomaba en el horizonte, haciendo resplandecer esos pálidos y juveniles cuerpos...

Mirándose a los ojos, consumaron el acto carnal más sublime y sutil jamás vivido... Era la primera vez de ambos... Aunque lo imaginaron mil veces, jamás pensaron que sería tan ardiente, tan intenso..., y tan breve... Esa noche, él no pudo contener sus ansias juveniles, y ella no sintió que las mariposas de su estómago emprendieran el vuelo...

Si bien, ella disfrutó del momento, y sintió ese dulce ardor de la primera vez; así como también sintió unos intensos latido en su ser y algo que se escurría tibiamente... Eso fue todo... No hubo esa magia que señalaron sus amigas, ni su cuerpo quedó rendido, sin poder moverse...


Eran primerizos, y tal vez a la noche siguiente, las cosas serían diferentes... Pero no fue así... A la mañana siguiente, ella emprendió el retorno al hogar; y él quedó en el camping por 5 días más, pensando en ella ,y en ir a visitarla apenas volviera al hogar.